Una escuela argentina de herrería que forja autonomía y derriba prejuicios
Nacida en 2018 como un espacio de encuentro y aprendizaje, hoy es una cooperativa transfeminista que ofrece formación en un oficio históricamente masculinizado y genera trabajo digno y autogestivo

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El sol forma rectángulos de luz en las calles de Villa Devoto, un barrio de casas bajas en Buenos Aires. En la puerta de una de ellas, justo abajo de la mirilla, hay una pequeña pegatina con el dibujo de un hacha que dice: Cooperativa de Trabajo. Escuela de Herrería Lesbiana. Allí funciona un taller de herrería y procesos de soldadura, que nació como un espacio de encuentro y se transformó en un poderoso colectivo transfeminista de enseñanza y creación de contenidos para brindar herramientas que generen oportunidades dentro del trabajo autogestivo.
¿Por qué se llama Escuela de Herrería Lesbiana? ¿Acaso sólo pueden ir lesbianas? ¿Qué pasa con los varones cis que forman parte? Desde el inicio -casi desde la decisión misma de bautizarse-, el colectivo tuvo que desandar esos prejuicios. “¿Por qué la palabra lesbiana genera tantas preguntas y, a veces, incomodidad? El nombre ahuyenta gente que no queremos en este espacio y convoca a los que queremos cerca”, dice Iván Szarykalo, quien creó la escuela en 2018.

En aquellos años, Argentina vivía una fuerte devaluación del peso, una aceleración de la inflación y un aumento del desempleo. Iván tenía conocimientos de carpintería y algunos oficios. Tomó un taller de herrería y soldadura para aprender y generar una salida laboral alrededor de los oficios. Con el tiempo, decidió compartir ese saber con otras personas.
“Comenzamos con domingos de herrería. Las primeras juntadas eran mis amigas lesbianas. Después, llegaron las amigas de mis amigas y así se fue expandiendo. Quizá al final del segundo año, se acercó el primer varón cis, que preguntó: ‘¿Puedo ir o es sólo para lesbianas?’ Contestamos que era abierto a todo el mundo que sea respetuoso del espacio. Un medio masivo vino a hacernos una nota y ahí pensamos en ponernos Escuela de Herrería Lesbiana. En ese momento fue muy disruptivo”, cuenta Szarykalo.
Las juntadas se convirtieron en una escuela de herrería formal, que luego se transformó en una cooperativa de trabajo. En pandemia, explotaron sus directos en Instagram, donde ahora tienen más de 100.000 seguidores. Este año, unas 45 personas toman sus cursos, otras forman parte de un club de herrería y hay quien alquila el espacio como un coworking para hacer sus muebles, parrillas o estanterías. Algo que sigue maravillando a Iván.

“En algunos vivos de Instagram nos mandaban a lavar los platos. En ese momento, era muy raro ver a una persona feminizada dedicada a este tipo de oficios. ¡Todavía sigue siendo raro! Y que, además de eso, venga una torta (lesbiana) a enseñarte a soldar era demasiado. El sesgo de género era muy fuerte y todavía lo sigue siendo en la metalurgia, la construcción y otros. Está más abierto porque sucedieron muchos cambios a nivel social y cultural, aunque tuvimos un retroceso en los últimos años”, agrega.
Iván habla en un taller rodeado de herramientas en el patio de la casa. Más allá, en el galpón, esperan los objetos a sus dueños: escaleras, mesas, estantes… Alguien acerca un mate. Alguien alimenta un hogar a leña. La mañana está fría, pero acá adentro se está bien. Eugenia Pignataro forma parte de la cooperativa -hace el diseño, organiza el equipamiento y el desarrollo técnico, entre otras tareas-, pero comenzó como alumna.
“Siempre me gustaron las artesanías y manualidades. Desde chica, me fascina coser, bordar, cocinar, la carpintería y la electrónica. ¡Desarmaba radios! Unas amigas venían a este taller y me decían que me iba a encantar”, dice Pignataro, que es arquitecta y diseñadora.

