Linda arada, pero pan ninguno
La ‘Yerma’ dirigida por Miguel Narros en el María Guerrero carece de pulso trágico

Se representa menos que Bernarda Alba y Bodas de sangre, pero Yerma es el lorca que más éxito cosechó y más polvareda levantó en su tiempo: la policía intervino durante el estreno para desalojar a los alborotadores, la prensa se polarizó en contra y a favor; Gil-Robles, lider de la CEDA, corrigió en un artículo sañudo al crítico de su diario, que había hecho una reseña contraria pero educada; la prensa extranjera se hizo eco de la polémica y algún corresponsal comparó el arrebato último de la protagonista con el portazo de Nora. Traigo esto a colación porque cuesta entender hoy lo removedora que fue esta lorquiana alegoría de la fertilidad sometida por lo estéril. Una lectura radical (al estilo de la que de Casa de muñecas hizo Ostermeier con la Schaubühne) podría sacarle otro partido.
YERMA
Autor: Lorca. Dirección: Miguel Narros. Teatro María Guerrero. Hasta el 17 de febrero.
En el montaje original, el potente simbolismo del poema trágico encontró su expresión justa en la alucinada escenografía de Burmann y Fontanals. En el de Víctor García, una lona sobre la que los actores caminaban en inestable vuelo se transformaba en montes y ríos. En el de Santiago Meléndez, la escena de la romería tenía carnalidad de aquelarre.
En éste recién estrenado, Miguel Narros cuida los detalles de vestuario como los entomólogos las alas de sus mariposas, y dibuja con minucia la relación de la pareja protagonista y el rechazo apenas disimulado que el esquivo Juan de Marcial Álvarez siente por su esposa, una Yerma (Silvia Marsó) muy atractiva, acaso demasiado pulida y elegante, con un pie en el universo de O’Neill y otro en el de Lorca. No tiene el montaje cuerpo trágico, las interpretaciones derivan, por lo general, hacia el dramatismo, y la deseable atmósfera telúrica aparece ablandada o folclorizada: el carácter de las canciones en vivo resulta más apropiado que el de las grabadas (lo atávico marida mal con lo tecnológico). Mona Martínez, en un papel secundario, es quien mejor reproduce el habla rural, sin caer en el costumbrismo.
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