Rituales, fútbol… Los indígenas Paiter Suruí muestran su vida cotidiana a través de sus propias fotos
El Instituto Moreira Salles de São Paulo acoge una muestra con 800 imágenes captadas por los nativos desde los años setenta

Los indígenas brasileños Paiter Suruí fueron contactados por primera vez por el hombre blanco en 1969. Con los primeros antropólogos y los siempre veloces misioneros evangélicos llegaron las cámaras fotográficas. Al principio eran temidas, pero una de ellas se quedó perdida en una aldea y pasó de mano en mano. Empezaba así el gran álbum familiar de esta comunidad indígena, que ahora da el salto a uno de los centros culturales más prestigiosos de Brasil con el objetivo de desmontar los estereotipos normalmente asociados a los indígenas. En la exposición Paiter Suruí, Gente de Verdade, que se puede ver en el Instituto Moreira Salles de São Paulo hasta noviembre, apenas hay escenas de caza con arco y flecha, vistosos tocados de plumas y cuerpos semidesnudos en medio de la selva, lo que se espera mayoritariamente cuando se visita una exposición de fotografía indígena.
En cambio, en las más de 800 fotos expuestas abundan los retratos de celebraciones familiares, partidos de fútbol o visitas a la iglesia. La vida real, la que viven la mayoría de indígenas brasileños a día de hoy.
Detrás de la exposición está el Colectivo Lakapoy, formado por jóvenes comunicadores indígenas del estado de Roraima con apoyo de no indígenas, que han visto en el lenguaje audiovisual una potente arma de resistencia. De ellos partió la idea de rebuscar en los cajones de las casas en busca de las fotos que guardaban las familias.

No obstante, las primeras fotos que se hicieron en las aldeas no estaban allí, sino a muchos kilómetros de distancia, guardadas en los archivos de la Pontificia Universidad Católica de Goiás: los primeros retratos de los Paiter Suruí los hizo en 1969 Jesco von Puttkamer, que acompañaba las expediciones del órgano del Gobierno encargado de las cuestiones indígenas.
La joven Txai Suruí, una de las principales activistas indígenas de Brasil y comisaria de la muestra, resume por videoconferencia el encuentro con todo ese valioso archivo: “Fuimos allí y les dijimos: esas fotos son mi familia”. La universidad colaboró y cedió copias que viajaron hasta las aldeas. Por primera vez, los más ancianos pudieron verse retratados y reconocer a parientes ya fallecidos. Ese reencuentro, documentado en un video, es uno de los momentos más emotivos de la exposición y el único en que aparecen fotos de un no indígena, aunque sea de refilón.
Todo el protagonismo es para las imágenes que ellos mismos han producido en las últimas décadas. “Durante mucho tiempo hemos visto cómo nuestra historia era contada por otros, a través de la perspectiva del otro, no de nuestra mirada”, dice Suruí, feliz de que eso esté empezando a cambiar. Las fotos son del ámbito doméstico, pero involuntariamente ayudan a contar la historia de un pueblo.

Los Paiter Suruí son unas dos mil personas distribuidas en una treintena de aldeas. Su territorio, denominado Tierra Indígena Siete de Septiembre (por el día en que fueron contactados por primera vez por los no indígenas), fue reconocido legalmente por el Estado brasileño en 1983. Su tamaño equivale a 250.000 campos de fútbol y sufre continuas invasiones de furtivos, sobre todo por parte de madereros y garimpeiros, los buscadores ilegales de minerales y piedras preciosas. Los Paiter Suruí han sido pioneros en el uso de la tecnología para defender su tierra, con drones que vigilan desde el cielo las incursiones, y en los usos sostenibles de la selva, con el cultivo ecológico del café o los créditos de carbono, que empezaron a implantar hace casi 20 años, cuando el concepto hoy tan en boga sonaba a ciencia ficción.
La lucha de estos indígenas por la supervivencia está muy bien retratada en documentales como The Territory, de Alex Pritz, pero la exposición no se centra tanto en esas urgencias, sino en el día a día más reposado de las aldeas.
Es lo que emanan las minuciosas descripciones de los pies de foto, elaboradas de forma colectiva (era casi imposible determinar quién hizo cada foto, porque las cámaras pasaban de mano en mano) y donde los protagonistas aparecen con nombre y apellidos. Cada texto es una puerta abierta a un universo en que conviven lo ancestral y lo contemporáneo. Perviven tradiciones como la del matrimonio avuncular (muchas mujeres se casan con sus tíos maternos) pero también hay muchos equipos de fútbol femenino.

Uno de ellos se llama Real Madrid Paiter. Subsisten a duras penas rituales como el Mapimaí, que simboliza la creación del mundo, pero la gran mayoría de los Paiter Suruí son evangélicos. El chamán Perpera, que fue uno de los líderes espirituales más respetados, ahora trabaja para una iglesia, condición que le impide compartir sus conocimientos ancestrales con los más jóvenes.
Más allá del enorme archivo documental y sus correspondientes explicaciones, la exposición también incluye 20 retratos recientes realizados en su mayoría por Ubiratan Suruí, primer fotógrafo profesional de este pueblo, y videos de los influencers Oyorokoe Luciano Suruí y Samily Paiter, que han conquistado Internet llevando al mundo la vida en las aldeas.

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