“Papá, odio Gaza”
Un trabajador humanitario en la ONG Save the Children cuenta lo que supone para un padre de cinco hijos no ser capaz de protegerles y cómo los niños se han quedado sin casa, sin colegio y sin los derechos más básicos de la infancia
El otro día, uno de mis hijos hizo una cometa con papel negro. La miré desde lejos y noté algo extraño: todas las cometas con las que jugaban los niños y niñas eran negras, pese a que normalmente suelen elegir colores brillantes. Pero tal vez estas cometas reflejan ahora lo pesada que sienten la vida. Porque en Gaza, incluso jugar lleva el peso de la guerra.
Soy trabajador humanitario en la ONG Save the Children, pero, antes que nada, soy padre de cinco hijos. El más pequeño tiene 12 años. El mayor, 22. Como los 2,1 millones de habitantes de Gaza, estamos luchando por encontrar lo básico: comida, agua potable, un lugar para lavarnos...
Mis propios hijos solían jugar con casas de muñecas, les encantaban los juegos de pelota y pasaban horas en el parque infantil de nuestra calle. Ahora, ni siquiera queda espacio para dar patadas a los restos de un balón de fútbol desinflado. En lugar de correr para divertirse, corren para alejarse del sonido de las bombas. La infancia en Gaza no solo se está reduciendo, está siendo borrada.
Un día, uno de mis hijos me miró y dijo: “Papá, odio Gaza. Ya no quiero quedarme aquí”. No supe qué responder. ¿Qué puedes decir cuando no puedes prometerles seguridad, ni siquiera la oportunidad de ser niños y niñas?
Esta guerra ha puesto nuestras vidas patas arriba. Hemos perdido todo, nuestra querida casa, nuestro lugar de trabajo, las escuelas de mis hijos. Todo ha desaparecido. Ahora estamos sin hogar. Vivimos en lo que llaman una “zona humanitaria”. Pero no hay nada humanitario en ella. A los niños y niñas de Gaza se les niegan los elementos más básicos de la infancia. Su derecho a jugar, a comer y a vivir se viola una y otra vez.
A pesar de esta situación inhumana, mi esposa y yo hacemos todo lo posible para que la vida parezca un poco menos hostil. Contamos historias, jugamos, nos reímos en los pequeños momentos. Plantamos unas flores en la tierra cerca de nuestra tienda. Observamos a los pájaros volar y tomamos fotos del atardecer. Tratamos de crear alegría donde podemos.
Los niños y niñas siguen siendo eso, niños y niñas. Quieren jugar, sentirse libres. Pero ahora, todo a nuestro entorno es peligroso y estar afuera, al aire libre, puede poner en riesgo la vida.
Cada parque, cada colegio, cada lugar que alguna vez sirvió a nuestros niños para aprender, crecer y respirar está destruido o fuera de nuestro alcance. Las escuelas se han convertido en refugios superpoblados y muchas han sido bombardeadas mientras las familias estaban dentro. Casi todas (el 95%) las escuelas de Gaza han sido dañadas, incluyendo todos los centros educativos del norte de la franja de Gaza. Esto es más que un ataque militar. Es una guerra contra la infancia.
Jugar no es un lujo. Es esencial para el desarrollo y la recuperación emocional de los niños y niñas. Es la forma en que entienden el mundo, se conectan con otros y comienzan a sanar
El derecho de los niños y niñas a jugar no es opcional. El artículo 31 de la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño establece que todo niño tiene derecho a relajarse y jugar, incluso en tiempos de guerra. Pero en Gaza, ese derecho está siendo negado sistemáticamente. Jugar no es un lujo. Es esencial para el desarrollo y la recuperación emocional de los niños y niñas. Es la forma en que entienden el mundo, se conectan con otros y comienzan a sanar.
Pero en Gaza, los niños y niñas simplemente están tratando de sobrevivir. Muchas familias se ven obligadas a depender de sus hijos e hijas para ir a buscar agua a largas distancias. Otros los envían a puntos de distribución de alimentos, lugares donde corren el riesgo de ser heridos o de morir.
Robar la alegría
Mis hijos —como tantos otros— están perdiendo no solo sus hogares, sino también su ilusión. Durante la breve pausa en los enfrentamientos a principios de este año, Save the Children ayudó a establecer espacios amables para la infancia: tiendas y aulas improvisadas donde los niños y niñas podían dibujar, jugar, cantar y bailar. Pero cuando las bombas volvieron, esos espacios seguros fueron destruidos de nuevo.
Como responsable de protección infantil, he visto lo profundamente que esta guerra está afectando a los niños y niñas. He trabajado con niños y niñas que tienen problemas para dormir, que se orinan en la cama, que se aferran a sus padres o madres o que tienen reacciones extremas de repente. Algunos están retraídos, otros ansiosos todo el tiempo. El estrés tóxico que provocan la guerra y los desplazamientos afecta el desarrollo cerebral. Pero no necesitas ser un especialista para ver el impacto que tendrá esta guerra a largo plazo.
En una Gaza sin juguetes, sin privacidad y sin seguridad, a los niños y niñas se les roba no solo la alegría, sino las herramientas que necesitan para recuperarse
La tensión y miedo permanentes hacen más difícil que los niños y niñas se concentren, recuerden cosas y aprendan. Aumenta el riesgo de depresión, ansiedad y enfermedades crónicas en el futuro. Todo esto socava sus futuros y, por ende, el futuro de nuestra sociedad. Por otra parte, los niños y niñas que no pueden jugar pierden el espacio para procesar su trauma, construir amistades e imaginar algo mejor. En una Gaza sin juguetes, sin privacidad y sin seguridad, a los niños y niñas se les roba no solo la alegría, sino las herramientas que necesitan para recuperarse. Además, los niños y niñas con discapacidades son los más afectados.
Y aun así, incluso todos siguen intentando ser niños y niñas. Los he visto jugar con pedazos de ropa vieja, plástico y otros escombros, cantar en voz baja y tratar de encontrar alegría en medio de la devastación. Pero no deberían tener que esforzarse tanto solo para sentirse niños y niñas. Solo hay una forma de protegerlos: un alto el fuego permanente y duradero.
Las bombas deben parar. No necesitamos pausas temporales, necesitamos una paz duradera y acceso humanitario completo para que podamos llevar los suministros y la ayuda que necesitan. La vida y el futuro de más de un millón de niños y niñas dependen de ello. A pesar de todo lo que hemos vivido, creo que la vida sigue siendo hermosa y que sobreviviremos, de alguna manera.
Esta mañana vi a un grupo de adolescentes caminando juntas, hermosamente vestidas con sus uniformes escolares. Les pregunté: “¿A dónde vais tan temprano?” Me dijeron que alguien había instalado una tienda de campaña donde podían estudiar algunas asignaturas de nuevo. Es una iniciativa humilde, pero me llenó de esperanza. Esta generación es fuerte. Liderará el cambio. Reconstruirá Gaza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.