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Beatles, Dylan, Springsteen y otras viejas glorias exploran sus archivos: ¿el rock en liquidación?

Para algunos un tesoro musical, para otros tan solo material mediocre descartado en su día y que sirve ahora para hacer caja. Los grandes del rock desclasifican grabaciones que pormenorizan su proceso creativo

BABELIA WEB 01/08/2025 CAJAS ALBUM ROCK

Bruce Springsteen abre una vez más su caja fuerte y libera siete álbumes inéditos en el cofre Tracks II: The Lost Albums. La audición es agridulce o descorazonadora, según el espíritu crítico del oyente. Si en 1998 la primera entrega de Tracks supuso un tesoro de canciones rechazadas que hubiesen merecido estar en sus mejores discos de los setenta, anteriores a su decisión de dejar en barbecho a la E Street Band, en esta ocasión la generosa descarga de grabaciones solo logra dibujar a un creador que quiso explorar caminos que no eran los suyos y, salvo en contadas excepciones, se quedó a medias en el intento. Arreglos electrónicos, discutibles incursiones en el country, el pop orquestal o el acervo mexicano, desviándole de la esencia que le convirtió en el artista multitudinario que actúa en estadios ante un público devoto.

No es la única figura anglosajona del ámbito de la música popular que decide compartir material desechado por comercialmente inapropiado o sencillamente mediocre. Curiosamente, alguien tan celoso de su privacidad como Bob Dylan sería el primero en tomar conciencia de un vastísimo legado que debía salir a la luz. Las razones son variadas y atienden a lógicas lucrativas, por los varios miles de aficionados que adquieren artefactos antológicos a precios prohibitivos, también por la extensión del copyright que supone publicar grabaciones que de otro modo entrarían en el dominio público. Hay también una explicación tecnológica en la implantación del CD a mitad de los ochenta, formato que ofrecía el doble de duración de un elepé de vinilo, cuyas propiedades y medidas incitaban a confeccionar exhaustivas antologías.

THE LAST WALTZ CONCERT-THE BAND'S FINAL CONCERT AND MARTIN SCORSESE MOVIE AT WITNERLAND, SAN FRANCISCO 1976

La aparición en tiempos de la contracultura de un histórico bootleg de Dylan, Great White Wonder (1969), sentó las bases incluyendo grabaciones domésticas de canciones propias o tradicionales, no tomas en directo registradas en conciertos, como sería la tónica en la industria pirata de los siguientes años. Tendencia que arrancó con otro incunable oficializado por Dylan, Vol. 4 Live 1966: The “Royal Albert Hall” Concert (1998), documento del cisma entre folk y rock protagonizado por el autor de ‘Blowin’ in the Wind’. El título erróneo del pirata original, tal vez para esquivar responsabilidades legales, cambiaba Mánchester, donde en realidad se grabó, por Londres y su templo victoriano. De ahí el entrecomillado.

Durante los setenta florece una industria subterránea de vinilos ilegales que planchan conciertos y sesiones de estudio de los mitos del rock: The Beatles y The Rolling Stones, Crosby, Stills, Nash & Young y Pink Floyd, Led Zeppelin y AC/DC, etcétera. Algunos artistas avispados, como Frank Zappa, contraatacan en los ochenta siguiendo la máxima del ladrón-que-roba-a-ladrón y reeditando los piratas de más éxito en sus propios sellos. Las dos décadas siguientes elevan las cifras de venta, y la calidad auditiva, gracias al más manejable CD, inundando el mercado de golosas grabaciones editadas gracias a un presunto vacío legal. Hoy, en tiendas y plataformas se encuentran conciertos en vinilo con el subtítulo Radio Broadcasts, emisiones radiofónicas de copyright en un dudoso limbo.

En 1985, Dylan vuelve a adelantarse con la edición de Biograph —selección de sus mejores creaciones que añadía una tercera parte de inéditos— a la moda de los boxsets, lujosas cajas que proponían un compendio de la discografía de un artista y añadían rarezas e inéditos. Ejemplares fueron las dedicadas a Sam Cooke y James Brown, Elvis Presley y Waylon Jennings, The Who y The Beach Boys, The Band y Booker T. & The MGs, etcétera. En el nuevo milenio, al descender las ventas de formatos físicos, la industria dejó de verlas como un negocio provechoso —al fin y al cabo se compilaban con fondos de catálogo, sin el dispendio de una nueva producción— y fueron relegadas.

