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Llevar la salud a quienes habitan las calles, un esfuerzo colectivo que ilumina las noches de Bogotá

Desde hace casi cuatro meses, trabajadores sociales y sanitarios del distrito se han unido para hacer recorridos nocturnos en la capital, con el propósito de brindar atención médica a las más de 10.000 personas que no tienen hogar

Jornada de salud para habitantes de calle, en Bogotá, el 5 de noviembre.
Paula Medina

Cuando la noche convierte a Bogotá en un inmenso dormitorio, millones retornan a casa, y unos cuantos miles deambulan por las vías que han convertido en hogar. Sin muros que los contengan, los habitantes de calle se desplazan entre la oscuridad con hematomas en los pies, heridas abiertas, enfermedades crónicas sin tratar y laceraciones del cuerpo, la mente y el alma, que convierten el dolor en una carga cotidiana. Luis Hernández es uno de ellos. A sus 57 años, arrastra una carreta de reciclaje de unos 100 kilos con una herida profunda en la mano derecha. Vladímir Putin, irónicamente bautizado, es su perro, un amigo fiel que lame el líquido transparente que se desprende de la cicatriz de Hernández. La mascota distrae la soledad de un hombre que lleva unas tres décadas en la calle y que se ha convertido en un esqueleto de piel marcada por bultos, llagas y heridas acumuladas. Su cuerpo es el retrato de una vida a la intemperie.

“No merezco asomar la cara para que me den nada”, sostiene el hombre, bajando la cabeza. Sus palabras son una declaración común. Las 10.478 personas que habitan los callejones de la capital suelen minimizar sus dolores y rara vez se sienten dignos de acudir a los centros de salud. Por eso, los servicios médicos han decidido volcarse a las calles para brindarles el auxilio, que, de otro modo, no se atreverían a buscar.

“Muchos sienten que no merecen atención”, señala Diego Ojeda, médico familiar y líder sanitario de la brigada móvil que hace recorridos tres veces a la semana por distintos sectores de la ciudad. Los desplazamientos inician sobre las ocho de la noche, y en ocasiones se extienden hasta bien entrada la madrugada. En esta ocasión transitan por la localidad de Tunjuelito, una zona de bajos ingresos en el sur de la capital colombiana. Hernández es una de las primeras personas identificadas por el equipo. Tras una charla breve con los promotores sociales, un médico y una enfermera se acercan a tomarle la presión, darle bandas con alcohol para que limpie su herida y tomar un registro de todas las posibles dolencias y remisiones médicas que necesita. El hombre tuerce los pies tras el pinchazo de la vacuna del tétanos, una medida preventiva contra una enfermedad que puede resultar en espasmos musculares súbitos y dolorosos, según la Organización Mundial de la Salud.

Además de las medicinas básicas, las vacunas contra la influenza, el tétanos y la hepatitis B son insumos principales de la brigada. Según la Secretaría de Salud, su suministro busca prevenir enfermedades respiratorias, los efectos de las heridas abiertas y las consecuencias graves del abuso de sustancias psicoactivas y las prácticas sexuales de riesgo, situaciones comunes entre la penumbra de las calles. El secretario de Integración Social, Roberto Angulo, a menudo acompaña los desplazamientos. En charla con este diario, explica el convenio de esa entidad con la Secretaría de Salud. “El objetivo es eliminar las barreras de salud para la población vulnerable”, explica el experto en pobreza y exclusión, y destaca que el ejercicio permite una “atención inmediata, diagnóstico directo en la calle, remisiones a las Entidades Promotoras de Salud (EPS) y agendamiento prioritario de citas médicas”. Son necesidades latentes en personas que lidian con diabetes, tuberculosis, afecciones cardiacas o enfermedades pulmonares. Según Integración Social, el 90% de los habitantes de calle cuenta con cobertura sanitaria, anclada en su mayoría a los servicios de Capital Salud, una EPS que creó Bogotá para asegurar la atención médica a la población vulnerable.

