La escritura como hogar secreto
En ‘Llego con tres heridas’, Violeta Gil construye un espacio de intimidad mientras dibuja la historia reciente de España
Creadora escénica y autora del libro de poemas antes de que tiréis mis cosas (Arrebato, 2019), Violeta Gil (Segovia, 1983) construye su primer ejercicio narrativo con una voluntaria claridad estructural. Tres partes bien delimitadas, tanto espacial como temáticamente, se corresponden con las heridas del poema de Miguel Hernández (convertido en himno generacional por Serrat): vida, muerte, amor. Es decir, tres círculos concéntricos ahondan en una misma herida: ¿de dónde vengo? Para ello bucea en sus orígenes familiares en el pueblo extremeño de Cheles, en la frontera con Portugal, donde visita y “entrevista” al abuelo paterno, militar jubilado de más de noventa años, y se pregunta por el colonialismo español en Guinea. O termina en Hoyuelos, pueblo segoviano donde los padres de la narradora, médicos, fueron a vivir a una “especie de comuna” (una generación que lo había “hecho todo diferente, pero les salía todo igual que a sus padres”) con la idea de quedarse también ella a vivir allí, entre la huida y la búsqueda de un nuevo arraigo, tras una reciente ruptura sentimental: “La idea de estar aquí me gusta más que el propio hecho”.
Pero valga decir que nada hay en esta división tan nítida de limitación narrativa, sino de voluntad de conocimiento; poner orden donde, a primera vista, no lo hay. Y en el capítulo central los lectores comprendemos aquello que hasta bien entrada la adolescencia de la narradora fue también un secreto para ella misma: su padre, muerto cuando ella apenas tenía nueve meses, se había suicidado.
Llego con tres heridas se presenta, entonces, como el ejercicio valiente de “despedida amistosa de mi padre”. “Escribir para entender, escribir para dolerse. Escribir un libro para que alguien pueda morir y también quedarse [...] sin tragedia, pero sin ligereza. Sin distancia, sin ironía, sin parálisis”.
También con una notable paciencia para que cada detalle del libro se vaya aposentando en un dibujo general más amplio: la historia de la España de los últimos cuarenta años. Y para dejarse ganar por los personajes principales de Llego con tres heridas: la madre de la narradora, el abuelo paterno, los familiares y amigos. Los supervivientes.
Llego con tres heridas es un libro con un claro aire de época, sobre todo en el enfoque de sus temas, pero hablar de la España vaciada, de literatura de duelo o de terapia relacional se quedan cortos frente a la solvencia de Violeta Gil para construir un espacio de intimidad leve y abstracto. Y es indudable su apariencia de “primer libro”, pero también por sus virtudes: el sosiego para contar cuestiones que han requerido una decantación, “por fin me doy cuenta de que estoy aquí, en lugar de mirando las cosas con distancia”. Una gracia que vuelve esta escritura invulnerable tendencias, y ambiciosa y fluida: a veces coquetea con el verso, con el diálogo ficticio o se concentra en un presente narrativo marcadamente visual. Es ahí donde de Violeta Gil (como su padre en las cartas y notas que la autora transcribe) encuentra un hogar flexible y duradero. No en Cheles, ni en Hoyuelos. Ni en una pareja ni en una familia ni en una utópica repoblación de pueblos abandonados. Tampoco en el padre ausente. Sino en el puro pulso narrativo, incómodo e inacabado (maravillosamente impersonal) de la propia escritura.

Llego con tres heridas
Caballo de Troya, 2022
208 páginas. 14,90 euros
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