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El oficio de comprender a Pavese

El escritor francés Pierre Adrian recorre en ‘Hotel Roma’ la vida y los lugares del autor italiano, partiendo de la habitación en la que se suicidó en 1950

Cesare Pavese, en Roma en 1949-1950.
Íñigo Domínguez

Cesare Pavese, uno de los grandes escritores italianos del siglo XX, es uno de esos autores con un punto oscuro, indescifrable, a los que uno se puede enganchar. “El oficio de vivir está en mi mesilla desde hace años”, confiesa el escritor francés Pierre Adrian, de 33 años. Con el tiempo, Pavese se ha convertido para él en una especie de compañero de vida, cuenta en un bar de Roma, hablando de su libro Hotel Roma (Tusquets), que se acaba de publicar en España y es, al mismo tiempo, un homenaje al escritor piamontés y un intento de desentrañar su misterio. “Hay muchos escritores que leo porque me ayudan a escribir. En cambio, Pavese me ayuda a vivir”, explica.

Esa es una de las paradojas de Pavese, que enseñe a vivir. Solitario y atormentado, se suicidó en 1950, con 41 años, en el Hotel Roma de Turín. Tenía esa habilidad para captar el secreto de la vida, en sus cuentos, en sus poemas, pero el título que dio a su diario póstumo, El oficio de vivir, revela que se tomaba la vida como algo muy trabajoso. Dentro de lo trágico, en todo caso, su despedida está entre las más tranquilizadoras que se conocen, con un toque de humor: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No cotilleéis demasiado”.

Pavese se suicidó tras ganar el premio literario italiano más prestigioso, el Strega, y después de perder, su enésima desilusión amorosa, a la mujer de la que se había enamorado, una actriz norteamericana que al ver la noticia añadió otra nota de humor, esta vez involuntario: “Dios mío, no sabía que fuera un escritor tan importante”. En su viaje para descifrar a Pavese, Adrian parte del final, de esa habitación del Hotel Roma, frente a la estación de Turín, donde el escritor, como señaló su amiga Natalia Ginzburg, quiso morir “en la ciudad que le pertenecía, como un forastero”. Ginzburg, escritora de una perspicacia deslumbrante, hizo un afectuoso y melancólico retrato de Pavese en su libro Las pequeñas virtudes que es una pequeña obra maestra.

Hotel Roma es una indagación sobre Pavese de otro escritor, un lector apasionado que recorre la vida del autor entrelazándola con la suya. El libro nace, es curioso, en un momento de encierro e introspección total, la pandemia: “Durante la cuarentena releí todo Pavese en casa y entonces me planteé: ¿por qué no ir a Italia tras sus pasos?”. Adrian se toma él mismo como un oficio la tarea de comprender a Pavese. Reconstruye su vida y la de sus escritos, viaja a sus lugares, a su pueblo, en la comarca de Langhe, obviamente a Turín, o a Brancaleone, el pueblo calabrés en el que fue confinado por el fascismo durante siete meses, y donde empezó su diario.

El escritor Pierre Adrian.

Adrian ya hizo algo parecido con 23 años y con otro autor que admira, su primer maestro, Pasolini, en su libro La pista Pasolini (2015), premiado en Francia. Hablar de Pasolini es hablar de Roma, una ciudad que cautivó a Adrian, hasta quedarse a vivir en ella y aprender italiano. Devorando literatura italiana llegó a Pavese. “Primero con la poesía, con Trabajar cansa. El primer poema, Mares del Sur, es maravilloso. Luego, claro, llegué a El oficio de vivir”, recuerda. En realidad, el diario de Pavese es un libro extraño para tener en la mesilla de noche. Se entra en una intimidad opresiva, oscura. “Sí, es muy contrario a mi naturaleza, soy una persona bastante alegre, pero lo que dice Pavese es que encuentra la vida muy bella, pero él se siente despegado de toda esta belleza, reconoce la belleza de vivir, pero no consigue vivir”. Por eso le resulta un oficio laborioso, la vida no sale sola. “Exacto, y dice una cosa muy bonita: no cree en la continuidad, dice que cada día se empieza todo de nuevo, a mí esto me gusta mucho, se siente en el diario”. Adrian escribe que si hay una regla de vida a la que se aferra es la que dejó escrita Pavese, vivir y trabajar “para el día de hoy, no para la eternidad”.

