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Abusos sexuales en la Iglesia católica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Carta de una víctima al líder de los obispos: “Necesitamos que deis un paso valiente, transparente y decidido”

Paula Alonso-Pimentel sufrió abusos por un marista y pide justicia a Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal, del que es una antigua conocida

Luis Argüello
Julio Núñez

Paula Alonso-Pimentel aguardaba detrás de una pancarta cuando el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, salió a las puertas de la sede de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para reunirse con las víctimas de pederastia que se estaban manifestando fuera. Argüello acababa de ser nombrado aquel 24 de marzo de 2024 presidente de los obispos y Paula reclamaba justicia y responsabilidades a la jerarquía eclesiástica. El nuevo líder de los prelados españoles no esperaba reencontrarse con ella. Ambos se conocían desde hacía décadas, cuando él se preparaba para cura en Valladolid. Paula había sufrido abusos por un marista cuando era niña en un colegio vallisoletano.

El arzobispo se despidió de ella con dos besos y se separó unos metros para volver dentro del edificio. Los fotógrafos presentes hicieron varias imágenes que una hora después estarían publicadas en todos los medios. Paula comenzó a llorar y, entre el pequeño tumulto, los ojos del arzobispo se volvieron vidriosos. Nadie esperaba esa reacción de Argüello, hasta ese momento un obispo negacionista del escándalo de los abusos en la Iglesia. Por eso surgió la esperanza para muchas víctimas de que su discurso cambiara y, con él, el rumbo de la CEE.

Pero no ha sido así. Ni Argüello se reunió con Paula, ni las declaraciones del presidente de la CEE han cambiado. Esto ha causado una tremenda decepción en Paula, especialmente en las últimas semanas; en medio del escándalo de las acusaciones de pederastia contra el obispo Rafael Zornoza (que este sábado fue finalmente apartado por el Papa de la diócesis de Cádiz que dirigía), Argüello ha insinuado que a Zornoza se podría “habérsele acusado falsamente”. Por esta razón, Paula ha publicado una carta abierta:

Ni la dignidad de las víctimas, ni la de la Iglesia, pueden esperar

Hola Luis: imagino que más de uno se sorprenderá porque me dirija a un arzobispo con tanta familiaridad, pero creo que, al acabar de leer la carta, entenderán mis razones. Me ha costado mucho tomar la decisión de escribirte, muchísimo, hace años que le doy vueltas a la idea pero siempre he encontrado excusas para posponerlo.

Desde que escuché unas declaraciones tuyas en las que parecía que vinculabas la pederastia con la homosexualidad, o en las que rebajabas el número de víctimas de la iglesia a cifras irrisorias, me planteé contactar contigo para contarte mi caso y pedirte que repitieras todo aquello mirándome a los ojos. Pero nunca parecía ser un buen momento, no tenía fuerzas para hacerlo.

Con el tiempo, después de muchos años de terapia, he podido denunciar mi caso públicamente en el diario EL PAÍS, he declarado en la comisión del Defensor del Pueblo, y formo parte de ANIR (Asociación Infancia Robada) y su delegación en Madrid.

No sé cómo, el día que te eligieron presidente de la Conferencia Episcopal, tuve el valor de preguntarte si te acordabas de mí y si te podía escribir; me contestaste que también podíamos hablar.

A los pocos días convocasteis una reunión con las víctimas a la que no pude asistir, y desde entonces a menudo me planteo llamarte para reunirme contigo; pero cada paso que dais, cada declaración que hacéis respecto a las agresiones sexuales a menores en la Iglesia, me disuaden acerca de la utilidad que tendría dicha reunión. ¿De qué serviría hablar con alguien que avala la creación de un plan de reparación a las víctimas (PRIVA), sin contar con ellas?, ¿se puede esperar que un arzobispo, que sale a defender a un alcalde cantaor de la pedofilia, esté dispuesto a escuchar las horribles consecuencias que tienen las agresiones sexuales en la vida de un niño y entienda que esas consecuencias suelen acompañarnos de por vida?

Esa reunión, de darse, seguramente sólo serviría para que nos hicieran la foto y me acariciaras de nuevo delante de las cámaras. También podría exigir que fuera una reunión privada, que no trascendiera, pero no me queda confianza en ti ni en el conjunto de los obispos, que seguís poniendo en duda nuestras denuncias, sin haceros una mínima idea de lo que nos cuesta a las víctimas exponernos públicamente.