Una vez más, Dylan estrena una práctica hoy común con The Bootleg Series Volumes 1-3: Rare & Unreleased 1961-1991. La serie de publicaciones antaño piratas va ya por el volumen 17º, pero no todas las entregas ofrecen el valor histórico de Vol. 12: The Cutting Edge 1965-1966 (2015), artefacto editado en distintas configuraciones que alberga su etapa mercurial, el trasvase hacia la electricidad que transformó el rock. Por 600 dólares el aficionado con posibles podía adquirir una caja con 18 discos y 379 tomas de estudio, es decir, absolutamente todo lo que quedó registrado en aquellos años. Tamaño mamotreto existe porque, según las previsiones de su discográfica, hay 500 personas dispuestas no solo a pagar el precio sino a escuchar atentamente cada nota, cada diferencia en las 20 tomas incluidas de ‘Like a Rolling Stone’. Hubo también ediciones de seis discos y un doble CD, suficientes para hacerse una idea.

¿Es lícito dar a conocer los bocetos y tentativas que dieron como resultado una gran obra musical que tuvo incidencia social y resonancia histórica además de artística? ¿Desvirtúa esa publicación la obra dada por buena en su día o, al contrario, la magnifica al mostrar el proceso que la conformó? ¿Qué pasaba por la mente de Dylan cuando, al publicar Infidels (1983), decidió dejar fuera ‘Blind Willie McTell’, una de sus canciones más queridas en los últimos tiempos? ¿No sería mejor esperar a que el artista ya no esté entre nosotros para desnudar su proceso creativo? O, al contrario, que se publiquen en vida certifica su anuencia con el proyecto —aunque, dados los leoninos contratos discográficos, no siempre el músico participa— validándolos de cara al oyente. Como decía Lou Reed: “Por algo los llaman descartes”.

Ron Wood, George Harrison, Johnny Cash, Roger McGuinn and Bob Dylan

Otros gigantes culturales del pop, The Beatles, no han sido tan generosos con sus archivos. Los abrieron por vez primera en 1995 con los tres volúmenes dobles de Anthology, donde mostraban material inédito, tomas descartadas y versiones alternativas de sus canciones más populares. Aquellos discos eran parte de una operación mayor que incluía una serie documental emitida por televisión y un libro que daba la palabra a los protagonistas en una historia oral obviamente sesgada por su procedencia oficiosa. Escuchar una ‘A Day in the Life’ confeccionada con retales distintos a los de la incluida en Sgt. Pepper’s resulta indudablemente atrayente, aunque no supere a la publicada en su día. En primer lugar, porque si el grupo y su productor George Martin la dieron por definitiva, sería por algo. En segundo, y más importante, porque al escucharla cientos de veces la hemos hecho nuestra, añadiendo recuerdos de las primeras veces, sumando las distintas emociones que a lo largo de los años nos fue proporcionando. Una vez entregada por el compositor, una canción la cincela en su inconsciente el oyente. Es el poder secreto de la música, del arte.

Rácanos, pues, en comparación con Dylan, The Beatles equilibrarían la balanza al permitir sus miembros vivos y los herederos de Lennon y Harrison la serie Get Back (2021), documental que exponía en toda su veracidad las últimas sesiones del grupo, excepcionalmente revisitadas por el cineasta Peter Jackson. No hubo edición discográfica, pero sí un salto cuántico en la preservación audiovisual del proceso creativo de un conjunto musical en un estudio de grabación.

Neil Young es otro que ha fomentado la publicación de sus archivos con casi la misma dedicación que Dylan. Su monumental operación The Archives —cajas de gran tamaño que contienen discos de audio y de vídeo, más material impreso con toda la información de lo incluido— ha sido más pausada de lo anunciado, pero ofrecerá a futuras generaciones una completa panorámica de su vida y obra. Se inició con The Archives Vol. 1 1963-1972 (2006) y ha llegado hasta un tercer volumen, aparecido en 2024, que trata el polémico periodo que va de 1976 a 1987.

