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Cómo detectar y tratar el hígado graso, una afección ‘invisible’ que afecta a un tercio de la población

Su nombre clínico es esteatosis y es la patología hepática más prevalente. Asintomática hasta estadios avanzados, puede devenir en cirrosis o cáncer. Muy relacionada con la obesidad, prevenir su aparición y revertir sus efectos pasa por adoptar una dieta sana y evitar el sedentarismo

Más allá de ciertas partes del cuerpo más visibles, la grasa puede llegar a infiltrarse en los órganos y colonizar poco a poco sus células. Es lo que sucede en las hepáticas cuando hablamos de esteatosis o, más popularmente, hígado graso no alcohólico, la patología crónica de este órgano más frecuente del mundo: más de tres de cada 10 personas lo padecerán, según un estudio de 2023 de la revista Hepatology.

Benjamín Polo Lorduy, jefe de servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid), explica que el hígado es “como una piedra”, un órgano en el que es difícil que cualquier sustancia se cuele: “La grasa, de primeras, va a las zonas fáciles: pechos, caderas… Cuando entra en el hígado cuesta mucho que salga”, detalla. Pero ¿por qué esa grasa acaba saltando de esas zonas fáciles a órganos como el hígado? Beatriz González, especialista del servicio de Endocrinología del Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón (Sevilla), responde: “El tejido adiposo puede estirarse hasta un límite. Es decir, tenemos una capacidad máxima de almacenar grasa a nivel subcutáneo y, cuando se excede esa capacidad, esta se deposita en otros órganos, como por ejemplo el hígado. Es entonces cuando hablamos de enfermedad hepática asociada a disfunción metabólica”.

“Cuando notamos aumento del perímetro abdominal debemos ponernos en la pista e ir al médico. Casi el 80% de las personas con hígado graso sufre obesidad”

Foto de la Dra. Beatriz González Aguilera, especialista del servicio de Endocrinología del Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón (Sevilla)

Beatriz González Aguilera Especialista del servicio de Endocrinología del Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón (Sevilla)

El principal reto que plantea el hígado graso es su “carácter invisible”, tal como explica Rafael Esteban Mur, jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital Quirónsalud Barcelona: “No produce síntomas ni dolor, sobre todo en las etapas tempranas del fenómeno. Pero hay un indicio que nos debe alertar: la obesidad”. El sobrepeso o la obesidad, precisamente, “también se correlaciona con una predisposición a otras enfermedades metabólicas como diabetes o las cardiovasculares”, añade González, que subraya: “Cuando notamos aumento del perímetro abdominal debemos ponernos en la pista e ir al médico. Casi el 80% de las personas con hígado graso sufre obesidad”.

Otra pista que ayuda a la prevención de esta enfermedad es el índice de hígado graso, un indicador que se calcula en algunos reconocimientos médicos practicados en trabajo y que, según un estudio realizado por Quirónprevención –en cuyos reconocimientos médicos se obtiene este índice– y recién publicado en la revista científica de la Sociedad Española de Médicos Generales, permite identificar de forma precoz a las personas en riesgo de padecer esta patología. También es sencillo de estimar el Índice de Masa Corporal (IMC), una medición que Polo califica como “corriente pero útil, que nos debe poner en alerta si es igual o mayor a 25, aún más si arrastramos condiciones como hipertensión arterial, hipercolesterolemia o diabetes tipo 2”.

Una vez acudamos al médico, existen múltiples herramientas para detectar un hígado graso incipiente. La prueba más sencilla es el análisis de sangre, en el que se miden ciertos marcadores séricos, como las transaminasas, unas enzimas relacionadas con procesos metabólicos que, “aunque tienen poca sensibilidad, son un buen indicio de hígado graso si salen altas”, especifica González. Si hay sospechas de enfermedad hepática se realiza entonces una ecografía abdominal para determinar el nivel de infiltración de grasa en el órgano: “A partir de un 20% podemos hablar de hígado graso”, estipula Polo.

