Las cosas son así
Una de las facetas más desagradables del tiempo actual es el desprecio a la gente mayor

Llevábamos semanas buscando un cuadrito de Picasso que creíamos robado en un asalto como el que ha cometido con todo descaro una banda en el Louvre y resulta que una pareja lo había encontrado dentro de un paquete abandonado en el portal y lo habían subido a casa por si alguien lo reclamaba. Y es que las cosas son mucho más sencillas de lo que parecen. En la mayoría de los casos, lo simple es más verdad que lo rebuscado. Pese a la imaginación de los guionistas de series y las ambiciones de los tecnólogos no hemos entrado en una dimensión del progreso asombrosa, sino que más bien podríamos definir nuestra época como el miserable imperio de la paquetería a domicilio. Si uno pudiera condensar todos los males del mundo en un solo gesto sería este: desear un poke de remolacha y un café macchiato y pedirlo por teléfono para que te lo traigan de inmediato. A esa civilización no le puede esperar nada bueno a la vuelta de la esquina.
La gente sabia hace las cosas despacio. A menudo tan sólo los ancianos se permiten ese ritmo que facilita que te des cuenta de que algo no está bien, de que alguien se ha olvidado algo y de que este otoño ha entrado con una temperatura de lo más suave. Después de semanas de engorrosa disfunción política, vamos empezando a saber qué ha pasado con los cribados de cáncer de mama en Andalucía y por qué no se alertó a las pacientes en peligro. Privatización, abaratamiento, desprecio de lo que es público y colectivo. Basta pensar durante un instante cómo se habría dado la noticia si hubiera sucedido en Barcelona. O si en vez de un cáncer de mama que afectaba a mujeres, se hubiera tratado de un cáncer de próstata que hubiera sacudido a dos o tres grandes empresarios. A estas alturas, las autoridades andaluzas ya están haciendo creer que todas las mujeres que padecen un cáncer de mama son izquierdistas radicales. Supongo que si lograron que las víctimas del 11-M que no comulgaban con las manipulaciones ni las teorías conspiranoicas fueran insultadas y tomadas por locas, se puede lograr lo que se quiera. Basta apretar un poquito las tuercas del sectarismo, esa dolencia que todos padecemos sin que sepamos que la padecemos.
Por ese camino absurdo, acabaremos enterándonos de que la hora en la que el president valenciano Mazón estuvo desconectado y desaparecido después de una larga y opípara comilona, mientras morían ahogados cientos de ciudadanos en su región, en realidad estuvo en misa rezando por ellos. Cosas más raras han intentado que nos traguemos. En aquel desastre que se produjo en Valencia, como en las residencias de Madrid durante la pandemia, también los ancianos indefensos se llevaron la peor parte. Una de las facetas más desagradables del tiempo actual es el desprecio a la gente mayor, la consideración de que son prescindibles y costosos. Hasta tal punto ha llegado el disparate, que muchos nietos han dejado de escuchar a sus abuelos, aquellos que pueden ofrecerles el antídoto de la experiencia contra los fanatismos tan de moda. No estamos dispuestos a pasar por la lupa crítica de quien tiene calma para observarnos, para burlarse de nuestra prisa y nuestra inconsistencia. Los ancianos saben que las cosas son sencillas y que todo lo que sucede es muchas veces una consecuencia del descuido, el error y la irresponsabilidad. Las cosas son así, suelen decir, no por resignación, sino por sabiduría.
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