Energía solar para acortar la desigualdad en barrios marginales de Buenos Aires
Dos villas hacen pruebas piloto para calentar el agua sin riesgo de incendios o electrocutarse. Es una alternativa para que la transición energética no deje a nadie atrás en los más de 6.000 asentamientos informales de la capital argentina

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Calentar agua para tomar un baño cada mañana ha sido por décadas un enorme desafío para Graciela González Jara y su familia, residentes de la Villa 20, uno de los barrios vulnerables más grandes de Buenos Aires, donde el acceso a servicios básicos se encuentra restringido y limitado. Como ella, miles de habitantes de Argentina conviven con conexiones de luz precarias y sin acceso a la red de gas formal.
En invierno, cuando las bajas temperaturas hielan la ciudad y los hogares, el desafío es mayor y el ritual cotidiano, agotador: las familias calientan agua en hervidoras eléctricas o calentadores que a menudo se incendian por los problemas de tensión. “Hay casas que tienen agua y otras que no. Es todo muy precario”, resume González Jara.
Pero, ahora, la energía solar podría convertirse en una aliada para acortar estas brechas sociales. Con el objetivo de dar un paso adelante en la transición energética hacia fuentes limpias, vecinos de asentamientos vulnerables de Buenos Aires, junto con organizaciones comunitarias, estudiantes e ingenieros de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el movimiento Jóvenes por el Clima, trabajan en proyectos para fabricar e instalar paneles y termo tanques solares para abastecer a dos barrios porteños.
“La idea surgió por la dificultad para acceder a agua caliente”, explica Gabriela Linardo, integrante de Atalaya Sur, un proyecto comunitario de la Villa 20, donde trabajan en la construcción de termotanques solares. “Tratamos de conectar la tecnología con los problemas que planteaban los vecinos”, agrega.

Sin conocimientos técnicos, recurrieron al Proyecto Vectores de la Facultad de Ingeniería de la UBA, que aportó con el diseño y los ensayos para elegir la opción con mejor relación costo-eficiencia. El objetivo final es la apropiación tecnológica de la comunidad, incluyendo la instalación de una fábrica dentro del asentamiento que permita generar empleos de calidad y replicar la iniciativa en otros barrios informales de la capital argentina y el país. “En todos falta infraestructura: tener agua caliente es un lujo”, insiste el ingeniero civil Ricardo Leuzzi, responsable técnico y coordinador del vector Integración de Barrios Populares de la Facultad.
En la Villa 20, donde viven más de 27.000 personas, además la situación se agravó en los últimos años: en 2018 se produjo un corte de caños durante unas obras de urbanización y la mitad del barrio se quedó sin agua. Desde entonces, los vecinos son abastecidos por camiones que cargan los tanques tres veces por semana, lo que agrava la precariedad y genera otras complicaciones, como la constante presencia de charcos y lodo en las calles. “Nos condicionaron el agua”, lamenta González Jara.
“Pensamos fabricar el termotanque en el barrio, por lo que debe construirse fácilmente”, explica Leuzzi. Por ello, junto con Atalaya Sur dictarán capacitaciones sobre energía solar térmica para los propios vecinos. Hasta ahora hay dos prototipos desarrollados que están en proceso de prueba. “Funciona como un termo aislado: capta la radiación solar y el agua llega al tanque a través de caños y ya queda caliente. En verano será más rápido que en invierno, pero el agua que se calienta ya está lista para utilizar”, detalla el experto.
Un problema generalizado
En Argentina, las villas miseria se quintuplicaron en las últimas dos décadas. Según el Registro Nacional de Barrios Populares, hay 6.467 asentamientos informales donde residen más de cinco millones de habitantes. La mayoría no tiene acceso a dos o más servicios: 66% no tiene energía eléctrica formal, 90% no accede a red de agua corriente y 99% no cuenta con gas natural.
La ausencia de servicios abrió paso a la informalidad, con la amenaza que eso conlleva: exposición a accidentes, subas y bajas de tensión, explosión de electrodomésticos e incendios. “El peligro es constante. Muchos vecinos temen dejar a sus hijos bañándose por el riesgo. Es un padecimiento cotidiano. Tener agua caliente segura cambiará la vida de las personas”, se esperanza Linardo.

Manuela González Ursi, integrante de Atalaya Sur, detalla que 90% del agua caliente del barrio se genera a partir de instalaciones irregulares. “Hicimos una encuesta y el 20% utiliza pavas eléctricas [hervidoras] para bañarse. Un 35% utiliza termotanques de plástico, que se prenden fuego muy rápido porque se recalientan”, agrega. “Bañarse es inseguro”, concluye. Comprar gas envasado para muchas familias de bajos recursos tampoco es una alternativa debido al elevado costo: unos 12 dólares por 10 kilos, que duran entre cinco y 15 días, según su uso.
Enfrentar la pobreza energética
El desarrollo de energías limpias aún es un desafío en Argentina, aunque la solar es de las más implementadas, junto con la eólica, que encabeza el ranking. Si bien creció mucho, el país aún se encuentra lejos de alcanzar la meta del 20% de consumo de energía eléctrica con fuentes renovables previsto por ley, que debía concretarse a finales de 2025. En cambio, en junio alcanzó apenas el 16,5%.
“Por eso hablamos de pobreza energética”, asegura Paz Mattenet Riva, integrante de Jóvenes por el Clima y parte del proyecto. “No es solo acceso a agua caliente, sino a las condiciones para eliminar el riesgo de electrocutarse o incendios. Es importante la articulación entre los usuarios. Queremos que sea un diseño local y desarrollado en un barrio popular”, señala.
Santiago Eulmesekian, también de Jóvenes por el Clima, conoció el problema durante un campamento de proyectos ambientales para adolescentes del que participó en 2022. Entonces se le encendió la bombilla y comenzó a diseñar Desenganche, un proyecto que ya instaló cuatro paneles solares en el barrio Saldías, un pequeño asentamiento informal de 550 habitantes sobre el lindero a la Villa 31, en el corazón de Buenos Aires.
Los módulos fotovoltaicos fueron instalados en un centro comunitario que funciona en una capilla. “Pronto generarán ganancias por la venta y producción de energía que vuelcan a la red”, explica el joven, premiado por Naciones Unidas en 2024 por su iniciativa.

Más adelante, contactó con Atalaya Sur para articular proyectos conjuntos. “Buscamos utilizar energías renovables para visibilizar que pueden dar soluciones concretas, resolver conexiones irregulares y generar ingresos”, afirma. “Esto es de cara a la transición justa, que no debe dejar atrás a los barrios populares”, reflexiona.
Aunque Desenganche aún es un proyecto piloto, Eulmesekian confía en que pueda replicarse a otros asentamientos. Al lado del barrio Saldías, en la Villa 31 —rebautizada como Barrio Mugica—, el proyecto de urbanización estatal incluyó la instalación de 3.400 paneles solares en viviendas sociales que se construyeron. “Pero hasta hoy no se utilizan, no generan energía”, lamenta. “Nuestra iniciativa es más pequeña, pero ya genera energía que inyecta a la red eléctrica, no es decorativa”, dice.
Para González Jara, es fundamental el compromiso de los vecinos con el proyecto. “Vivo hace 32 años en el barrio, quiero que todos tengan el servicio como corresponde”, afirma. “La solución siempre fueron las energías renovables. Pueden resolver el problema de consumo y seguridad eléctrica, así como mejorar la salud, porque muere gente todo el tiempo: hay incendios, familias que pierden todo y deben arrancar desde cero”, se esperanza.
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