‘La hija del escultor’: la niña Tove Jansson encerrada en una gota de ámbar
Los cuentos de la creadora de los Mumin recogidos en este volumen revelan que, quizá, las infancias felices sean las más paralizantes


Descubrí a Tove Jansson a través de un biopic. La actriz Alma Pöysti, protagonista también de Fallen Leaves, brilla en este filme, titulado Tove, sobre la fluida sentimentalidad de la artista a cuya imaginación debemos los Mumin, pequeñas criaturas con aspecto de hipopótamo, que pertenecen a la familia de los troles. Tove Jansson es un icono queer y quizá hoy esta etiqueta nos hace regresar a su trabajo como escritora. La hija del escultor es una increíble colección de relatos, escritos para adultos, desde una persistente marca de la infancia: algunas personas se quedarían a vivir dentro la infancia y ese deseo es, a la vez, una maldición y la constatación de un privilegio.
Si en el biopic, firmado por Zaida Bergroth, la sombra del padre, el escultor Viktor Jansson, era alargada, en los relatos la misma sombra sigue siendo alargada, pero también refrescante. En La hija del escultor, la imaginación infantil, como sustancia transformadora y constructora de realidad, confluye con el costumbrismo de la vida en las proximidades del puerto de Helsinki: tanto en lo doméstico como en las reverberaciones mágicas, la figura del padre se alza festiva, imponente, cariñosa, original, respetable, próxima. Irradia amor. Lo imanta.
En esa zona de infantiles iluminaciones teóricas, absolutos imaginativos, el padre nunca es una ausencia, sino un cómplice. Un tótem que mira por el rabillo del ojo.
La hija siente celos del mono Poppolino y de la corneja, animales a los que el padre dispensa sus cuidados: sus malos sentimientos se convierten en acciones arrebatadas, que se redimen con un solo sentimiento bueno. El cálculo moral compensa. En ‘La Navidad’, la narradora formula una teoría sobre el odio que nos descubre lo poco naifs que son los pensamientos naifs: “Si uno se pone a odiar en una habitación grande, se muere en el acto, pero si es pequeña, el odio se vuelve hacia dentro…”. En esa zona de infantiles iluminaciones teóricas, absolutos imaginativos, el padre nunca es una ausencia, sino un cómplice. Un tótem que mira por el rabillo del ojo. La niña imagina las fiestas de su padre desde el voladizo en el que está su cama, y disfruta escuchando la balalaika y difuminándose entre el humo del tabaco.
En estas particulares memorias no hay reproche. Ni siquiera cuando en ‘Mascotas y animales’, la narradora coloca a las modelos de su padre en el mismo cajón conceptual que a sus animales de compañía; ni siquiera cuando las venerables exigencias del trabajo del escultor parecen disminuir el mérito de la madre de Tove Jansson, la ilustradora Signe Hammarsten. La madre está siempre ahí; a ella le dedica ‘La nieve’: la extrañeza de habitar un hogar ajeno se anula gracias a la protección materna, a esa calidez entre el cerco de la nieve: en ese momento no importa nada más allá del vínculo entre una madre y su hija.
La voz narrativa es una niña que escribe desde sus cincuenta y cuatro años y que, no tan curiosamente, en su evocación se detiene en las ancianas: Fanny y ‘La vieja que tenía una idea’. La prosa de Jansson destaca por su textura visual, por un uso sobresaliente del color y por su destreza para apresar el momento. Es hermosísimo el retrato de ‘Anna’, un cuento del tesoro bajo las aguas que, como casi todos los relatos de tesoros, tiene un componente de clase; y el de ‘Albert’, en el que la niña narradora se familiariza con la crueldad de la vida y el alivio que puede representar la muerte. Esta evocadora sensorialidad, en la que la naturaleza es antropomórfica y se diviniza lo pequeño, busca aprehender el contorno movedizo de una niña, sus dimensiones, en su relación con Dios, con el padre, con el mundo. La niña, cristalizada dentro de una gota de ámbar, es una mujer de cincuenta y cuatro años. La idea es simultáneamente terrible y hermosísima: quizá las infancias felices sean las más paralizantes.

La hija del escultor
Traducción de Carmen Montes Cano
Minúscula, 2025
136 páginas. 18,50 euros
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