Entre estas dos fotografías, en las que aparecemos juntos, han pasado cuarenta años. En la primera estamos en Taizé, en el verano de 1984. A ti te faltaban dos años para la ordenación sacerdotal, organizabas este viaje, y apuntabas maneras de cura progre, luchador, con ganas de cambiar las cosas. Yo acababa de cumplir 18 años, era una adolescente muy infeliz que de niña creía que tenía poderes mágicos, y se subió en un autobús camino de Francia empujada por su entorno, sin saber muy bien por qué ni para qué. Al poco tiempo oficiaste la boda de mi prima Mónica con tu mejor amigo y nos volvimos a ver.

En la segunda fotografía estamos en la puerta de la calle Añastro 1, en marzo de 2024, el día que te nombraron presidente de la Conferencia Episcopal. Saliste, un poco a regañadientes o esa impresión me dio, a saludar al grupo de víctimas que llevábamos dos días concentrándonos en la puerta para recibir palmaditas en la espalda y compromisos incumplidos. Te pregunté si te acordabas de mí y si te podía escribir: me dijiste que sí, que te acordabas de mí, y que también podíamos hablar. Me acariciaste y al día siguiente la foto estaba en la portada de algún diario como muestra de un posible cambio de actitud de la iglesia hacia las víctimas.

¿Qué ha sido de nosotros durante esos cuarenta años que separan estas dos fotografías?

Yo fui a Salamanca a estudiar Bellas Artes decidida a dejar atrás a la niña tímida y asustadiza que apenas era capaz de hacer amistades. Me puse una máscara y, por un tiempo, fui la más inteligente, guapa, segura y artista. No solía pensar en las agresiones, las veía como algo de lo que avergonzarse que había quedado en el pasado, y confiaba en mis poderes mágicos para cambiar las cosas. El espejismo no duró mucho, y en el tercer curso volví a Valladolid, abrumada por todas las vivencias de Salamanca y con un diagnóstico mental serio. Empezaron las visitas al psiquiatra y tuve que abandonar el curso. Volví a la universidad, acabé la carrera, tuve otra recaída. Con mucho esfuerzo y terapia saqué la oposición de profesora de secundaria. Soy una de las pocas víctimas afortunadas que puede costear su tratamiento y no teme quedarse sin trabajo si sufre otra recaída, como ocurrió en el 2020.

He tenido parejas y me casé, pero las víctimas frecuentemente conectamos desde el trauma y nos sentimos atraídas por personas con problemas parecidos a los nuestros porque compartimos nuestro dolor. Ahora estoy divorciada y no pude tener hijos. Es muy improbable que algo prospere en una casa en ruinas. Porque eso eran mi psique y mi alma.

Yo diría que ni siquiera era una casa en ruinas, sino una pequeña y desmañada cabaña de paja, que cuando tenía ocho años, un depredador, capaz de seducir a una niña para satisfacer sus deseos sexuales y con la complicidad de la institución a la que pertenecía, arrasó sin ningún escrúpulo.

De tu trayectoria no conozco mucho más de lo que publica la Wikipedia, y eso lo puede consultar cualquiera que está interesado. Recuerdo a la más religiosa de mis hermanas llamándote en cuanto volvía a Valladolid y lo importantes que tus opiniones eran para ella.

Ahora compartimos el mismo asco, rechazo y estupor al constatar cómo has cambiado desde entonces. ¿Renunciar a la justicia y la empatía hacia las victimas es el precio que has pagado para llegar tan alto?, ¿merece la pena?, ¿o es que no era más que una máscara, como la de mi agresor que pretendía ser mi amigo?

La Iglesia española no puede seguir eludiendo sus responsabilidades. Las víctimas no podemos esperar.

Unos lo ocultaron por vergüenza y sus hijos lo supieron por diarios que pudieron leer cuando sus padres ya habían muerto. Otros se han suicidado incapaces de soportar el dolor. Muchos malviven sin poder acceder ni a un trabajo ni a un tratamiento. Las agresiones continúan en la actualidad y seguirán ocurriendo, porque vosotros queréis mirar hacia otro lado como si no fuerais cómplices necesarios con vuestros silencios y encubrimientos.

Ahora las víctimas necesitamos que deis un paso valiente, transparente y decidido. Porque solo si colaboráis proactivamente a hacer justicia y restituir nuestra dignidad, y sólo así, podréis empezar a restituir la vuestra, la de la iglesia.

Vuestra dignidad como institución está indisolublemente unida a la tolerancia cero con la pederastia y a la determinación con la que afrontéis este horror. Me gustaría también añadir esta fotografía, que muestra sin palabras los sentimientos y el abandono de las víctimas.

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Sobre la firma

Julio Núñez
Periodista de Casar de Cáceres. Escribe en EL PAÍS sobre tribunales. Desde 2018 y hasta la actualidad investiga el escándalo de la pederastia en la Iglesia, trabajo que en 2022 obtuvo el Premio de Periodismo Ortega y Gasset.
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