Victimismo
Hace años, no me quedó más remedio que asistir a una fiesta del euskera que convocaba a 40.000 escolares en San Mamés. Se pueden hacer una idea del inusitado bullicio y de la alegría provocada por tantas juveniles voces entonando al unísono canciones en la lengua patria. Pero los oradores que tomaron la palabra ante tan fastuosa concentración no celebraron nada, ni pusieron en valor el camino recorrido a favor del euskera, sino que mostraron un sumatorio de los graves agravios, retos y problemas que tenía por delante nuestro oprimido idioma. Parecía que habían convocado a tanto niño para decirles que el euskera iba a peor. En ese lugar, en la Catedral, llegué al convencimiento de que el victimismo es consustancial al nacionalismo y que, además, es un saco sin fondo.
Nada va a arreglar el lehendakari si sigue diciendo que hay que proceder al acercamiento de los presos etarras para no promover su victimismo. Más bien se va a meter en un lío supino. Porque, aunque el victimismo se le suponga a todo nacionalista, en un preso puede estar algo justificado, no especialmente por estar en Puerto y no en Martutene, sino por estar funestamente preso. En este caso se podría dejar en paz lo del victimismo, y caer en la cuenta que intenta no victimizar a un victimario que bastante victimizado está al estar preso por culpa de sus fatales errores. Es decir, no se debe citar la victimización en casa del victimizado por ser un victimario. No pierda el tiempo en aminorar el victimismo de los nacionalistas, pues no tiene remedio, y, además, se pueden sentir más victimizados por intentar desvictimizarles. Piense que lo de la victimización no acaba ahí: acérquelos, amnistíelos, deles su puesto, deles todo, y aun así, seguirán usando el victimismo, como pasó con los nazis que no se conformaban con nada, seguían ocupando países y países y nunca se dieron cuenta de que las víctimas eran los demás. Otra cosa es que se quiera engañar a la opinión pública, que en esto de la paz es más candorosa e ingenua que la tonta del pueblo.
En la selva amazónica hay dos tribus peculiares. La primera conoce más de doscientas plantas medicinales para paliar sus enfermedades; la segunda, muy ignorante, no conoce ninguna, ni se preocupa por conocer, porque desde tiempos inmemoriales, desde la noche de los tiempos, considera que el culpable de todas sus enfermedades y problemas son sus vecinos. Eso si, su agresividad les lleva a conocer veinte venenos para sus flechas mortales. Por consiguiente, no digáis nunca a alguien que se considera una víctima que se va hacer una cosa —o dejar de hacerse— para no victimizarla más, porque entonces se quejará de que lo hecho, o no hecho, es para victimizarla más. “No digas que no me quieres victimizar porque con eso me estás victimizando” (¿O acaso creían que hoy se iban ustedes a librar de La vida de Brian?)
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