Turismo ancestral en la costa brasileña para que indígenas y afros cuenten su propia historia
Aldeas indígenas, asentamientos de afrodescendientes y comunidades tradicionales del sur de Río de Janeiro y norte de São Paulo se organizan para ofrecer visitas de base comunitaria


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Cuando Tupã Mirim, un joven de la etnia Guarani-Mbya de veinticinco años, supo que podía ser guía turístico en su propia aldea, sintió un deseo profundo de cambiar de vida. Tras cinco años lavando platos en restaurantes y cortando césped en jardines decidió hacer el curso de capacitación en turismo de base comunitaria de la Rede Nhandereko, la organización de referencia en Paraty, en el litoral sur de Río de Janeiro, y Ubatuba, en el norte de São Paulo. Durante el curso, Tupã no solo se preparó como guía, sino que consiguió proyectar un futuro para las trece familias de la aldea Rio Bonito.
Caminando por un sendero de la aldea, a tres kilómetros de la concurrida playa de Itamambuca de Ubatuba, Tupã explica que su paseo turístico incluye la observación de pájaros, actividades musicales, práctica de arco y flecha, la visita a su plantación agrícola y a una exposición de artesanía. “Explicamos a los visitantes que plantamos mandioca (yuca) y banana en medio del bosque. Para nosotros, la conservación es importante. El Itamambuca no es solo un río, es un espíritu-río", asegura Tupã.
Alrededor de una hoguera, Ivanildes Kerexu, matriarca de la aldea, argumenta que el turismo de masa es perjudicial: “Apenas deja basura. No tienen conocimiento del territorio y de nuestra historia”. La aldea Rio Bonito aún no tiene título oficial. Para Ivanildes, entrar en la Rede Nnandereko podría ayudar a la incorporación de la aldea a la Terra Indígena Boa Vista, ubicada a siete kilómetros.
Valdecir Mirim, el cacique de la Terra Indígena Boa Vista, se muestra orgulloso de que su aldea sea uno de los itinerarios turísticos de la Rede Nhandereko. “Aunque todavía llegan pocos turistas, recibimos visita de muchas escuelas”, asegura Valdecir, después de la celebración de un ritual en la Casa de Reza para el colegio Santa Clara de São Paulo. Mientras ve un partido de fútbol en la aldea, habla de los desafíos de una comunidad de 222 habitantes. Las placas solares son del programa Luz do Povo del Gobierno central. La comunidad recibe recursos del proyecto Guardiões da Floresta, por su labor de conservación ambiental. Aún así, su principal fuente de ingresos proviene de la artesanía. “Para atraer turismo, necesitamos mejores infraestructuras. Queremos abrir un sendero que llegue a la aldea Rio Bonito. Será un atractivo para los visitantes”, matiza el cacique.
Una red ancestral
En guaraní mbya, nhandereko significa “nuestro modo de ser”. En 2019, la Rede Nhandereko, lanzada por el Fórum de Comunidades Tradicionales (FCT), con apoyo de la Fundação Oswaldo Cruz (Fiocruz), comenzó a comercializar paseos turísticos. En 2024, la red inauguró una central de ventas en la ciudad de Paraty. De momento, ofrece cinco itinerarios: la aldeia Boa Vista y el Quilombo da Fazenda (ambos en Ubatuba), las comunidades tradicionales de São Gonçalo y Trindade y el Quilombo do Campinho, los tres en Paraty. “Nos unimos para intentar eliminar los intermediarios. Las agencias se quedan entre el 12% y el 20% de los paseos que ofrecemos. Además, priorizan sus rutas convencionales”, asegura Daniele dos Santos, una de las fundadoras de la Rede Nhandereko. La comunidad fundada por esclavos emancipados donde reside Dos Santos empezó a organizar paseos turísticos a comienzo de los 2000: “Venían guías turísticos con grupos y explicaban cualquier cosa. Por eso, decidimos organizarnos y contar nuestra propia historia”, afirma Daniele. En poco tiempo, el quilombo se consolidó como un destino pedagógico para escuelas, universidades e investigadores.

