Barberá arde en la Crida
La alcaldesa de Valencia dio una imagen de anacronismo político y social

El episodio protagonizado por la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, en el acto de la Crida, en el que balbuceó frases en valenciano (y en castellano) tan inconexas como plagadas de errores, apunta a algo más que la consecuencia de un lapsus o una turbación, como ha justificado la regidora después de haber sido vapuleada en las redes sociales y de haberse convertido en presa del pimpampum cibernético.
Barberá, más allá de su flagrante nulo interés por la lengua de Ausias March (y la de las Fallas), tan acreditado durante los 24 años que preside el Ayuntamiento (en los que no se ha preocupado por aprender tres oraciones simples que la sacaran del apuro) ha emitido señales de agotamiento. Ya no cae de pie, como solía, cuando su improvisación, abonada por unas mayorías absolutas cuyo sistema ahora colapsa los juzgados, era presentado como un don sobrenatural, como un efecto de su infinita capacidad política. Ahora, su ímpetu por absorber el foco anteponiendo espontaneidad a formalidad, que tan buenos resultados le dio, ha dejado de funcionar y ha abrasado su imagen de política afortunada. Se ha cocido en su propia salsa donde más le duele: en un acto fallero masivo.
Rita Barberá dio en la Crida una imagen de anacronismo político y social. En ese fuera de juego se vio que en la ciudad que preside desde tiempo inmemorial y en las Fallas sobre las que ha proyectado sus mandatos hay más modernidad que en lo que ella es y representa.
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