“Si el hígado graso se prolonga y no se revierte se produce cirrosis, una especie de ‘muerte’ del tejido inflamado y dañado”

Foto de la Dr. Rafael Esteban Mur, jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital Quirónsalud Barcelona

Rafael Esteban Mur Jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital Quirónsalud Barcelona

La fibrosis es, precisamente, la primera evolución maligna del hígado graso. El doctor Mur sintetiza las fases de esta patología: “Primero tenemos el hígado graso, la esteatosis. Después se da la fibrosis, la aparición de cicatrices en el órgano y el comienzo del daño celular. Si esta condición se prolonga y no se revierte se produce cirrosis, una especie de muerte de ese tejido inflamado y dañado, y la disfunción general del órgano”.

Así evoluciona el daño hepático

Hígado graso

La grasa se infiltra en el hígado y se acumula en el órgano, lo que provoca su agrandamiento

Fibrosis

Con el tiempo comienzan a aparecer cicatrices en el hígado, primeras señales de daño hepático

Cirrosis

Las cicatrices causadas por la fibrosis se endurecen. El tejido hepático afectado ‘muere’ y deja de funcionar, causando disfunciones en el órgano

Cáncer

Si la cirrosis no se trata, el daño hepático se extiende y crece el riesgo de desarrollar cáncer de hígado, llamado carcinoma hepatocelular

Fuente: Elaboración propia en base a los testimonios recabados en el reportaje.

La cirrosis, el estadio más avanzado de daño hepático, conlleva comorbilidades muy invalidantes, tal como detalla el doctor Polo: “Pueden aparecer varices en el esófago, sangrado digestivo, problemas de retención de orina… Hay que determinar siempre el grado de fibrosis, que va del uno [el más leve] al cuatro [que indica cirrosis]. Un 20% de los casos más graves pueden terminar en hepatocarcinoma, lo que sería un tumor del hígado”, prosigue.

Cuando prevención y tratamiento se unen

Si en todas las patologías la prevención y el tratamiento están de algún modo vinculadas –a mayor prevención, menor y más leve tratamiento–, en el hígado graso esa relación cobra aún más peso. Aquí lo que sirve para anticiparse a la enfermedad lo hace también para revertirla. Son dos recomendaciones, explican los tres especialistas, las que hay que seguir: “Adoptar unos buenos hábitos alimenticios basados en la dieta mediterránea y hacer ejercicio físico, tanto aeróbico, dos horas por semana está bien, como anaeróbico o de fuerza un par de veces a la semana”, ilustra González.

“El problema es que tenemos muy integradas las dietas hipocalóricas, con comida rápida, bebidas azucaradas, rica en ácidos saturados y fructosa. Esto aumenta la tendencia a la obesidad”

Foto de la Dr. Benjamín Polo, jefe de servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid)

Benjamín Polo Lorduy Jefe de servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz (Madrid)

La receta es sencilla y, en principio, asequible. Y, como estima González, tiene efectos inmediatos y notorios en la condición del paciente: “Entre un 3% y un 5% de pérdida de peso reduce considerablemente la cantidad de grasa en el hígado. Y entre el 7% y el 10% puede llegar a revertir la inflamación del hígado, aunque sostener una disminución así solo con dieta y ejercicio es difícil. En estos casos, abunda la doctora, “las terapias farmacológicas pueden ser de ayuda en esta pérdida de peso”. Y en los casos más avanzados, aquellos con un IMC por encima de 35 y comorbilidades, “se puede plantear la cirugía bariátrica [una reducción de estómago]”.

La preocupación en torno a esta enfermedad “se está incrementando”, incide Esteban Mur: “El hígado graso es ya la primera causa de cirrosis hepática en los países desarrollados. Es un problema que tenemos que abordar junto a la industria y los pacientes”. La complejidad reside en que el auge del hígado graso está ligado a los actuales hábitos de consumo. Tenemos muy integradas las dietas hipocalóricas, con comida rápida, bebidas azucaradas, ricas en ácidos saturados y fructosa… Esto aumenta la tendencia a la obesidad. Y la concienciación, además, es insuficiente: cada vez tenemos menos tiempo para comer bien y somos más sedentarios, lo que empeora nuestras condiciones”, sintetiza Polo.

Para romper este círculo vicioso, retoma González, hay que actuar a pequeña escala, mejorando las cosas que tengamos a mano: “Perder un poquito de peso ya cambia mucho el hígado graso. Eso y ponernos siempre en manos expertas. Se trata de una condición reversible siempre que la cojamos a tiempo”.

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