En la fiesta de Za!
Los conciertos de Za! no son conciertos, son más bien fiestas, como la última en el Apolo
Los conciertos de Za! no son conciertos, sino más bien fiestas en las que los asistentes suelen verse irremediablemente implicados. Salvando las distancias, recuerdan a aquellos espectáculos de La Fura en los que el público formaba parte del mismo montaje, asediado y apelado por la idea misma del asunto. Pero que nadie se lleve a engaño, lo de Za! tiene menos pretensión al buscar vía empatía una sensación física que arranque la música del terreno de las reflexiones acercándola al de las celebraciones. O algo así.
ZA
Za
Apolo
26 Abril 2.013
Una muestra el concierto de presentación de “Wananai”, su cuarto disco. En Apolo se esparcieron varios músicos –Negro, Esperit!, Guillamino y Mujeres- aprovechando cualquier rincón como escenario. Sus actuaciones consecutivas recibieron el público como aperitivo desmelenado y voluntariamente doméstico, y éste, cómplice, deambuló sintiéndose parte de la celebración. Si no había motivos para el aplauso, éste se improvisaba porque en las fiestas nadie que tenga buen carácter muestra su cara agria, supondría no entender nada y negar espacio a la sonrisa. Por eso, gran mérito al arrojo de Guillamino haciendo de Al Green. ¡Esa es la actitud propia de una fiesta!
Luego llegó el momento Za! dándole con propiedad a “Súbeme el monitor” casi como carta de presentación. Para quien no haya visto nunca a este dúo de guitarra y batería, baste decir que su música es el resultado de agitar una caja llena de objetos dispares mientras una prensa hidráulica rememora entre espasmos ritmos de regusto africano. A eso se le llama mezcla de rock, free-jazz, étnica y muchas otras cosas –la lista puede ser muy amplia-, pero el efecto es desasosegante, euforizante y expansivo. Incluso con los cortes del nuevo disco, que al estructurarse como una sucesión de frenazos y bruscos acelerones, de interludios especulativos y bofetadas malintencionadas, escapan de la linealidad del repertorio anterior.
Ese fue el hecho que por un lado dificultó la entrega igualmente lineal del público pero a su vez aumentó la maldad implícita en una música marcada por el humor imprevisible y la total falta de respeto a cualquier límite. Al final esa es, también en su caso, la actitud: cualquier juguete puede ser roto mientras con él se juegue a fondo.
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