El Real Madrid donde siempre: todo o nada
La Liga española está amañada: la gana siempre el que la merece. No hay más.


Una de las cosas más divertidas de estos días fue escuchar cómo el Madrid podía estar intoxicando la Liga mediante un maletín al Granada. Me recordaba a mi tío, temblando de ira contra Merkel, diciendo que se habían acabado los BMW en casa. Parte del misterio artificial del fútbol es que el entorno del Barça, ese que hizo famoso una de sus víctimas, Johan Cruyff, le pusiese precio a la derrota de Iniesta, Messi y Suárez. No quiero ni pensar qué hubiera ocurrido si el rival fuese el Sanxenxo ("¡que nadie les pague, eso es hacer trampa!"). De lo que se trataba no era de corromper al Granada para que hiciese lo que debía; se trataba de corromper una lógica que dice que de cada cien partidos contra el Granada el Barça ganaría noventa y nueve, y si se está jugando la Liga, ciento uno.
Si alguna suerte tuvo el Madrid ayer fue que la ilusión se acabó pronto.Fue campeón virtual unos minutos rutinarios que se los dan a firmar en febrero y el club llama a la Policía. Resucitó de entre los muertos, avanzó a veces con seguridad y otras sin ella, ganando en lo que más parecía un ejercicio fiscal que deportivo. Como nació dos veces, murió otras tantas, pero esa atmósfera de vida regalada le puso la misma cara que a los supervivientes de un accidente de un avión, a los que todo les parece un regalo. Hizo ayer lo que debía con la contundencia habitual, al menos los minutos que vi, porque en cuanto empezó a marcar el Barça me fui a la playa con el niño, y eso que llovía (parecíamos una canción de Iván Ferreiro). No estábamos ni vivos ni muertos; no habrá noticias de Dios hasta Milan.
A Madrid y Barça les dieron sus rivales la mano blanda desde el saque inicial; esa mano que se da no para cortar la circulación, sino para te la sostengan. Deportivo y Granada cayeron a martillazos y a la media hora ya sólo había nostalgia. La del Madrid, nostalgia del futuro: de una final cuya víspera ya vivió en Lisboa. La del Barça, principio de nostalgia del imperio que sigue construyendo alrededor de Messi.
La Liga española está amañada: la gana siempre el que la merece. No hay más.
Como las crónicas de los partidos siguen escribiéndose cuando uno deja de verlos, de camino me encontré con un amigo de la infancia que me enseñó lo que me pareció una enorme prueba de amor: el nombre de su crío tatuado en el antebrazo con una letra descomunal. Dejamos a los niños jugando y nos sentamos en una terraza sin perderlos de vista. Hubo un momento en que ellos se alejaron y mi amigo miró de reojo el antebrazo antes de llamar a su hijo. "Eres un padrazo", le dije un poco nervioso mientras empezaba a pensar en padres tatuándose los nombres de sus hijos no como acto de amor, sino para recordarlos. E inmediatamente pensé en el palmarés del Madrid, la gloria de sus ligas, que a este paso dejarán de ser motivo de orgullo para convertirse en prueba contra el olvido.
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