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Biblioteca española de Nueva York

La Feria del Libro de Madrid está dedicada a la ciudad estadounidense. Juan Ramón Jiménez y Lorca la convirtieron en el siglo XX en musa capital de la poesía española, y sucesivas generaciones de escritores han alimentado su inagotable relato

Collage de interior del libro 'Visión de Nueva York'.
Andrea Aguilar

“La ciudad me desconcierta enormemente. Se pasa de un enorme lirismo de la materia bruta, a una rudeza de la materia bruta. No sé por qué he pensado en el motor de explosión. Ya sabes que el motor ese funciona gracias a un encadenamiento de pequeños estallidos sucesivos, a un rosario de explosiones. Pues bien, NY se me antoja así: procede por estallidos, por sacudidas. Violencia, todo es violento. Y claro, al lado de lo violento su indispensable contrario, lo tranquilo, lo quieto”, escribió el poeta Pedro Salinas a su esposa Margarita Bonmatí en una carta fechada el 13 de septiembre de 1936, cuando estaba recién llegado a la ciudad casi dos meses después de que estallara la Guerra Civil en España. “Se confirma mi impresión Marg, Oriental y violenta es Nueva York…. ¿Todo quiere decir algo? ¿Qué quiere decir New York?” La pregunta del profesor, que vivió el resto de su vida en el exilio, sigue vigente en los millones de textos que la ciudad inspira y ha inspirado, porque parecería que escribir sobre los cinco boroughs que se extienden entre las orillas del río Hudson y el East River es casi un acto reflejo para quien pisa sus calles.

En cualquier librería de la ciudad existe una abultada sección dedicada a la misma Nueva York que lo deja claro: su popularidad editorial y literaria es apabullante. Su leyenda y mito en torno a sí misma (fotogénica, egocéntrica, neurótica, absorbente, ambiciosa, rabiosamente vital, densa, contradictoria) también. Y ante ese vasto panorama de libros, las huellas de la literatura española en esa ciudad cabría pensar que están dispersas y se pierden. Pero la lista de autores españoles que han escrito sobre ella, sin embargo, está repleta, y se acercaría al grosor de las viejas guías telefónicas si se ampliara el círculo para abarcar escritores en español, porque, al fin, Nueva York es punto neurálgico de la cultura latina.

Autorretrato Federico García Lorca, Poeta en Nueva York.

En Manhattan se fraguó una revolución poética y literaria capital a principios del siglo XX. Julio Neira en el estudio Historia poética de Nueva York en la España contemporánea (Cátedra, 2012) sigue la pista a los versos que ha inspirado y destaca “la larga relación de excelentes libros, series de poemas y poemas sueltos” con Nueva York como escenario en el último siglo, en los que se retrata “la intensa experiencia vital” de esa ciudad.

El poeta de Moguer Juan Ramón Jiménez y su Diario de un poeta recién casado, escrito en 1919, abre ese capítulo nuevo y decisivo: “Estoy ya en el centro en donde lo que viene y lo que va unen desilusiones de llegada y partida. ¡New York, maravillosa New York! ¡Presencia tuya, olvido de todo!”. Llegó en barco desde Cádiz y arrancó el libro en aquel largo viaje, la familia de su novia Zenobia Camprubí vivía allí y allí se casaron. Prosa y verso, diario y poemario, el libro entrecruza géneros, ideas, sentimientos, observaciones. Y si el poeta se hace eco en él, abiertamente, de la influencia que tuvieron los poemas del nicaragüense Rubén Darío sobre la ciudad, ese Diario también dejó huella indirecta en el siguiente hito, el icónico Poeta en Nueva York de Federico García Lorca.

Durante su estancia en 1929 en Manhattan, epítome de la urbe capitalista y moderna, el granadino descubrió las películas habladas, Harlem, los rascacielos, y, como también trasladó a su familia en sus cartas, vio el descomunal crack de Wall Street en esas calles aledañas a la bolsa. El aliento y los gritos que contiene ese poemario surrealista reverberan desde entonces y mantienen intacta su fuerza que cautiva también a los anglosajones, en una particular “angustia de la influencia” que se prolonga en el tiempo, como señala el estudioso Andrés Soria Olmedo.

