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JOSÉ CELESTINO MUTIS
Tribuna
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Mariquita, el pueblo que se resiste a dejar morir a Mutis

El líder de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada es omnipresente en esta población del Tolima, que lo acogió hace más de 230 años

La plaza José Celestino Mutis, en Mariquita (Tolima).

Han pasado más de 230 años desde que José Celestino Mutis y Bosio dejara San Sebastián de Mariquita, la provincia que lo acogió durante casi ocho años (1783-1791) y en donde su grupo de pintores hicieran cerca de 2.000 de las casi 7.000 láminas de la Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada. Sin embargo, las gentes de este pueblo se resisten a que la memoria del gaditano se desvanezca en los mares del olvido.

En esta población, Mutis es omnipresente. Casi todo lleva su nombre: el aeropuerto, el bosque húmedo tropical donde realizó parte de sus investigaciones, la plaza mayor, las ruinas del período colonial, un barrio de invasión, un liceo, farmacias homeopáticas, e incluso tiendas y bares. No hay personaje que le compita. Ninguno de sus hijos ha alcanzado tanta recordación. Ni Gaspar de Figueroa, el pintor de caballete más importante de la Nueva Granada durante el siglo XVI; ni el ilustrado Francisco Antonio Moreno y Escandón —alcalde ordinario de Santafé, fiscal de la Real Audiencia, regente de la Audiencia de Santiago de Chile, oidor y alcalde de la Corte en Lima, y encargado por Carlos III de una reforma universitaria—; ni el adelantado Jiménez de Quesada que la escogió como residencia final, y ni siquiera José León Armero, padre de la República de Mariquita y autor de la Constitución de 1815, quien entregó su vida por la causa patriota.

Existe un extraño vínculo entre él y esta población. Ni en Cádiz, su tierra natal, este médico, sacerdote, botánico, mirmecólogo, minero y naturalista es tan querido y venerado. Y digo extraño, porque Mutis amaba a Mariquita, sí. Pero vivía enfadado con el calor y los mariquiteños, a quienes tildaba de bulliciosos y fiesteros. Temía que sus orgías de pólvora y voladores destruyeran el techo de paja de su casa, donde tenía su preciado jardín botánico, el primero en la Nueva Granada y una suntuosa biblioteca sobre historia natural, biología, astronomía, medicina y geografía, y que deslumbró a Humboldt cuando la conoció en Bogotá, pues contaba con 4.600 volúmenes.

Ezpeleta, un virrey desinformado

Mutis abandonó Mariquita en 1791 por orden del virrey José Manuel de Ezpeleta, quien había arribado a Bogotá en 1789 y tal vez consideró que este perdía el tiempo allí y resultaba costoso para las arcas reales. Sin embargo, el sacerdote tardó casi un año en acatar la orden, como se lo hace saber al virrey en una carta el 24 de febrero de 1790. Le asegura que no pretende eludir sus órdenes, y le expone un detallado compendio de las muchas comisiones reales que tenía. Le recuerda que el restablecimiento de las minas de plata del reino —abandonadas por más de un siglo— fue obra suya, a pesar de su costosa experiencia personal como minero durante nueve años. Y que puede gloriarse de haber sido el instrumento para traer a los sabios hermanos D’Elhuyar. Igual que los estudios y remesas sobre la nuez moscada y quina, el beneficio de la cera de los Andaquíes y el cultivo de los canelos —de los que logró hacer crecer 22 hermosos árboles de más de tres años y medio de vida—. Y le dice, enfáticamente, que “sólo el encajonamiento de colecciones, pintura, biblioteca, instrumentos y muebles de oficina pide la dilación de cuatro meses…”, sin dejar de recordarle los encargos reales, entre ellos atender la petición de Catalina II de Rusia sobre un diccionario de lenguas indígenas.

Estando en Mariquita es nombrado miembro de la Academia de Ciencias de Estocolmo, correspondiente del Real Jardín de Madrid y miembro de la Real Academia de Medicina. Fue allí donde un esclavo, el ‘Negro Pío’, le reveló el secreto de las propiedades antiofídicas del guaco, en un episodio crucial para la etnobotánica. Fue allí donde logró formar una escuela de pintores, y cultivar a Francisco Javier Matiz, “el mejor pintor de plantas del mundo”. Fue allí donde logró aislarse. Creía que era necesario “vivir retirado de los hombres para aprender los secretos de la naturaleza”, como lo consignó en su Diario. Desde siempre quiso escribir una historia natural de América.

La utopía de continuar su obra

El 7 de agosto de 1982, al tomar posesión, el presidente Belisario Betancur proclamó que era hora de mirar la ecología y propuso: “… a los organismos del sistema regional, la creación de una Carta Ecológica, que convoque el consenso de los gobiernos, y que Colombia impulsará con el inicio de una segunda expedición botánica, testimonio de gratitud al sabio Mutis, el cura gaditano que redescubrió nuestra alma y alumbró nuestra libertad”. Decidió también que esta debía partir de Mariquita e instruyó al entonces gobernador del Tolima, Armando Devia Moncaleano, quien creó la Fundación Segunda Expedición Botánica. Y entonces, Mutis y este pueblo, entrecruce de caminos, poseedor de un ecosistema de exuberante vegetación y rica composición florística —fruto de su ubicación entre el valle superior del río Magdalena y las faldas del Parque Nacional Natural de los Nevados— volvieron felizmente a conectarse.

Continuar la obra de Mutis parece una utopía. Sin embargo, el pasado 1 de agosto, la Fundación reabrió la casa de la Segunda Expedición Botánica, y convocó una donación de libros para evocar la biblioteca que hizo Mutis —gracias a la complicidad de Suecia— pese a las severas prohibiciones españolas. Llegaron más de 300 ejemplares. Una prueba de su eterna devoción por este naturalista.

Hace 100 años, en 1925, la Academia Colombiana de Historia recibió en donación del municipio las ruinas y el solar donde el Sabio tuvo su casa, su biblioteca y su jardín. La Academia nada ha podido hacer hasta la fecha. Los recursos para restaurarlos los maneja la Nación, y Mariquita está cerca de Bogotá, pero muy lejos de la Casa de Nariño. Aun así, sus gentes no desfallecen en el obstinado empeño de mantener vivo a Mutis, quizás porque saben que si lo dejan morir, Mariquita será uno más entre los muchos pueblos olvidados de Colombia. De allí la necesidad de restaurar el patrimonio y preservar el bellísimo bosque húmedo tropical que lleva su nombre, sometido a una cruel depredación.

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