En el pasado, las dos secretarías apoyaban a los sintecho sin una atención regular conjunta. “Esta estrategia funciona porque el conocimiento del terreno de los promotores sociales ayuda a que el equipo de salud llegue directamente a quienes más lo necesitan”, señala el médico Ojeda, mientras se traslada con la brigada a otro punto. El convenio empezó a finales de julio, y hasta octubre acumulaba 40 recorridos y 724 habitantes de calle beneficiados, un 7% del total en 3 meses. Uno de los casos más destacables ha sido el de un anciano de 74 años que vivía con una úlcera gangrenosa en la pierna derecha que le impedía caminar. Mardoqueo Bermúdez recibió tratamiento médico inmediato, y ahora está en proceso de recuperar su salud y apostar por una vida distinta.

Recordar casos así ayuda a que la oscuridad y el ascenso del frío sea más tolerable para los trabajadores sociales, que sobre las diez de la noche dirigen el recorrido hacia el parque Tunal, donde una fila de colchonetas frente a la Biblioteca Pública sirve de habitación para una decena de hombres y mujeres. “A veces duermen en fila hasta 30 personas aquí”, expone Andrés González, líder de los promotores sociales en Tunjuelito, quienes conocen las historias de cada uno de los habitantes de calle. En la esquina de la biblioteca, una pareja duerme abrazada; en otra, un hombre de aspecto pulcro observa en silencio a sus compañeros de dormitorio. Según González, es un migrante venezolano que, tras una ruptura amorosa, terminó durmiendo en la calle. Parece saludable y el equipo le ofrece un refrigerio tras una breve charla. La escucha activa también hace parte del componente psicológico que ofrece la brigada. “Algunos solo quieren hablar”, comenta González.

La noche avanza y la travesía continúa junto al caño del barrio San Carlos, donde fluyen aguas residuales entre un par de cambuches, que se imponen en la mitad de la avenida principal. Ahí vive Luis Hidalgo, un hombre de 62 años que ha pasado más tiempo en la calle que bajo techo. El equipo se presenta, chequea sus signos vitales y lo pesa: apenas roza los 52 kilos. Es bajo, de rostro escuálido, vista deteriorada y tiene un bulto notorio junto a la oreja derecha, que señala que se debe a un golpe de un policía. Hidalgo cuenta que consume drogas desde los 20 años. Tras el encuentro, promete presentarse al día siguiente para realizarse exámenes de visión y trasladarse a un hogar transitorio. Quizás sea una nueva oportunidad para intentar la rehabilitación. “Ya no tengo nada que perder”, dice susurrando.

Durante todo el ejercicio, mientras los médicos revisan tensiones y alistan vacunas, el secretario Angulo conversa con los habitantes de calle, intentando persuadirlos de ingresar a los programas sociales. “¿Ya probó el hogar de paso, el transitorio?, ¿Quiere intentarlo?”, pregunta una y otra vez. Señala que la solución debe ser integral, que no basta con curar una herida si no se ofrecen opciones para evitar la recaída. “Hay que crear un ecosistema completo de servicios que apunte a soluciones habitacionales y frente al consumo”, resume el funcionario. En todo su equipo se refleja un afán por transformar vidas.

Ese objetivo se persigue un día a la vez. Con el eco de los carros y el ladrido esporádico de los perros, la medianoche se asoma. En una localidad de calles vacías, el equipo termina su trabajo con el apoyo a un hombre de 69 años apodado Mojarra y su amigo de 35. Bebían alcohol etílico mezclado con refresco a la orilla de una avenida cuando fueron abordados por la brigada. Edgar, el mayor, acepta sin chistar las vacunas y las remisiones médicas, mientras muestra con preocupación sus piernas hinchadas. La carga de la vida y la carreta de reciclaje le pesan más de lo que sus pasos pueden aguantar.

El equipo suministra las últimas vacunas y medicamentos, revisa las historias clínicas y escucha los finales de historias de desamor y “vicio”. Han atendido a una docena de personas en una zona de calles desiertas. Les quedan muchas jornadas por delante. Seguirán caminando por rincones que la ciudad olvida, llevando salud y, sobre todo, una forma poderosa de esperanza.

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