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Del lujo a la moda rápida: la obsesión de la moda con los festivales de música

Zara y Burberry son solo algunos ejemplos de firmas que tiran de la inspiración festivalera para acercarse a las nuevas generaciones

Kate Moss en una imagen de campaña de la colección festival de Zara.

El barro, la cerveza en vasos de plástico o los inodoros portátiles no son el tipo de cosas que relacionamos con la alta moda. Hasta ahora. Este año las firmas se han obsesionado con los festivales, creando campañas y colecciones que llevan el lujo hasta estas experiencias colectivas.

Hace unas semanas Burberry lanzó una colección de festival protagonizada por Liam Gallagher, el DJ de los 90 Goldie, la artista de hip hop John Glacier, Alexa Chung y el cantante de K-pop Seungmin. Los artistas lucen piezas con el tradicional estampado de cuadros de la marca entre carpas y camiones. Los vídeos de Liam Gallagher se terminaron haciendo virales, porque seamos sinceros, a quién no le va a gustar ver y escuchar a esta persona haciendo lo que sea. Eso sí, al público le importaron mucho menos las botas de agua, las camisas y los bolsos de cuadros que recoge la colección de festival de la casa británica.

Zara unió a Kate Moss y el vocalista de Primal Scream Bobby Gillespie para su propia colección festivalera. Como la de Burberry tiene un marcado acento noventero, pero vende una imagen de rocanrol clásico al más puro estilo Moss. Tanto la modelo como el músico dicen incluir diseños inspirados de sus propios armarios, y comparten su lista de Spotify. Los precios no son tan elevados como los de la marca brit, pero con los diseños de blazers, pantalones blancos y sandalias de tiras, resulta más zona VIP que cola para las duchas. Y si todo lo anterior resulta poco realista, solo falta apuntar a que ambas marcas incluyen nepo babies entre sus modelos, con todos los hermanos Gallagher (Gene, Molly y Lennon) retratados para Burberry, y Lux Gillespie y Lila Moss en el caso del catálogo de Zara.

Bobby Gillespie, cantante de Primal Scream, y Kate Moss en una imagen de campaña de Zara.

Estos ejemplos indican una voluntad de retornar a una época de festivales sin influencers y photo calls, donde probablemente los asistentes olían peor, pero se lo pasaban mejor. Pero eso sí, mercantilizando todo lo posible el sentimiento nostálgico. “Claramente volvemos al estilo de Glastonbury después de que durante años marcase la tendencia Coachella y sus diademas de flores”, razona Marta Salicrú, periodista musical y directora de Radio Primavera Sound. No se puede negar que resulta más atractivo ver a Kate Moss con minivestido dorado y botas Hunter atravesando de la manos de Pete Doherty el lodazal de Glastonbury que a TikTokers de mirada vacía en Coachella haciendo unboxing de Revolve. El hecho de que se valoren más las fotos robadas que las de promoción descarada tienen por supuesto que ver con la idea de exclusividad. La fiesta que se pegó Kate Moss en el backstage nunca quedaría registrada en redes. Y aunque las botas Hunter se convirtieron en tendencia fuera del entorno de granjas y festivales, se las puso (al menos en apariencia) porque ella quería, no por contrato. Según Paula Juan, responsable de comunicación de Low Festival, las firmas eligen la inspiración de festivales de hace treinta años precisamente porque entonces no eran un fenómeno de masas: “Eran una inspiración a la que muy poca gente podía acceder”, comenta.

En la actualidad estas citas musicales, se han posicionado como un elemento clave dentro del calendario de la moda. Una mini temporada dentro de la de primavera verano. Su espacio comercial ha pasado de ser una selección de ecommerce de riñoneras, sombreros que nunca llevarías por la calle y prendas con flecos a colecciones enteras con campañas protagonizadas por personalidades conocidas y fotógrafos de prestigio.

Por otra parte, en la coyuntura actual, en la que nos intentan convencer de que lo deseable es lo caro y básico, los festivales al menos ejercen de laboratorios de tendencias. En ellos despunta tendencias que paulatinamente se diseminan en su versión aguada, y son espacios en los que es posible llevar looks al extremo. Siempre que no ofendan a nadie, claro. Porque algunas promotoras, como la del festival el londinense Wireless, han emitido guías para disuadir el uso de prendas o accesorios que promuevan la apropiación cultural, como pueden ser los tocados de los nativos americanos o la joyería facial con raíces en la religión hindú.

La realidad es que los atuendos festivaleros han pasado de una simple camiseta de grupo y la estética tirada del grunge a unos looks extremadamente producidos. Como escribió el verano pasado la periodista británica Emma Loffhagen “¿Por qué en los festivales de repente todo el mundo es tan hot?”. En el artículo del periódico local londinense The Evening Standard describió a los asistentes del festival All Points East como un “casting masivo de supermodelos”, para continuar opinando que Sienna Miller y Kate Moss con sus looks bohemios hoy no harían que la gente se diera la vuelta para mirar.

Sienna Miller en Glastonbury 2022.

Los organizadores de festivales en nuestro país corroboran la idea de que los asistentes lo dan todo en el vestir, destacando como tendencia los vestidos de rejilla con lencería mínima a la vista, y los pantalones de deporte, principalmente de Adidas, combinados con tops de salir.

“En Low Festival celebramos este año nuestro quince aniversario así que hemos visto una clara evolución en la forma de vestir de los asistentes¨, desarrolla Paula Juan. Las fotos de hace quince años no tienen nada que ver con los outfits de ahora. Hemos pasado de la comodidad cien por cien en nuestras primeras ediciones, hasta el boho inspirado en Coachella. En los últimos años despuntan los looks más deportivos, prendas metalizadas,... tiene cabida todo y los outfits son mucho más libres”.

En cierta manera los festivales se han hecho con el espacio previamente ocupado por las tribus urbanas y las subculturas. La generación Z no frecuenta tanto el banco del parque o los antros nocturnos, pero experimenta y juega con su identidad y estética en un entorno colectivo.

“La moda siempre se ha fijado en la calle, pero quizás por el hecho de que pasamos tanto tiempo en lo virtual, el festival puede tener ahora ese rol”, elabora Salicrú. “Tiene que ver con la cultura del evento que vivimos, la gente no va al cine, pero se apunta a Barbenheimer. Con los festivales pasa lo mismo, que es difícil llenar salas de conciertos, pero los festivales agotan entradas. Todo esto hace que los festivales se conviertan en ese aparador que era la calle para identificar tendencias”.

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