Carmen M. Cáceres: “El desahorro es un recordatorio de nuestra fragilidad como clase media”
La ganadora del premio Medifé Filba por su novela ‘La ficción del ahorro’ subraya el rol del dinero para moldear nuestra imaginación y la dificultad creciente para imaginar un futuro


“Caminamos despacio. Es algo que los posadeños aprendemos de chicos, hay que desplazarse sin alterar la sangre, como los reptiles, persiguiendo la sombra de árboles y marquesinas, desconfiando de quienes ven un mérito en la velocidad”, dice la narradora de La ficción del ahorro (Fiordo, 2024), de la argentina Carmen M. Cáceres (Posadas, 44 años). En una Buenos Aires pre veraniega, donde los termómetros superan los 30 grados y los porteños corren acelerados de un lado al otro, Cáceres se acerca puntual, sonriente y sin prisa al bar pactado para esta entrevista con EL PAÍS. Horas después, ese mismo miércoles, recibirá el premio Fundación Medifé Filba a la mejor novela argentina, dotado con cinco millones de pesos (unos 3.500 dólares).
La obra ganadora bucea entre las ilusiones y miedos de una familia de clase media durante la crisis del corralito de 2001 en Posadas. La ciudad natal de la escritora está situada en el extremo noreste de Argentina, mucho más cerca de Paraguay y Brasil que de la capital argentina.
Cáceres narra ese territorio fronterizo y subtropical con la mirada extrañada de alguien que creció allí, pero que ahora lo ve con ojos de visitante. La vulnerabilidad de los personajes ante el riesgo de perder los ahorros no entiende, en cambio, de fronteras. Es universal y contemporánea. “Desahorrar es vivir en un presente radical y no tener futuro. Lo veo en Argentina, pero también en España desde 2008 a esta parte”, dice Cáceres.
Es escritora, traductora e ilustradora. Vivió en Buenos Aires, en Nueva York y en Madrid, pero hace cinco años regresó al noreste argentino con su pareja —el español Andrés Barba— y sus hijos. “Cada vez me cuesta más armar y sostener un discurso sobre cómo escribo. Escribo como puedo porque tengo dos hijos muy chicos”, reconoce.
Pregunta. ¿Cómo nació el título? ¿El ahorro es una ficción?
Respuesta. Surgió por esta idea de que el dinero moldea nuestra imaginación y de alguna manera marca los límites de lo que somos capaces de imaginar. Y eso pasa en todas las clases, a veces la restringe y a veces la expande, pero en cualquier caso, imaginás hasta lo que crees que podés alcanzar. Es muy difícil imaginar diez clases más arriba de ti o diez clases por debajo. Cada una de esas dos palabras es importante para mí porque todos vivimos en una ficción, nos estamos contando la realidad, imaginándola todo el tiempo. Y esa ficción está, en este caso y en muchos, muy delimitada por la existencia o no de ciertos ahorros. Ahorrás y te imaginás que en algún momento podés ser otro; se acaba el ahorro y ya lo no podés ser.
P. ¿Cómo moldea la imaginación en un país con tanta incertidumbre y crisis como Argentina?
R. Justamente porque es una economía tan inestable, el ahorro o el desahorro, porque creo que hay que hablar de los dos polos, condicionan muchísimo lo contemporáneo, lo inmediato. En este momento se ve todo el tiempo el cambiar los dólares para pagar algo, que vendría a ser el epítome del desahorrar para sostenerte. Esa es un poco la idea de la novela. En España no es tan distinto hoy, porque yo creo que mucha gente de mi generación están todavía chupando del bote de abuelos y de padres desde la crisis de 2008 hacia adelante. Creo que la sensación de vulnerabilidad es transversal a la clase media española y el desahorro es un recordatorio de nuestra fragilidad como clase media.
P. Esa frustración de expectativas respecto a generaciones anteriores, ¿está cambiando la forma de imaginarnos el futuro?
R. Sí. Tanto es así que una parte de la crisis global de hoy es que no somos capaces de imaginar un futuro. Ya no es solo por el desastre climático, no es solo por la posverdad política en la que no nos podemos ilusionar con nada porque todo depende de discursos muy cortoplacistas. Si no que también, como clase, no nos podemos proyectar. Incluso los ricos no pueden proyectarse porque van a vivir cada vez con más paranoia.

