La integración de refugiados como solución al desplazamiento forzado
No dejemos que el miedo y la desinformación opaquen nuestro sentido de humanidad. Amplifiquemos un mensaje distinto de solidaridad, responsabilidad compartida y esperanza

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Desde Puerto Príncipe hasta Tijuana, la vocación para el servicio comunitario de Jessica y Jessie Valcin ha cruzado fronteras y superado adversidades. Estas hermanas gemelas haitianas, reconocidas como refugiadas en México en 2021, transformaron el dolor del desplazamiento en una fuerza imparable para ayudar a los demás. Hoy, desde las organizaciones comunitarias en que trabajan en Baja California, encarnan el poder transformador de las personas refugiadas en las Américas: resilientes, comprometidas y profundamente conectadas con las comunidades que las acogen.
La historia de las hermanas Valcin no es la excepción, sino un reflejo del potencial que florece cuando se abren puertas a la integración. En toda América Latina y el Caribe, millones de personas desplazadas de distintas nacionalidades están reconstruyendo sus vidas, aportando a sus comunidades de acogida y demostrando que, cuando se les da la oportunidad, los refugiados no sólo sobreviven, sino que también reinician sus vidas y prosperan. Pero este progreso está en riesgo. Años de avances en la protección y la integración de personas refugiadas están amenazados por fuertes recortes en la financiación humanitaria.
Al mismo tiempo, la violencia y la inseguridad persistentes, la inestabilidad política y los desastres naturales siguen desplazando a miles de personas en toda la región. Actualmente, casi 22 millones de personas en las Américas son refugiadas o necesitan protección internacional. Peor aún, la xenofobia, la desinformación y los discursos de odio se están propagando, dificultando el acceso de las personas refugiadas y migrantes a derechos y servicios, a un estatus legal y a la aceptación comunitaria—elementos clave para su integración y estabilidad a largo plazo.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) trabaja con socios como las instituciones financieras internacionales, incluso el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para promover soluciones al desplazamiento forzado, movilizando recursos para apoyar la respuesta de los países, y fomentando políticas inclusivas que beneficien a refugiados y a comunidades receptoras. También apoya la elaboración de estudios analíticos que nos permitan identificar necesidades y visibilizar la situación de estas personas.
Las políticas inclusivas y las comunidades de acogida transforman vidas. Los refugiados aportan habilidades, trabajo y determinación. Cubren vacantes laborales, crean negocios y contribuyen a los ingresos públicos, y al desarrollo económico. Un estudio conjunto del BID, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y ACNUR reveló que las personas desplazadas por la fuerza que viven en Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México y Perú están llenando vacíos clave en los mercados laborales, con tasas de participación y empleo superiores a las de la población local y niveles de desempleo relativamente bajos. En Costa Rica, un reporte del Fondo Monetario Internacional cuantifica los aportes de los refugiados al sistema de seguridad social. En Perú, un informe del Banco Mundial y ACNUR revela que cada dólar invertido en apoyo a refugiados genera más del doble en ingresos fiscales. Estos no son casos aislados. Son evidencias de una realidad más amplia: la protección de los refugiados no es solo un imperativo humanitario—es una oportunidad económica y social.
En la América Latina y en el Caribe, más del 70% de las personas refugiadas residen en países de la región donde han encontrado seguridad, estabilidad y oportunidades de contribuir a sus comunidades de acogida. Ante la falta de protección y oportunidades de integración, crece la vulnerabilidad y la inestabilidad. Muchas personas ven como única opción continuar con su travesía por mar o por rutas llenas de peligros en donde son presa fácil de redes criminales. Abrir la puerta a la integración, no solo es una prueba de solidaridad, también permite prevenir más daños y, en muchos casos, salva vidas.
En este Día Mundial del Refugiado, no dejemos que el miedo y la desinformación opaquen nuestro sentido de humanidad. Amplifiquemos un mensaje distinto, uno de solidaridad, responsabilidad compartida y esperanza.
Para que las historias de resiliencia y contribución de las personas refugiadas y desplazadas se multipliquen, es indispensable que la comunidad internacional redoble su compromiso. Invertir en la integración de las personas refugiadas y de quienes retornan a su país es la receta más sostenible para construir sociedades más estables, cohesionadas y prósperas. La cooperación internacional, en alianza con los gobiernos, las instituciones financieras de desarrollo, y otros, tiene un papel clave para transformar el potencial de millones en progreso compartido. Los refugiados no están definidos por lo que han perdido, sino por lo que pueden lograr y aportar. Y el ejemplo que ha dado América Latina y el Caribe—de pragmatismo, solidaridad e inclusión—merece ser reconocido y replicado en todo el mundo.
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