Yo los desollaría
Bajo la apariencia de rebeldía de los agitadores ultras en las universidades solo hay desinformación y ruido emocional


Hay que ver lo fea que se pone una tocando el aulós. Yo coincido con Atenea en eso. No favorece nada. Como instrumento de viento, ese antiguo oboe doble de pasado griego obliga a almacenar demasiado aire y a quien lo toca se le inflan los carrillos. Atenea lo inventó, y al probarlo, vio reflejada su cara en el agua, no se gustó y lo arrojó al suelo con desprecio.
No haría yo como Atenea, claro, no lo tiraría llena de ira porque una diosa es valiente, poderosa y una no es más que una profesora universitaria sin ademanes divinos. Pero, además, pondría otro cuidado con el repudio del instrumento porque me sé cómo continúa esta historia en la mitología griega. Al abandonarlo sin consideración, Atenea desprecia lo que la deslustra y deja la trama abierta para que luego alguien, quien sea, se lo tope por el camino, ignore quién lo creó, lo use para sí y aprenda a tocarlo aunque le desluzca el aspecto. Y ese alguien, en la historia, tiene después la soberbia enorme de creer que basta mover los dedos y soplar a pulmón lleno para ser un buen músico. Ese instrumentista casual tiene un conocimiento autodidacta y menor, exhibe una capacidad habilidosa sin trasfondo, no sabe qué es una orquesta, no tiene la experiencia de escuchar a quienes han compuesto o tocado antes que él. Pero como ignora su ignorancia, dice públicamente que él es mejor incluso que el dios de la música. Y reta a ese dios, que, por ejemplo, toca la lira.
El dios es Apolo. El reto es un concurso con jurado. Y el resultado es claro: gana Apolo, que no solo toca la dulce lira con gusto, es que además en el concurso se acompaña cantando. El perdedor se llama Marsias y es castigado por su jactancia de manera cruel a ser colgado de un árbol y desollado vivo: la mitología no entiende de derechos humanos.
Marsias era un sátiro. Los sátiros eran en la mitología criaturas menores de comportamiento instintivo y aspecto salvaje: barbados con cuernecillos y orejas puntiagudas, vestidos con una piel de cabra cubriéndoles el espinazo. Este mito aleccionaba sobre el peligro de ser sátiro y creerse dios, y, en una interpretación menos literal, alertaba sobre la arrogancia de quienes sobrevaloran sus capacidades. En la literatura popular, el motivo de alguien que toca la flauta y puede embaucarnos remite a este mismo núcleo de significado: la defensa del orden frente al caos.
La historia de Marsias y Apolo fue representada artísticamente de manera repetida desde la Antigüedad; en el Barroco europeo gustó muchísimo pintar su escalofriante escena final. Quien contempla estos cuadros puede fijarse en el sujeto colgado boca abajo que es desollado; puede atender a Apolo, que suele aparecer en segundo plano con su lira, impasible, guapo. Puede curiosear los detalles: las lágrimas de algunos campesinos que ven el castigo, el aulós en el suelo... Las ficciones de la mitología se parecen a los cuadros en que cada visión es un acto de interpretación. La historia de Marsias ha sido explicada con significados alternativos: Apolo gana porque tenía al jurado de su parte (y Marsias es un pobre sátiro sin protección de la casta), la victoria de Marsias no se podía consentir porque el poder cambiaría por fin de bando en el Olimpo...
Hay muchas posibles interpretaciones pero yo tengo clara la mía. De este mito me quedo con Apolo como representación de la maestría, símbolo del rigor frente a la ocurrencia. En los cuadros que pintan la historia no veo a Marsias, por mucho que me lo coloquen en primer término, por mucho que su mirada me apele, por mucho que la melodía de su estridente instrumento parezca flotar por la escena frente a la armoniosa lira. En Marsias veo a un agitador que quiere alterar su entorno haciendo sonar un instrumento desacostumbrado que sale solo del pulmón y no conoce la razón asentada de la música teórica.
La convocatoria reciente de actos de agitadores ultras en universidades españolas es una encarnación moderna de este mito. Atenea ha creado desde la inteligencia un recurso, la Universidad, que un Marsias cualquiera quiere aprovechar como instrumento de rebeldía controlado por sus manos, pretendiendo deleitar con proclamas un lugar que nace para alimentar el cultivo intelectual profundo y demorado. Yo me fijo en el inicio del mito, porque sin la desatención a lo pequeño no se habría impulsado a Marsias. Estos alumnos que escuchan la flautilla gamberra tienen edad y años de sistema educativo encima como para haber aprendido que bajo la apariencia de rebeldía provocadora solo hay desinformación y ruido emocional. Las universidades deben alentar el pensamiento crítico, el rigor y la duda; si nuestros universitarios creen que el estilo de estos agitadores es libertad intelectual es que no hemos cuidado el instrumento que hemos creado. Y algunas universidades han sido, además, tan torpes que han consentido participar en el concurso y han autorizado que suene esta música en sus corredores.
Ya he dicho que no tengo ademanes de diosa pero en la Universidad tengo mi particular monte sagrado, la Universidad es la institución que me ha dado mi sitio el mundo y en su defensa me empleo. Por eso digo, figuradamente, claro, que yo desollaría a estos Marsias. Nos corresponde a quienes estamos en este cuadro quitarles las pieles de cabra y mostrar que debajo de ellas no hay más que criaturas menores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma































































