Reivindicar la intuición: escultura brillante y discreta en la nueva Casa Encendida
El centro madrileño avanza en su nueva etapa con dos referentes discretos de la disciplina, Elena Mendizabal y Joan Rom

Pensar y que sea. Hacer y que pase. Parece un trabalenguas, pero es el statement de la nueva etapa de La Casa Encendida. No hay publicidad de exposiciones en la fachada ni imágenes de reclamo, sino una consigna que funciona como brújula en los albores de la temporada del arte en Madrid. Hacia dónde debe orientarse este centro lo tiene claro su nuevo director, Pablo Berástegui, conocido hasta ahora como gestor de proyectos como la Noche en Blanco o Matadero. “No hay una fórmula mágica, pero sí nuevos modos de hacer”, dice. En pleno arranque del curso, con Apertura como buque insignia, reaparece el dilema del arte contemporáneo: ¿cómo atender al presente e incorporar públicos diversos sin ser excluyentes?
Si antes La Casa Encendida se centró en el impacto de las tecnologías y la sensibilidad posinternet, este nuevo ciclo busca pensar lo contemporáneo desde un lugar más reposado y menos ligado a lo futurible. Lo primero ha sido revisar Generaciones, su convocatoria estrella sobre arte emergente, que cumple 25 años. Creada en los 2000 para visibilizar a artistas menores de 35, se convirtió en lanzadera profesional y highlight en sus currículums, con el consiguiente efecto boomerang. Este año, dos muestras con diversa fortuna crítica han diseccionado qué, cómo y por qué de este premio en formato expositivo.
La tercera cierra el ciclo y va más allá, analizando el para quién. Lo hace con dos artistas que no participaron en la convocatoria por haber nacido antes de 1965: Elena Mendizabal (1960) y Joan Rom (1954). Nombres poco habituales en museos y ferias, ajenos a las galerías comerciales, pero que renovaron la escultura en los ochenta y noventa en el País Vasco y Cataluña. Hoy son referentes para la generación más joven que piensa la escultura.

Tras el título Oro tejido con paja asoma Ursula K. Le Guin, que describía cómo las escritoras de ciencia ficción lograban crear algo valioso con materiales humildes, poco reconocidos o despreciados por la cultura dominante. Una idea que la comisaria Beatriz Alonso recupera aquí, reivindicando la necesidad del arte en tiempos violentos e inestables.
No doy rodeos para decir que es una de las mejores exposiciones que pueden verse ahora en Madrid. Lo es por poner el foco en dos artistas cuyas prácticas abren relatos minoritarios y permeables sobre las últimas décadas del arte español. Dos creadores ligados a la alquimia de taller, con una convicción férrea y una discreción envidiable, que se reconocen en la multiplicidad de ideas, el riesgo y la fragilidad. Sin haberse cruzado antes, ambos se siguieron la pista a través de Lápiz, la revista que en los ochenta marcó el inicio de la profesionalización de la crítica de arte en España. Un referente cultural de la época preinternet, cuando contar la historia estaba ligado a la emoción del descubrimiento, al diálogo con los artistas y a la intuición.
Eso ocurre en esta exposición. Cada sala reúne trabajos recientes, algunos inéditos, en diálogo con una pieza temprana. Hay algo de liberación al ver obras clásicas como nuevas y viceversa. En Mendizabal, la histórica Melena (1986) junto a En el suelo como los escombros (2023), instalación principal que domina y ordena el espacio, en la que el hierro es el protagonista. Celebra lo vivo más allá de lo trágico en una atmósfera de tubos-huesos y planchas-puertas, cuerpos ausentes que seguimos llevando dentro.
Por su parte, Joan Rom hace dialogar Redorta (1990), donde un trío de sarmientos convive en equilibrio con cobre, caucho y vidrio, con Erm (2024-2025), instalación nacida de recolectar y tejer tallos de esparraguera salvaje en los alrededores de Mont-roig del Camp (Tarragona). Una acción ligada a la materialidad de los objetos que se amplía a la reflexión sobre el mundo y el impacto ambiental de nuestros hábitos. No hay aquí respuestas a grandes dilemas ni narrativas cerradas, sino un gesto honesto y sensible en ese encuentro entre pensamiento y emoción. Una celebración.
‘Oro tejido con paja’. La Casa Encendida. Madrid. Hasta el 18 de enero.
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