Llegar con una idea. Imaginar un objeto. Diseñarlo. Hacerlo con tus propias manos y llevarlo a casa. Eso que en otros tiempos era una obviedad, hoy puede ser un pequeño gesto revolucionario, a contrapelo de los tiempos que corren. “La gente viene con la idea de hacer un objeto, pero también con otras necesidades que van más allá del objeto y del oficio en sí. A veces, trabajar con las manos te ayuda a procesar conocimiento y a procesar emocionalidad. No sólo aprenden un oficio: trabajan sobre sí mismas, desarrollan su pensamiento abstracto con el diseño de los objetos y procesan qué les pasa poniéndolo en el cuerpo y poniéndolo en algo que crean. Eso es lo que a mí me encanta del diseño”, agrega.
Micael Cagnolo viene de una familia de carpinteros, pero en casa le inculcaron seguir el camino de una vida universitaria. “El caminito que me fueron inculcando”, dice. Ninguna carrera le gustó del todo. En su vida apareció la cerámica. Hoy estudia la carrera de Artes del Fuego. Un día se preguntó por qué no intentar con la herrería. “Al ser criado como una feminidad, el mundo de los oficios estaba vetado para mí. No es algo que te quieran enseñar. Más bien hay un mansplaining constante. Te ven y creen que no sos capaz de aprender a soldar o armar un mueble. Te lo dicen tanto, pero tanto que a veces te lo terminás creyendo. Todas esas barreras las destruí viniendo acá”, dice Micael, que comenzó tomando talleres y hoy forma parte de la cooperativa.
La escuela le dio impulso para animarse a tareas que van más allá de la herrería. “Sé de cerámica, pero no me animaba a la docencia. Se abre una suerte de portal y decís: ‘Ah, yo puedo hacer esto’. Acá explicamos las cosas de cero. Eso implica aprender a escuchar, bajar un cambio y, de alguna forma, calmar los egos. Esos aprendizajes personales son tan importantes como la herrería”, dice. Y agrega que mucha gente llega con temores porque fue excluida de muchos espacios. “Yo vi gente temblar o con ganas de llorar por agarrar una amoladora. Cala tan profundo el mensaje que nos hacen creer que se necesitan espacios así para romper esas barreras”.

La Escuela de Herrería Lesbiana es un espacio autogestivo y de formación de oficios, que resulta provechoso para una comunidad especialmente golpeada por la precariedad laboral. En Argentina, las tasas de desocupación son considerablemente mayores entre varones y masculinidades trans (14,3%), feminidades y mujeres travesti/trans (12,3%) y personas no binarias (10,1%), de acuerdo a datos del Primer Relevamiento Nacional de Condiciones de Vida de la Diversidad Sexual y Genérica en Argentina, que se realizó en 2023, a través de una encuesta no probabilística de 15.000 respuestas.
“La desocupación de las transmasculinidades y transfeminidades duplica los números de la población general. A su vez, son colectivos que padecieron violencia laboral. Un tercio dijo sufrir discriminación en los últimos meses por parte de clientes o compañeros de trabajo”, analiza Manu Riveiro, docente de la Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional Arturo Jauretche e integrante del equipo que realizó el relevamiento de las condiciones de vida de la diversidad sexo-genérica de Argentina. “Por eso, la iniciativa de formación de oficios es fantástica -agregó- porque no depende de una iniciativa estatal, que de todas formas es necesaria y hace falta. Por ejemplo, una deuda es la implementación del cupo laboral trans”.
Ya es mediodía en Villa Devoto. El mate pasa de manos y un catálogo de luz muestra el marrón rojizo del hierro en los objetos del galpón. Acá cuentan que deben mudarse porque el alquiler se puso imposible, pero que ya están en la búsqueda. “Pero mejor, ya encontraremos una casa mejor”, dicen. El ambiente es cálido, de trabajo y charla larga. Iván se entusiasma con lo que viene por delante. “Me imagino la escuela abriéndose a otros oficios. Incorporar carpintería, cerámica, electricidad... Quiero que la gente nos reconozca no sólo por las cuestiones de género sino también por la calidad del trabajo. Que la gente diga: ‘Qué bien se aprende ahí. Ofrecen una educación de calidad’”.
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