Dialogar en Venezuela

Tras dos días de ejercicios militares en los que se ha movilizado a más de medio millón de soldados y civiles armados, el presidente Nicolás Maduro deberá ahora explicar dónde está la invasión inminente con la que ha justificado unas maniobras innecesarias en un país que afronta gravísimos problemas de abastecimiento y de financiación para lograr que funcionen mínimamente las estructuras del Estado. La retórica populista se agota en sus propias profecías nunca cumplidas, y para justificarlas no tiene otra opción que la huida hacia adelante.

Maduro ha declarado con carácter indefinido el estado de excepción; con ello, se otorga poderes que le permiten suspender parcialmente los derechos constitucionales e ignorar decisiones de la Asamblea Legislativa. Ante el preocupante endurecimiento del régimen, es acertada la medida del Gobierno español de conceder la nacionalidad a venezolanos cuya integridad pueda correr peligro. Resulta imposible obviar —aunque algunos líderes de la nueva política lo hacen, con asombroso aplomo— la existencia de opositores encarcelados y un aumento de la violencia política, tal y como quedó patente en la represión de las marchas opositoras la semana pasada.

Mientras, se multiplican los mensajes que advierten de que la situación no puede seguir así, por grave riesgo para Venezuela y para toda la región. El que una voz con tanto ascendente en la izquierda latinoamericana como la del expresidente de Uruguay José Mujica haya dado a Maduro por imposible muestra el desprestigio en el que ha caído el gobernante venezolano. En este contexto, todos los esfuerzos por buscar una solución negociada pueden ser útiles, como el protagonizado por el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero o la anunciada visita del líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Maduro debe entender que solo el diálogo con la oposición, y no sus milicias armadas, puede salvar a Venezuela.