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En colaboración conCAF

Las cubanas que les susurran a los habanos

En la era de ChatGPT, en La Habana se mantiene el tradicional oficio de las mujeres que leen canciones, novelas y responden dudas a quienes tuercen artesanalmente el tabaco

Odalys Lara Reyes lee un libro a los trabajadores de la fábrica de tabaco La Corona, en La Habana, el 4 de julio.
Noor Mahtani

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Felicia Alejandra Torres Rodríguez se sienta y toca la campanilla. Segundos después, los torcedores de habanos se quitan los audífonos y guardan sus celulares. La lectora de tabaquería llega puntual a las 11:00 para leer la segunda tanda del día, un fragmento de una de las canciones de Eliseo Grenet. “Tú serás, como el tabaco verde en mar, un sopor de vida en la tierra encendida y amada de dios”. Lo hace desde un pequeño atril, custodiado por un grabado en madera del Che Guevara y la atenta mirada de los trabajadores que buscan sus expresiones desde la galera. En la Fábrica de Tabaco Partagás, en pleno corazón de La Habana, los puros más codiciados del mundo pasan por las últimas manos antes de ser exportados a Europa o China. Aquí se humidifican, se tuercen, se añejan y se impregnan de la voz de Torres leyendo a José Martí o la literatura de Gabriel García Márquez. “Cuando uno abre una caja de habanos, huele la mata del tabaco y escucha nuestras voces”, cuenta minutos después.

Hace cinco años, dejó la relojería para dedicarse a ser lectora de una de las fábricas más tradicionales del país. Cuando empezó la pandemia, recomendaron a la lectora de entonces que no siguiera viniendo por miedo a que se contagiara. Torres, de 58 años, “la lectora más joven de todas”, se enteró entonces de que había una plaza vacante y empezó el proceso de selección de 21 días. Durante tres semanas leyó junto a los demás aspirantes al puesto en los tres turnos diarios para que los torcedores eligieran qué voz querían que los acompañara en su jornada laboral. Cuando llegó el turno de votar por Torres, el tac tac de las chavetas -la cuchilla de acero con la que cortan cada hoja de tabaco- se escuchó en toda la galera. Aunque reconoce que la logró con algo de ayuda. “Cuando llegué, no conocía a nadie, y competía con un animador turístico y una de las compañeras de la fábrica… y yo no había hablado ni por el micrófono de un karaoke. Pero hice trampa y cada vez que terminaba un capítulo, ponía una canción de Polo Montañez [uno de los mayores cantautores del país] … Así los convencí”, recuerda entre risas.

Felicia Alejandra Torres Rodríguez en la fábrica Partagás, en La Habana.

Este viernes de principios de julio, después de felicitar al grupo por “cumplir” con el plan de ventas, aprovechó el arranque del mes para destacar el papel de los torcedores. “La historia del torcedor, entonces, se torna larga y compleja si se atiende a que ‘tabaco y azúcar’ constituyen la armazón entre la que se estructura nuestra nacionalidad cubana”, narra de sus apuntes escritos a mano con cuidada caligrafía. El sector tabacalero exporta anualmente entre 70 y 80 millones unidades de tabacos.

¿Qué fueron primero: los romanos o los egipcios? ¿Qué propiedades medicinales tiene la albahaca? ¿Por dónde va llegando el ciclón y a qué provincias cubanas va a afectar? ¿Cuáles son los síntomas de la menopausia? Las dudas que hoy en día cualquiera le hace a ChatGPT, quienes lían el puro se las siguen preguntando a las lectoras de tabaquería, un sector profundamente feminizado. “Preguntan mucho sobre sexo”, cuenta divertida Torres. “Me toca estar aprendiendo todos los días. A veces, les digo que yo de eso no sé, pero que mañana mismo se los cuento”. La selección de las noticias y las novelas que se leen en el medio centenar de fábricas del país pasan por el filtro de un comité de lectura, una estructura vigente desde el siglo XIX.

Esta histórica profesión arrancó el 21 de diciembre de 1865 en esta misma fábrica donde hoy lee Torres. Así lo anunció el periódico de entonces, La Aurora, al relatar cómo más de 300 trabajadores escucharon atentos lo primero leído para ellos, Las luchas sociales, un fragmento del medio.

La historiadora Zoe Nocedo, en La Habana.

