‘Estival’, de Guillermo Aguirre: una novela contra el tiempo de los adultos y la roñosa masculinidad del pasado
La última novela del escritor vasco es un viaje a través de los veranos que debemos haber vivido y que no han sucedido como creemos

Estos días hay un reclamo en televisión, que tiene algo de anuncio dentro de otro anuncio. No es un aviso dirigido hacia los espectadores, sino a los que compran espacios publicitarios. Otro tipo de público, sin duda. En él, se apuesta por hacer marketing en la tele en lugar de en redes sociales, puesto que este medio, según las estadísticas, es el que más recuerdo, confianza y credibilidad despierta. Así pienso en Estival, el último trabajo de Guillermo Aguirre (Bilbao, 41 años): una novela sobre los veranos de Jonás, desde 1984 hasta 2045 que se teje, en cambio, en ausencia de ellos. Y deseo ser una televisión para ustedes y que me permitan, durante estos minutos de amenizarles el aperitivo, contarles algo más sobre este libro en el que se parodia el secreto mejor guardado por los adultos: los recuerdos.
En Estival, el escritor vasco nos invita a acompañar a Jonás, su protagonista, a lo largo de 61 años, pero solo los veranos, lo que le sucede el resto del año decidimos imaginarlo. Este es artista y anhela habitar para sí un tiempo posible. Entonces, esta novela, en la que quien narra no es quien la representa, es un retrato muy afinado sobre varios asuntos que me tienen en un tris últimamente: qué hacer con la masculinidad mohosa y vergonzante del pasado, cómo añadir al folclore familiar leyendas de nuestra cosecha, cómo enfilar hacia la muerte, cómo derruir el mundo de los adultos, que es una cochambrera repleta de disfraces, e igualmente la pregunta final, larguísima e irresoluble: ¿cómo transformar las distintas crisis vitales en algo que sume? Esos momentos en los que afloran con inminencia y veneno lo que pudimos hacer mejor, donde pudimos ser mejores y o bien no nos atrevimos o bien por esa cosa tan cutre, ley de vida, lo dejamos pasar.
El reto aquí era, y es, recrear un diálogo entre quien se ha sido y quien se está siendo, ego te absolvo, y dignificar esa distancia
La novela es curiosa, y lo es en un sentido de aprender lo que uno no conoce de sí. Es fantástica, aunque haya algún momento en punto muerto, como algún pasaje accesorio o algún personaje latoso. De hecho, se me hace un poco fuerte escribir que acabo de terminar un clásico contemporáneo. Porque poca gente practica esta virtud —más en los libros―, la de guardar una discreción sincera por el oficio narrativo, entre otras cosas. También no tratar al lector de bobo. El reto aquí era, y es, recrear un diálogo entre quien se ha sido y quien se está siendo, ego te absolvo, y dignificar esa distancia; no impostar la voz infantil y luego adolescente, no, que prontamente resulta cursi. La ficción es alejarse, es el margen entre quien cuenta el cuento y el cuento, y se salva ese vacío que se establece, casi por necesidad, mediante un estilo puntero, tenaz, que huye de la obsolescencia de algunas tecnologías y de estar pendiente de modas literarias caducas. La de Guillermo Aguirre es una literatura que nos siniestra contra la página, una escritura que nos azuza y pregunta si deseamos ser un clásico ―un relato que se aproxima a la verdad de lo que nos sucedió en la memoria de un grupo, con cierta distancia― o un mito ―un relato fuertemente idealizado y apuntalado en la memoria de un grupo de lo que nos sucedió, sin ninguna distancia―, en el recuerdo de los demás.
El autor en un punto dice que lo que mola es siempre absurdo y estético, y he echado de menos, en ocasiones, más calidez en el tono, ¿una mayor intimidad? Después me acordé de esa frase tan popular, “el que quiera peces que se moje el culo”, y recordé otra cosa que se dice de pronto en la novela, eso de que crecer es mantener las distancias, y asentí al haber sido capaz de no idealizar el texto y haber disfrutado de esa longitud de onda que no era otra cosa que una muestra de afecto hacia el tiempo narrativo.

Estival
Sexto Piso, 2025
264 páginas. 19,90 euros
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