Ilustración de Juan Carlos Eguillor para 'Poeta en Nueva York', de Federico García Lorca, editorial Prames (2006)

El exilio llevó a Nueva York a la familia del poeta y a muchos de sus amigos. Epistolarios como Poco a poco os hablaré de todo. Historia del exilio en Nueva York de la familia de los Ríos, Giner y Urruti. Cartas 1936- 1953 (Residencia de Estudiantes), y biografías como Lo que en nosotros vive (Tusquets) de Manuel Fernández Montesinos o Recuerdos míos de Isabel García Lorca (Tusquets) recogen esa historia. El Nueva York del exilio aparece en las cartas de Zenobia Camprubí (tres tomos editados también por la Residencia de Estudiantes) o en Pasatiempo (Renacimiento) de Luis Quintanilla. Y el recientemente editado Excomunistas. De la Revolución a la Guerra Fría cultural: Joaquín Maurín (1896-1973) (Galaxia Gutenberg) escrito por Alberto Sabio Alcutén, reconstruye la peripecia vital del aragonés, miembro del POUM que acabó montando en Nueva York una agencia de prensa, American Literary Agency en la que colaboró el también exiliado Ramón J. Sender.

Antes del destierro y de la guerra José Moreno Villa escribió Pruebas de Nueva York (Pretextos) y Jacinta la pelirroja dando cuenta de su romance con una neoyorquina y su viaje a esa ciudad. El ya mencionado Pedro Salinas, Jorge Guillén, o Luis Cernuda escribieron sobre Nueva York en cartas y versos. La ciudad está inscrita en el mapa de la diáspora del exilio. Y en una generación poética posterior, la de los cincuenta, José Hierro tomó el relevo con Cuaderno de Nueva York (Hiperión, 1998), una obra que parte de sus viajes a la ciudad y sus estancias en casa del poeta Dionisio Cañas y el crítico José Olivio Jiménez.

Más allá de la rica veta poética, otro gran género para autores españoles del último siglo en relación con Nueva York es la literatura de viajes en un sentido amplio del término. Julio Camba con La ciudad automática; Fin de semana en Nueva York, de Josep Pla; Nueva York (Destino, 1986), de Eduardo Mendoza; Historias de Nueva York, de Enric González; Diccionario de Nueva York, de Alfonso Armada; New York, New York, de Javier Reverte; Ventanas de Manhattan, de Antonio Muñoz Molina, retratan sus percepciones y la historia de esa ciudad de ritmo frenético, cuya promesa encandila y desgarra.

El relato va cambiando. “La imagen que transmiten de Nueva Yok Julio Camba o el socialista Luis Araquistáin es rotundamente negativa, pero en general la sociedad española, la España urbana y moderna, siente fascinación”, apunta Juan Francisco Fuentes, autor de Bienvenido Mister Chaplin (Taurus), un estudio sobre la influencia estadounidense en la España de Entreguerras. “Esto suguiere que el imaginario sobre Nueva York lo crearon las imágenes, las películas y las fotos, no los textos. Rascacielos, coches, bullicio, era como una visión anticipada del futuro”.

“Es un lugar que se conoce y a la vez nunca se acaba de conocer”, reflexiona al teléfono José María Conget, en varios de cuyos libros asoma esa metrópolis de los rascacielos a la que llegó en los años setenta. “Ahí estaba todo: las novelas y el cine, los poemas, Latinoamérica, el exilio, ¿qué es lo que no podías encontrar?”. Cuando se puso a escribir de Nueva York por primera vez decidió hablar de su entorno inmediato: la esquina de su calle que da título a Cincuenta y tres y Octava (Xordica), donde recoge un día cualquiera de 1993 con pequeños episodios de personajes que veía. “Más que esplendores, hay allí mucha mugre”, bromea.

Lugares que no quiero compartir con nadie y Noches sin dormir son los dos libros en los que Elvira Lindo narró sus 10 años en Nueva York: “Cuando escribí el primero empezaba a vivir allí y esa era mi mirada de recién llegada, con humor e intuición. El segundo es la despedida de quien sabe que se va a ir, pero ya está asentada, tiene una cotidianeidad”. En esas calles, “perfectas para contar y llenas de expectativas de alcanzar una vida mejor”, ella se topó con los clichés que “hemos asumido, que forman parte de esa ciudad, aunque sabes que hay otras cosas”. En esas otras cosas se sumerge Más allá del bien y del mal, experiencias de una psicóloga forense (Debate), donde Virginia Barber habla de la prisión de Rikers Island y la unidad de psiquiatría forense en el hospital de Bellevue.