Este oficio, que nació por la propia reivindicación de los torcedores cansados de las largas y monótonas jornadas, se fue convirtiendo con los años en algo que rebosaba la mera lectura para amenizar el trabajo: se convirtieron en las educadoras de los barrios. “Las personas, para enterarse de las noticias, se paraban en las ventanas de las fábricas de tabaco. Llegó a tal punto que hasta los vecinos votaban en la elección de las próximas novelas”, explica la historiadora Zoe Nocedo, quien dice que es imposible desvincular la historia del tabaco y la de Cuba. “¿Por qué los tabacaleros apoyaron a José Martí? ¿Por qué han llevado la bandera de todas las luchas culturales? Porque, además de saber que están produciendo el producto más famoso de Cuba, se han cultivado con la lectura de tabaquería. Su función es y sigue siendo cultivar y cautivar”, explica. “Sin lectura, no hay habano”.

Los tabacaleros cubanos, principalmente los que emigraron a finales del siglo XIX a Tampa y Cayo Hueso, apoyaron activamente a José Martí y su proyecto independentista. Sus donaciones mensuales, las rifas y las actividades culturales que organizaban fueron las bases económicas para la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), fundado por Martí en 1892. Además, como explica Nocedo, directora durante dos décadas del Museo del Tabaco, el sector tabacalero ha sido siempre un gremio culto, politizado y con una larguísima trayectoria sindical. La chaveta con la que eligieron a Torres como lectora es todo un símbolo de resistencia, pues es con ellas quietas en las mesas como arrancaban las huelgas por mejoras salariales y laborales hace dos siglos.

En la Fábrica de Tabaco La Corona están todos los ventiladores encendidos. Un centenar de torcedores lían a toda velocidad y precisión los cohíbas que se venden a más de 70 dólares en el exterior. Algunos se levantan a rellenar sus botellas en la fuente de agua fresca, ubicada bajo el retrato de Fidel Castro fumando (su favorito era el Corona Especial). Frente a la imagen del líder comunista, una de las torcedoras sigue a detalle en la pantalla de su celular uno de los capítulos del popular programa de la televisión hispana Caso Cerrado, dirigido por la cubanoamericana doctora Polo.

Carmelo Ramírez arma los suyos casi que sin mirarlos y en silencio, a ratos con un puro entre los labios. Lleva 15 años dedicado a hacer habanos Mareva y tuerce 135 por día. Cuando Odalys Lara Reyes, lectora desde 1996, lee la novela, a eso de las 2:00 de la tarde, Ramírez tiene ya terminados más de dos tercios. “Ella es como las maestras especiales. Hay algunas que le llegan a uno y otras que no. Es excelente”, dice sin darle tregua a la chaveta.

En esta fábrica, las plantas eléctricas han logrado subsanar una parte de las afectaciones de los apagones que azotan el país y dejan regiones sin luz de hasta 20 horas al día. Sin embargo, el equipo de sonido de Lara no es inmune. La solución en esta y otras fábricas ha sido ir aplazando los horarios para cuando vuelve la luz. En la de Partagás, explica Torres, ella misma se “encarama en el mueble” de la galería y va de sala en sala leyendo. “Esta tradición no se puede perder, porque es nuestra historia”, zanja.

Una mujer fuma un habano mientras trabaja como torcedora en la fábrica de tabaco La Corona.

Aunque hay documentación que muestra que la lectura de tabaquería surge en Cuba, esta fue exportada a otros países como Nicaragua, Puerto Rico y República Dominicana. Este fue el último país donde desapareció, en 1931. Sin embargo, en Cuba el oficio resiste a la radio, la televisión, los apagones y la individualidad de los celulares porque, insiste Nocedo, “los trabajadores no han querido dejar morir el oficio. A pesar de sus altas y sus bajas”. Para Torres, la razón es sencilla: “Porque la radio no te va a resolver la duda de las tareas de tu hijo, ni te va a celebrar el cumpleaños, ni a darte el pésame cuando fallezca alguien querido”. Para los torcedores, además de ser “una enciclopedia con patas”, son el pegamento de un equipo de trabajo.

Lara lleva tres décadas en esta profesión, es la lectora más veterana del país. Hoy informó sobre varios cumpleaños, habló de las próximas tomas de la vacuna de refuerzo contra la covid-19, dio las últimas noticias de un accidente de coche en Cárdenas y sobre unas nuevas rutas de guaguas. Y aunque le quedarían unos seis meses para la jubilación, se resiste a entregar el testigo. “Esto es una gran familia”, cuenta entre los pasillos de la fábrica. A todos les pide “un besito” y algún snack para picar. “¿Qué voy a hacer yo en mi casa si aún estoy estupenda para seguir leyéndoles?“, se pregunta con nostalgia. ”Leer en una fábrica es compartir. Defendería siempre que se preserve este oficio, porque con el diario ir y venir de la vida y las necesidades del día a día, nos olvidamos de aprender y conocer. La lectura nos lo hace todo un poco más leve", cuenta.

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