La canción y la máquina
La fascinación de Pastora por lo digital y los temas llenapistas les priva de mejores canciones

Para empezar, un cierto halo de misterio en la casi abarrotada Sala Penélope. Dolo Beltrán irrumpe con gabardina, gafas oscuras y guantes negros, como si dilucidara un asunto de espionaje, e interpreta Desolado con tanta economía de recursos como generosidad a la hora de transmitir emociones. Resulta extraño, pero por un momento parece que asistiéramos a un concierto de canción de autor. La vocalista de Pastora solloza con esa historia de amores descacharrados como tantas veces sucede en el territorio de los afectos , y bien podríamos estar escuchando a nuestra Leonor Watling, ahora que se ha pasado al castellano. O, aún mejor, a una digna heredera barcelonesa de Natalie Merchant (10,000 Maniacs).
A medida que Dolo se despoja de su atuendo de chica enigmática, sin embargo, el grupo se vuelve tan extravertido como ligeramente predecible. Lo suyo es pop electrónico para reír y danzar, para explayarse y ensayar nuestros progresos en el difícil arte de la socialización. A partir de Un pedazo de tierra, la cantante luce un vestido palabra de honor azul eléctrico que simboliza bien esa mudanza. El cancionero resulta correcto y agradable, pero también reiterativo. Y alternativamente contagioso (Octubre, Jungla) o plano (Sentit de l'humor), una pieza con la que saltan las alarmas: es como si nos encontrásemos ante una versión elegante y refinada de, glups, La Oreja de Van Gogh.
El trío repasó de manera muy tímida su reciente quinto disco, Una altra galàxia, acaso temeroso de que las letras en catalán constituyeran una barrera con el efusivo público. Pero el problema de Pastora no es idiomático, sino, en todo caso, sintético. Salvo la colección de guitarras de Caïm Riba, casi todo lo demás que suena es gentileza de Apple. Música enlatada. En ocasiones con su carga de sofisticación (Tengo, Mals hàbits) y otras, indisimuladamente maquinera, como en esa descarga final a todo trapo que encadenó Una altra galàxia, Feel the magic (con Dolo bailando el hula hop), Cuánta vida y la algo más oscura Runner.
Entre tanta invitación al bailoteo, es curioso que esa especie de one hit wonder que en su día fue Lola pasase algo inadvertido. El público prefirió ensayar el flirteo con el vecindario y atender a las videocreaciones de Pauet Riba, que juega con las cámaras o garabatea en tiempo real para que sus dibujos aparezcan en las pantallas de la sala. Todo entretenido, sí, igual que el simpático parlamento (con moraleja) de Dolo sobre un aficionado a la cocina que retiraba el corazón de los ajos para que no repitieran. Pero la fascinación de Pastora por la máquina, y por los temas llenapistas, les priva a veces de mejores canciones.
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