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En colaboración conCAF

La deforestación en Brasil se desploma: cae un 30% en un año y por primera vez en todos los biomas

Los especialistas son optimistas y creen que si se mantienen las políticas públicas, Brasil podría erradicar la deforestación en cinco años

Un área de bosque cerca de una zona de tala en el Amazonas, Brasil, en 2022.

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El ruido de las motosierras empieza a dar una tregua en Brasil. La deforestación cayó un 32,4% en el país el año pasado respecto a 2023. Es el segundo año consecutivo de disminución y la mayor desde que hace seis años empezaron los registros de MapBiomas, una entidad que reúne a ONGs, universidades y startups de tecnología. Las imágenes captadas vía satélite muestran que el año pasado Brasil perdió 1,2 millones de hectáreas de vegetación nativa, frente a los 1,8 millones del año anterior. En la Amazonia, la reducción fue del 17%.

La mayor selva tropical del mundo suele acaparar todos los titulares, pero los ecologistas brasileños a menudo se quejan de que otros biomas menos mediáticos, como el cerrado (la sabana tropical) son aún más castigados y no generan la misma conmoción internacional. En los últimos años, la deforestación en la selva había caído, pero a cambio había repuntado con fuerza en el ‘cerrado’, algo que ahora se ha corregido. El año pasado la destrucción cayó en todos los biomas y regiones del país: desde las frondosas selvas del norte hasta las pampas del sur.

Los datos son un espaldarazo al trabajo de la ministra de Medio Ambiente y Clima, Marina Silva, la veterana activista que ya a principios de los 2000 logró frenar en seco la deforestación en el primer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva. Para el coordinador de MapBiomas, Tasso Azevedo, la caída se explica por una mezcla de factores: se rescató el plan de combate a la deforestación en la Amazonia que el expresidente Bolsonaro había guardado en un cajón, y además se crearon nuevos planes para el resto de biomas, a los que históricamente se les prestaba menos atención.

También han aumentado los controles en el campo por parte de los agentes ambientales. Si en 2019 (el primer año con Bolsonaro en el poder) apenas el 5% del territorio deforestado había sido vigilado de alguna manera, con multas, embargos u otro tipo de medidas, el año pasado el porcentaje pasó al 54%. Además, para sorpresa de muchos, la fiscalización de los delitos ambientales ha avanzado no sólo en las esferas federales, sino también entre los gobernadores de los estados, en general conservadores y más reacios a las políticas medioambientales. También hay factores menos conocidos, como una herramienta que permite que los bancos accedan al historial de las propiedades rurales antes de conceder créditos. Empezaron sumándose los dos principales bancos estatales, pero desde el año pasado prácticamente todas las entidades financieras que operan en Brasil revisan que no haya ninguna irregularidad, lo que eleva la presión sobre los terratenientes.

Al regresar al Gobierno hace dos años, Lula se marcó el ambicioso objetivo de acabar con la deforestación (legal e ilegal) como muy tarde en el año 2030, algo que para Azevedo es viable si se mantiene el ritmo actual. “Es perfectamente posible (..) todo depende de lo que suceda con los cambios de Gobierno, pero si se mantienen las políticas que funcionan, sí”, dice en una conversación telefónica aludiendo a las elecciones presidenciales de 2026.

La situación está mejorando, pero un así, Brasil sigue siendo el país que más deforesta en el mundo, superando a la República Democrática del Congo y a Indonesia. En los últimos seis años, se perdieron 9,8 millones de hectáreas de vegetación nativa, una superficie similar a Andalucía o a Guatemala. Pese a la reducción del año pasado, cada día desaparecieron en Brasil más de 3.400 campos de fútbol de naturaleza virgen. En la Amazonia, esto equivale a talar siete árboles por segundo.

Aunque queda mucho por hacer, a buen seguro Lula sacará pecho de la reducción de los índices de deforestación en la próxima cumbre del clima, la COP30, que tendrá lugar precisamente en el corazón amazónico, en la ciudad de Belém do Pará, en noviembre. A pesar de las esperadas dificultades para avanzar en los compromisos climáticos en un mundo cada vez más fragmentado y, con EE UU yendo en la dirección contraria, Brasil se aferrará a estos datos para argumentar ante los países ricos que está haciendo los deberes, ya que la deforestación es su principal factor de emisiones de gases de efecto invernadero. Otro cantar son los combustibles fósiles. Lula ya ha dejado claro que no piensa renunciar tan rápidamente a explotar yacimientos de petróleo.

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