Como diario, El oficio de vivir no es un diario muy normal. No es de esos en los que resulta evidente que el autor cuenta con que luego sean leídos. No, Pavese es de una sinceridad desconcertante. Lo dejó para que se leyera ―ordenado, con título y firmado―, pero en ocasiones es tan crudo que no parece escrito para ser leído. “No sientes que estás leyendo algo elaborado, entre líneas reconoces la vida, la sangre, la carne, es algo vivo, auténtico. Y de todos modos se lee muy bien, su escritura es seca, simple, una idea por frase. No puede traicionar las palabras. Siendo traductor, buscaba siempre la palabra justa”. Pavese, de hecho, se pregunta constantemente no solo cómo vivir, sino cómo escribir, qué decir.

Aun así, pese a hablar mucho de sí mismo, obsesivo pero lúcido, Pavese no deja de ser cada vez más enrevesado y hermético. Como decía Ginzburg, “se enreda y se ramifica como una vegetación tortuosa y sofocante”. Quizá todo sea simplemente necesidad de afecto. Para Adrian lo más triste de Pavese no es su muerte, sino “el hecho de que su sed de amor nunca haya sido saciada”. “Nunca se sintió amado, una cosa terrible. Siempre he pensado que quizá hoy habría vivido un poco mejor, habría podido vivir su sensibilidad, una parte de él muy femenina, de forma más tranquila. Dice cosas horrendas sobre las mujeres, pero tiene protagonistas femeninas bellísimas”, reflexiona. Por citar una cosa tremenda, fruto de su frustración: “Son un pueblo enemigo, las mujeres, como el pueblo alemán” (dicho en 1946).

El diario casi no tiene estilo, es muy diferente del Pavese de poemas y novelas, en los que hace un trabajo literario, consciente, adulto, con una voz propia. Pero en el diario es como si siempre hubiera sido un adolescente. Así lo veía Ginzburg: “Pensábamos, por mucho tiempo, que se curaría de esa tristeza, cuando se decidiera a convertirse en adulto”. En aquel lugar fascinante que debía de ser la editorial Einaudi, donde Pavese trabajaba con Ginzburg, Italo Calvino, Elio Vittorini, era querido como un bicho raro. Calvino escribió una carta conmovedora tras su muerte en la que contaba que no estaba sorprendido, “pero, con todo, yo creía que era un hombre duro y resistente, una trinchera: la clase de persona en la que pensamos cuando nos sentimos desesperados y queremos infundirnos valor”.

Adrian señala que el diario es un mundo cerrado, no existe el exterior, no hay menciones a todo lo que pasa en esos años, entre 1935 y 1950. “Yo creo que por eso se lee muy bien hoy, y se leerá muy bien dentro de cien años. Es el diario, día a día, de una vida humana”. Adrian buscó, por ejemplo, si en 1949 mencionaba la tragedia de Superga, el accidente aéreo en el que murió todo el equipo del Torino y que conmocionó al mundo. “No hay ni una palabra, y más de la mitad de la ciudad fue al funeral”.

En sus pesquisas, el autor logró dar con un viejo amigo de Pavese. Para él, la clave para comprender al escritor es el trauma del hijo de campesinos que ve desaparecer un mundo antiguo, el pasado y las raíces, y llega a la ciudad como un extraño. De hecho, elige morir en Turín como un viajero de paso. “Creo que es una experiencia que podemos tener todos, aunque no sea tan brutal, porque vemos desaparecer las cosas del pasado, de nuestra infancia, es la vida obviamente, pero es difícil aceptar el fin de las cosas”, reflexiona Adrian. “Cada fin de algo, de una comida con amigos, de un domingo, de un partido de fútbol, es algo desgarrador, pero esto revela un amor profundo por la vida, que es algo bello, fantástico”.

El escrito francés Pierre Adrian, en un parque de Roma.

Algo de Pavese está en el aire al final de la conversación al preguntarle a Pierre Adrian por qué le gusta Italia: “Por la sensación de que la gente vive para el día de hoy, no para hacer carrera, por el futuro. Se contenta de las pequeñas distracciones de la vida, de comer, de beber un café, de todo lo que te rodea y que te ayuda a vivir. Además Italia tiene una relación profunda con el pasado. El pasado te constituye, saber de donde vienes es importante. En Italia todavía existen los dialectos, es un país muy provincial, que para mí no es un defecto, sino una cosa bellísima, significa diferencia, alteridad. Francia ya no es así”.

Hotel Roma

Pierre Adrian
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona
Tusquets, 2025
208 páginas
19 euros

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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