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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una joven en medio de un tsunami emocional

La primera novela de Lucía Solla Sobral, ‘Comerás flores’, sabe arrojar luz al difícil territorio del maltrato de baja intensidad, ese que llega sin señales de alarma

Berna González Harbour

Afrontar la rentrée literaria es tarea minuciosa y gran responsabilidad para quienes lo abordamos desde un suplemento icónico como Babelia. Ni tienes tiempo material para leer todo lo que se publica en septiembre ni puedes renunciar a intentar abarcar las grandes apuestas. Para ello hay que guiarse por la selección de autores ya probados, escritores que merecen atención porque se la han ganado en anteriores libros, fijarse en lo que han dispuesto las editoriales, que siguen siendo el primer prescriptor de un libro, y sobre todo, y lo más difícil, prestar atención a los debutantes. Aquellos que aún no se han hecho un hueco en el mercado pero que luchan con sus primeras novelas por conseguir atención entre los 90.000 títulos que siguen editándose cada año en el mercado español.

Por ello, detectar este trimestre una obra valiosa como Comerás flores, de Lucía Solla Sobral, publicada por Libros del Asteroide, es una alegría en el panorama densamente poblado de la rentrée. La autora, nacida en Marín (Pontevedra) en 1989, se nos presenta como creadora y coordinadora del Club de las Letras Salvajes y fue seleccionada para una residencia literaria que dirige Javier Peña, el hombre que nos ha seducido a tantos con su excelente podcast Grandes infelices, de Blackie Books.

La novela retrata la intimidad sin grandes sucesos, el amor y el desamor sin obviedades

Pues bien. Nada de esto garantiza la excelencia que solo un libro por sí mismo es capaz de brindar lejos de marketing y padrinos. Y es la que ofrece Comerás flores, novela de aliento, capaz de trazar un retrato psicológico del maltrato de baja intensidad, de la imposición sin moratones, de la superioridad de uno sobre otro que se va colando en una pareja sin grandes señales de alarma. La obra narra la metamorfosis de una mujer joven enamorada hasta las cejas de un hombre más mayor, que va abandonando su círculo, estrechando los márgenes de su vida y renunciando a las fiestas, amigas y tonterías que toca culminar a su edad. Ante un reconocimiento familiar que aplaude su noviazgo con el hombre asentado, el hombre atento, el hombre que parece perfecto, la protagonista se va dejando deslizar, seducir y atrapar hasta borrarse como se borra tanta gente en parejas desiguales que acaban devorándote sin avisar. La estructura ascendente y la pluma tranquila, pero segura, de la autora, arrastra y acompaña al lector a ese abismo al mismo ritmo en que avanza la trama, sin que nos demos cuenta de si es esta —la trama— o es aquella —la pluma— la responsable del éxito del camino. Pronto estamos ahí metidos, sufriendo por la protagonista, enfadados con ella por dejarse llevar y sumergidos, nosotros mismos, en la irritación de una relación que empezó brillando, arrebatando, y que se va volviendo tóxica. Tan imperceptiblemente que cuesta la sublevación.

Solla parece saber en todo momento a dónde quiere llegar. Y por dónde quiere pasar. Pero su protagonista no. De ella sabemos que acaba de perder a su padre y este hecho martilleará su rutina de forma inteligente en la narración, sin grandes ni pequeñas reflexiones sobre el duelo, sino como un telón de fondo que parece no cambiar la vida mientras lo está cambiando todo. “El día en que mi padre murió, hacía sol y yo tenía hambre. Mi padre murió y bajé a Frida a hacer pis. Mi padre muerto y yo lavándome el pelo…”, arranca Solla. “Papa había muerto y ya no tenía que esperar a que muriese más”.

La presencia de esa ausencia en la rutina es esporádica, en dosis justas, pero el lector sabe que es el gran agujero por el que se cuela el agua en el casco del barco o el novio en la narración, jalonada por mantras minimalistas pero potentes en que la protagonista recuerda en la inmensidad de una página en blanco: “Tengo: una perra, una amiga, una madre, dos hermanos y un padre muerto”.

A través de frases mínimas, la autora responde a las preguntas esenciales: ¿quién soy? ¿Qué tengo?

Los ingredientes de esas páginas casi en blanco que salpican la novela y que arrancan siempre con la palabra “tengo” son cambiantes, son un alto en el camino, son tan escasos como grande es su mensaje. A veces tendrá amiga o no la tendrá, tendrá hermanos o no, tendrá novio o no lo tendrá… pero no cambiará una estructura fiel que nos acompañará sin tregua. Imposible informar más con menos. La autora sabe responder a través de esas frases tan mínimas, esenciales, el gran cuestionamiento que genera la pregunta: ¿quién soy? ¿Qué soy en medio del tsunami que me arrastra? Más allá de profesiones, de carreras, de fiestas, de invitaciones. ¿Quién coño soy? ¿Qué tengo, qué soy?

Comerás flores es un libro armónico, pleno, capaz de responder a esas preguntas y de arrojar luz a un territorio tan difícil como las tramas de la intimidad sin grandes sucesos, del amor y desamor sin obviedades, de la toxicidad disfrazada, de la violencia sin golpes y del crecimiento sin medallas.

La protagonista no tiene enormes fuerzas para luchar, pero la autora le inyecta las necesarias para hacerlo y para convertir una vida común, la vida de una joven cualquiera con los sufrimientos de cualquiera, en una historia singular. Como se empeña en afirmar cada vez que recurre al “tengo:”, bien podría merecer un último tengo: “Tengo: un buen libro”. Y bienvenida a esta rentrée en que, pese a la abundancia de títulos y como escribió Murakami, siempre hay sitio para que alguien más salte al ring. Especialmente si es bueno.

Comerás flores

Lucía Solla Sobral
Libros del Asteroide, 2025
248 páginas. 19,95 euros

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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