Adilsa da Conceição da Silva (68 años) comparte su historia con un grupo de educadoras de la región en un edificio de la Asociación de Moradores del Quilombo do Campinho. “Antes, cuando íbamos a Paraty, teníamos vergüenza de ser quilombolas. Ahora, sentimos orgullo de nuestra cultura del jongo (danza), la Casa da Farinha (harina), la Casa do Artesanato, un restaurante", argumenta Adilsa. En la área de plantación del quilombo, Vagner do Nascimento, uno de los coordinadores del Fórum, comparte con los visitantes los secretos de una explotación agroflorestal: “No usamos pesticidas. Monsanto cuida de su agronegocio. Nosotros del patrimonio genético de nuestra ancestralidad. Solo utilizamos semillas nativas”. Los excedentes de café, pupuña, cacao, maíz, frijoles, banana y mandioca, entre otros productos, se comercializan. La producción de la palmera palmito-juçara, cuyo fruto es similar al açaí, es el “orgullo nacional” del Campinho. “Gracias al rescate de nuestras tradiciones, gente que salió del quilombo ha vuelto. Los jóvenes se están involucrando en las labores agrícolas", explica Vagner.
Eloá Chouzal, historiadora e investigadora de audiovisual residente en São Paulo, confiesa haberse encantado con el paseo turístico del quilombo do Campinho: “Escuchamos la historia del lugar y su lucha. Conocimos a sus líderes, comimos productos locales. Disfrutamos de una ciranda y de una roda de samba [actividades musicales]. Fue un aprendizaje intenso".
Permanecer en la tierra
El turismo de base comunitaria es un concepto que ha surgido en las últimas décadas. “En los años noventa, se hablaba del turismo étnico o ecoturismo. Después, introdujimos el agroecoturismo, involucrando a agricultores”, asegura Vagno Martins, Vaguinho de São Gonçalo, uno de los ideólogos de la Rede Nhanderekó, actualmente concejal del Partido de los Trabajadores (PT) de Paraty. Las experiencias de la comunidad de São Gonçalo, el Quilombo do Campinho y la Ilha do Araújo en los años 2.000 fueron claves para conceptualizar el turismo de base comunitaria. En 2008, el Ministerio de Turismo de Brasil canalizó recursos públicos hacia el turismo comunitario y publicó un libro. “El turismo de base comunitaria concilia la permanencia de las comunidades en sus territorios y la conservación ambiental. El turismo convencional no puede visitar cascadas en áreas de conservación. Nosotros sí, porque nuestro flujo sostenible y prácticas comunitarias respetan las áreas protegidas”, asegura Vaguinho a América Futura mientras prepara un almuerzo en su casa de São Gonçalo.
La playa de São Gonçalo camina en la dirección opuesta al turismo de masas. Los dueños de los 17 chiringuitos son locales. Nueve alimentan directamente la red de base de turismo de base comunitaria de São Gonçalo y los 17, de forma indirecta. La gran responsable de la proeza es Tânia Ayres, de 65 años, la verdadera matriarca de la playa. En 2012, tras trabajar muchos años como empleada doméstica, en hostelería o vendiendo en la playa, decidió montar su propio negocio: “Fundé el Rancho da Tânia en el terreno de mi abuela”. Poco a poco, fue animando a gente conocida a abrir sus chiringuitos. Andreza Fraga, de 33 años, fue una de ellas. En 2018, tras once años trabajando en una pousada comercial de Paraty, decidió inaugurar el Rancho Franga. Al regresar a su comunidad, Andreza dejó atrás la depresión profunda en la que estaba sumida. Se reconectó con la roça familiar (plantación) y con el ciclo de la tierra. “En lugar de ofrecer una ración de frango à passarinho (común en todo Brasil), servimos pescado de temporada de un pescador artesanal. Las hierbas y condimentos son locales. Cada plato tradicional involucra a varias personas. La renta es compartida", asegura.
Mauricéia Pimenta, una de las responsables Rede Nhandereko en São Gonçalo, reflexiona en el Rancho da Tânia sobre la memoria del territorio. “Algunos guías turísticos llaman a la cascada de la Usina de Taquari cascada del Crepúsculo, porque allí se grabó la saga Crepúsculo. La playa da Pitanga es para los locales el Rincón Feliz, porque allí había una mujer que ayudaba a parir a las mujeres”, afirma. En su opinión, este turismo un contrapunto a la explotación turística del mercado que borra la memoria colectiva. Rescatando su identidad, las comunidades se robustecen.

Escalar experiencias
Sergio Salvati, asesor de la Incubadora de Tecnologías Sociales del Observatório de Territórios Sustentáveis e Saudáveis da Serra da Bocaina (OTSS), que apoya a la Rede Nhandereko con financiación de la Fiocruz, cree que el turismo en Paraty está en una encrucijada. El título de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO de Paraty e Ilha Grande (2019) ha disparado la presión turística. “El turismo de base comunitaria necesita un empujón. Queremos invertir en marketing digital. También, cerrar acuerdos con agencias turísticas de Río de Janeiro y São Paulo. Al mismo tiempo, tenemos que llegar al turista extranjero que tiene interés por la cultura", asegura. La estrategia, según Salvati, pasa también por intercambiar aprendizajes con otras experiencias de turismo comunitario en otras zonas del país.
Vaguinho de São Gonçalo cree que el desafío es crecer sin la “lógica publicitaria del turismo depredador”. Algo similar piensa Marcos Westley, coordinador del Programa Rio Negro del Instituto Socioambiental (ISA), quien conoció Trindade en el pasado cuando era apenas una aldea de pescadores. Al saber que este barrio de Paraty se había convertido en un polo turístico, dejó de interesarle. Pero al saber de la propuesta de la Rede Nhandereko, decidió volver. “Fui guiado por los hijos y nietos de aquellos caiçaras [el gentilicio local] que me recibían. Fue emocionante encontrar una comunidad tan organizada. La pesca, la comida, las conversaciones, fueron fantásticas", afirma. Marcos compara el turismo comunitario de Trindade con el que ofrecen los indígenas yanomami para escalar el pico de la Neblina, en medio de la Amazonia: “Muchos turistas que hacen la expedición dicen: vine aquí a conquistar el pico de la Neblina y quienes me conquistaron fueron los yanomami”.
Como en ese lejano territorio, en Paraty y Ubatuba, la conexión emocional con el territorio a través de sus habitantes emerge como principal herramienta para protegerlos del turismo de masa.
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