No fue tan cauto Young como Springsteen y, en los ochenta, publicó grabaciones donde fusionaba sus raíces campestres y rockeras con primitiva electrónica y voces filtradas, lo que le ganó una demanda judicial por parte de su sello por no grabar discos en su faceta más reconocible, como si el trabajo del artista fuese repetirse, no seguir su instinto sin saber adónde puede llevarle. Sí fue dubitativo, ¡y fumaba demasiada marihuana!, pues completó discos que fueron desechados, por la discográfica o por él mismo, reformulando algunas canciones en sus siguientes álbumes. Rescatados en los últimos años, aportan detalles y secuencias que el estudioso agradecerá. Por ejemplo, Hitchhiker (2017), grabado el verano de 1976 junto a su productor de confianza David Briggs, devuelto por la discográfica aduciendo que aquello eran maquetas y debían regrabarse con acompañamiento instrumental. Ocho de sus diez canciones aparecerían en discos oficiales posteriores.

Entre 1971 y 1974 se confeccionó Homegrown (2020), otro álbum acústico que Young decidió archivar en 1975 por sus canciones de una doliente intimidad, expresión de su desa­sosiego durante una separación sentimental. Curiosamente, en su lugar publicaría Tonight’s the Night, abismal duelo a raíz de la muerte por sobredosis de dos miembros de su equipo. Una mala racha en la relación con su esposa, Pegi, fue la razón de que un álbum grabado junto a Crazy Horse fuese también abandonado en 2000, finalmente publicado 20 años más tarde con un título en referencia al estudio californiano donde se grabó: Toast.

Pieza legendaria durante décadas, en 1977 Chrome Dreams (2023) iba a ser el nuevo lanzamiento, también abortado, de Young. Una copia de este sería pirateada repetidamente durante décadas; el repertorio incluía algunas de sus mejores canciones de los setenta, unas rescatadas en posteriores álbumes, otras olvidadas. Del mismo año son las tomas incluidas en Oceanside Countryside (2025), que hubiese precedido al publicado Comes a Time. Pero ¿no resulta reiterativo editar, en Dume (2024), el grueso de las sesiones que dieron lugar al esencial Zuma de 1975, una de las cimas de la complicidad con su banda más primordial, los ya extintos Crazy Horse?

Volvamos a Springsteen. ¿Es tan decepcionante Tracks II como parece en una primera escucha? La más prestigiosa revista musical británica —que en contraportada luce publicidad del cofre— le concede su máxima puntuación y considera estos siete álbumes un material valioso. Lo es, artística y comercialmente, páginas olvidadas de un autor fundamental del rock que siempre afrontó realidades sociales y políticas, y aunque musicalmente estas canciones no puedan compararse a sus obras más destacadas, abundan en esos relatos del reverso proletario y oscuro del sueño americano que le caracterizan. Ya anuncia un nuevo volumen, Tracks III, con cinco discos inéditos más, y el mitificado Nebraska grabado con la E Street Band, que en su día fue archivado por insatisfactorio, publicándose las maquetas en solitario.

El fin de la historia es una realidad inminente en el ámbito del rock, que en los años sesenta fue dominante industrial y culturalmente, creando una comunidad de jóvenes que tenían en discos y conciertos un punto de encuentro ante el mundo adulto, un lenguaje propio con el que cuestionar el sistema, una red de redes mucho antes de que llegase internet. Que afloren estos archivos musicales ayuda a revisar y comprender el florecimiento cultural que produjo esta música, hoy degenerada en otro comercio virtual más. Es lo que hay.

Más vuelos psicodélicos en directo de Grateful Dead que en estudio

En el contexto de las actuaciones en vivo, son pantagruélica referencia Grateful Dead. No solo comprendieron que su razón de ser radicaba en su capacidad escénica y que una composición solo es un punto de partida al que ir añadiendo acentos y vivencias, un organismo vivo, sino que alentaron a sus seguidores a grabar sin problemas los conciertos. De ahí que sus grabaciones en estudio sean minoría frente a las numerosas ediciones que documentan sus vuelos psicodélicos a partir del rico acervo de la música norteamericana de raíces. Pocas bandas han sido tan conscientes de que debían preservar su legado y, en su sexagésimo aniversario, lanzan Enjoying the Ride (2025), un cofre con 60 discos y 400 grabaciones inéditas. El hilo narrativo es geográfico: la caja propone un documentado viaje por las salas legendarias del país, del Fillmore de San Francisco al neoyorquino Madison Square Garden, trama sustentada en la “guía turística”, con notas informativas y abundantes fotografías, que acompaña a los discos. Existe versión reducida a tres discos, The Music Never Stopped.

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