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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dostoievski en la antigua Yugoslavia

‘La isla’, del escritor serbobosnio Meša Selimović, se detiene en los meandros que delimitan el bien y el mal en la mente del hombre moderno

Existencialismo de vía yugoslava. O Dostoievski en versión bosnia. Las etiquetas podrían resultar perezosas o algo gruesas. Pero la corriente existencialista en la literatura balcánica del siglo XX tiene nombre propio. Meša Selimović (Tuzla, 1910-Belgrado, 1982), escritor bosnio pero serbio por nacionalidad, profundizó también, como su admirado novelista ruso, en los pliegues del bien y del mal. Su obra refleja lo que la realidad, con sus rugosidades y contrapuntos, incide sobre la conciencia del hombre moderno. Nacido también en Bosnia como el premio Nobel Ivo Andrić (fue de hecho su amigo), Selimović, si bien no tan reconocido, es el otro gran novelista de un país que ya no existe, Yugoslavia, y de una lengua común, el serbocroata, hoy por hoy troceada en formas dialectales.

El derviche y la muerte, La fortaleza y El círculo (esta última no publicada aún al español) conforman la gran terna narrativa de un autor no del todo apreciado en sus inicios literarios. A su modo, una cuarta pata en la terna la conformaría La isla, novela compuesta en piezas fragmentarias y originariamente inconexas que ahora publica Automática con traducción de Miguel Roán. A diferencia de El derviche y la muerte y de La fortaleza, la huella de la Bosnia otomana de antaño se halla aquí ausente como paisaje de costumbres y, sobre todo, como forma de poder en abstracto, siempre mostrenco, siempre amenazante, al modo kafkiano. Tanto o más que en las novelas de Ivo Andrić (Crónica de Travnik, Un puente sobre el Drina), en Selimović la pincelada bosniaca sirve de tapiz al martirizado paisaje interior de sus personajes (un maestro sufí en El derviche y la muerte, un soldado de vuelta de la guerra en La fortaleza).

Aunque el espacio y el tiempo concretos son aquí algo difusos, La isla discurre en la Yugoslavia socialista de Tito, en una innombrada isla del Adriático (podría ser la isla croata de Brać, próxima a Split). Sus dos protagonistas, Ivan Marić y Katarina, ambos jubilados, viven aquí sus últimos años de vida con apuros económicos. Si el monstruo es la pareja (la idea tan optimista es de Juan José Arriola), ambos responden al arquetipo. Marido y mujer se debaten entre el vínculo filial y el desapego, el rencor y la claudicación, el miedo y el cobijo. La ambivalencia, tan del estilo de Selimović, penetra también en sus humores más íntimos y atormentados.

Hasta el entorno (la costa, el mar, las barquichuelas, el cielo, el pueblecillo de pescadores, las montañas) ofrece un paisaje supuestamente idílico que se descifra en clave psicológica. En un inquietante capítulo, unos delfines juguetones atraen la atención de Ivan. Este los observa complacido, hasta que proceden a una matanza de pececillos que tiñe el mar de rojo sangre como en las artes sanguinolentas de la almadraba. En otro capítulo, un sobrino de Katarina, entre nihilista y un punto mesiánico, se presenta sin avisar y los somete a un debate moral sobre si el fin justifica los medios aludiendo para ello a Balzac, a Nietzsche y, por supuesto, a Dostoievski.

El aislamiento. La urdimbre de la muerte. La escasez material. La erosión del individuo en el colectivo. La creencia o no en Dios. Los anhelos que se desdibujan. Son algunos de los temas que, con ciertos guiños autobiográficos, atraviesan La isla para ofrecernos una apresurada idea de hastío y desesperanza. Saber releer el mundo a través del hombre es una forma de redención, más allá del consuelo.

La isla

Meša Selimović 
Traducción y epílogo de Miguel Roán
Automática, 2025
216 páginas. 20 euros

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