Collage de interior del libro 'Visión de Nueva York'.

¿Y en el capítulo de la ficción? Cromos del enigmático Felipe Alfau, originalmente escrita en inglés en 1948 y publicada en 1990 se detiene en la historia de la inmigración española en esa ciudad, un tema que también abordó María Dueñas en el superventas Las hijas del capitán. Javier Moro rescató en la novela A prueba de fuego la figura del maestro de obra y constructor valenciano Rafael Guastavino, quien a principios del siglo XX triunfó en Nueva York al exportar allí las bóvedas tabicadas que aún hoy sostienen lugares tan icónicos como la estación Grand Central. Jordi Puntí en su novela sobre el músico Xavier Cugat, Confeti (Anagrama) también recrea un tiempo pasado en Nueva York. Más cerca temporalmente está la ciudad descrita en uno de los episodios de Matar el nervio (Random House) de Anna Pazos. Y francamente divertida es la escena del alter ego de Enrique Vila Matas en casa de Paul Auster en Dublinesca. También sitúa en Nueva York su relato sobre la búsqueda de un cuadro de Hopper en The Roger Smith Hotel.

La novela ganadora del premio Biblioteca Breve 2025, El vuelo del hombre, de Benjamín G. Rosado, hace un guiño a Auster y tiene Nueva York en una de sus partes. En este subcapítulo de ficción galardonada destaca Llámame Brooklyn (Destino, 2006) con la que Eduardo Lago se alzó con el premio Nadal, y Bilbao-Nueva York-Bilbao (Seix Barral) en la que Kirmen Uribe reconstruía una historia familiar en un vuelo transatlántico y que le valió en 2009 el Nacional de Narrativa.

También Marina Perezagua, premio Sor Juan Inés de la Cruz, situó en la ciudad, donde se ha formado y ha desarrollado su carrera docente y literaria, Don Quijote de Manhattan. Ahora, el gran parque de Queens, da nombre a su nueva colección de relatos Luna Park (Páginas de Espuma). “Han pasado 25 años desde que llegué y la ciudad ha cambiado mucho. Es un lugar estimulante para la escritura; tiene esos contrastes, que hoy se han desbordado. La épica de la ciudad, la lucha y los sueños del inmigrante, la solidaridad, la locura en las calles, ese no parar. Engancha”, explica Perezagua.

Recientes también son las reediciones de dos clásicos sobre Nueva York. Con motivo del centenario de Carmen Martín Gaite, —la autora de la célebre Caperucita en Manhattan que ha acercado esa isla, con un “pastel de espinacas” en el centro, a varias generaciones de niños— se ha recuperado Visión de Nueva York (Siruela), el precioso libro con los collages que la escritora armó en los ochenta y que se publicó póstumamente. También ha vuelto a las librerías El hombre que inventó Manhattan, la colección de relatos que Ray Loriga sacó hace 20 años. “Nueva York es un lugar como cualquier otro, pero donde ha estado mucha gente y todos creen que lo conocen: dificilísimo y apetecible. Cómo hablar de la vida de nadie allí y buscar un ángulo”, comenta. Él cuenta que arrancó cuando el operario responsable del edificio donde vivía apareció ahorcado con sus tirantes en el sótano. “Pensé que Nueva York no le dio lo que buscaba, porque nunca te da lo que buscas”, recuerda.

La ciudad no se detiene, se sigue narrando y fabulando. Porque como escribe el poeta Dionisio Cañas en Fragmentos, “Nueva York es un imán, un centro de gravitación, que atrae a todos aquellos que creen que con solo por estar pegado a él sus vidas y sus obras van a adquirir un aurea especial, diferente. Pero Nueva York es también una trituradora implacable”. Ahí palpita su corazón literario. Ese al que cantó Lorca en sus versos: “Nueva York de alambre y de muerte / ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?”.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.
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