P. A la madre no le gusta hablar de dinero, el padrastro se pasa el día repitiendo cifras. ¿Es distinta la relación con el dinero de hombres y mujeres?
R. No lo había pensado, puede ser. Yo pensé en la diferencia que tenemos las personas en nuestra relación con el dinero según el oficio que tenemos. No es la misma relación para alguien que trabaja para el Estado, un funcionario, al que cada mes le aparece la cifra en el banco, que para quienes tienen que hacer gestiones constantes para cobrar.
P. El río Paraná tiene una presencia importante en su novela y en la de otros autores nacionales. ¿Qué lugar ocupa en su imaginario y en el de la literatura argentina?
R. Para mí, en la infancia y adolescencia, el río era una presencia dada, que traía cosas y que era peligroso. Estaba ahí y de repente había inundaciones brutales, era un río torrentoso. Hoy, como se terminó de construir la represa de Yacyretá cien kilómetros más abajo, el río hacia arriba perdió corriente y se volvió más laguna, más recreativo. Es otro río. En lo literario, el Paraná se merece mucha presencia porque también fue el acceso desde la conquista española a esta parte de todo lo que entraba. Es un río con mucha historia y además, es muy diferente en Rosario, donde hay muchos puertos industriales, pero es muy angosto, que en Posadas, que casi no hay puertos industriales, pero es anchísimo y es el mismo río.
P. En la novela se pone en tensión la relación con Buenos Aires, que está 1.000 kilómetros al sur de Posadas, mucho más lejos que la frontera con Paraguay y Brasil. ¿Cómo es esa relación con los países vecinos?
R. La provincia de Misiones está unida al resto de Argentina solo por treinta kilómetros de frontera seca. Si no, sería una isla mediterránea cercada por ríos en el medio del continente. Somos muy argentinos, pero estamos absolutamente influenciados por los países limítrofes, tanto como Mendoza de Chile o Jujuy y Salta de Bolivia. Las zonas fronterizas son ficticias, en tanto que son regiones arbitrariamente delimitadas por trazos políticos.
***
La novela arranca con una imagen cinematográfica. Una joven vuelve a su casa y va con su padrastro a sacar dinero de una caja de seguridad del banco. “La escena de él poniéndole los fajos de dólares alrededor, que es muy incómoda porque implica dinero, cuerpo, una relación filial… es también con la que arrancó en mi cabeza”, cuenta Cáceres. A partir de ahí el libro fue creciendo entre lecturas, correcciones y conversaciones con otros: “Escribo súper lento, corrijo mucho, discuto un montón las novelas con mi pareja y también con amigos que me las leen. En ese sentido, escribo con otros porque me ayuda como a no sentirme cómoda cuando escribo”

P. ¿Sufre, no le resulta placentero escribir?
R. Me encanta escribir, me resulta placentero, pero no quiero estar cómoda con lo que escribo, escribir escenas que ya sé cómo terminan y sé quién es el bueno y quién es el malo.
P. ¿Cuánto permea su trabajo artístico con collages en la escritura de sus libros?
R. Creo que el collage se nota en mi escritura en la forma en que están ensamblados los párrafos, en el ritmo de lectura y en la necesidad de cambiar a cosas diferentes. No escribo desde el principio al final, voy escribiendo un montón de escenas y luego las voy uniendo.
P. ¿Argentina es un buen material para la ficción?
R. Te digo que no porque cualquier país, cualquier pueblo, es un espacio literario maravilloso. Lo que pasa es que la ficción realista en la literatura está un poco denostada por el new weird, esa literatura extraña que tiene un poco de terror, un poco de gótico, un poco de ciencia ficción… y que acá escriben Mariana Enríquez, Juan Mattio, Roberto Chuit Roganovich... Hoy por hoy es el género que más vende y Mattio dice algo así como que eso sucede porque son géneros que trafican con el miedo y explican mejor nuestra relación con los fantasmas del pasado y la imposibilidad de imaginar un futuro. Estoy de acuerdo, pero me parece que una parte de la ficción realista está contando siempre la misma historia, en los mismos escenarios. Para mí la solución no es necesariamente o solamente imaginar otros mundos, sino imaginar otras realidades en este. Hoy parece más fácil imaginar vampiros en Buenos Aires que contar la clase media de Mendoza y eso es lo que nos tenemos que cuestionar.
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