Amazon desenchufa internet
El apagón de los servidores del gigante tecnológico es un inquietante recordatorio de la dependencia que imponen unas pocas empresas


El apagón durante varias horas el pasado lunes de Amazon Web Services (AWS), el proveedor de servicios digitales en la nube más importante del mundo, es una nueva prueba de que la concentración de la infraestructura de internet en apenas unas pocas empresas privadas supone un asunto de seguridad global, porque cualquier fallo, accidental o intencionado, causa gravísimos perjuicios a economías y sociedades de todo el planeta.
A primera hora del lunes en Europa, AWS comenzó a sufrir un fallo masivo que generó problemas en cadena en el acceso de los ciudadanos a servicios de todo tipo de empresas que utilizan sus servidores: aplicaciones de grandes bancos, el sistema de pagos Bizum, videojuegos como Fortnite, plataformas educativas o centros de datos. Pocos fueron los sectores económicos que no se vieron afectados en alguna medida por el apagón de una sola empresa. Las pérdidas son incuantificables por la cantidad de afectados.
Aunque para la mayoría de los consumidores el nombre de Amazon esté ligado a las ventas online y a la distribución de contenido audiovisual en streaming, lo cierto es que AWS constituye el corazón de un gigante tecnológico formado por un complejo entramado de servicios presente en todo el mundo y que ofrece soporte a más de 200 centros de datos globales, almacenamiento, computación, redes e inteligencia artificial, entre otros sectores punteros. En otras palabras: una sola compañía de tamaño gigantesco —cuya matriz tiene una capitalización en Bolsa de casi 2,3 billones de euros— se ha convertido en esencial para el funcionamiento cotidiano de sectores estratégicos de las economías occidentales. Y esto ha sucedido mediante una evolución de los hechos que va por delante de cualquier tipo de legislación nacional o internacional que pueda haberse discutido.
No es la primera vez que esto ocurre. En marzo y diciembre de 2024, Meta sufrió una caída masiva y simultánea de todas sus aplicaciones (WhatsApp, Facebook e Instagram, entre otras) que la compañía atribuyó a “un error”. Afectó a millones de personas e innumerables empresas que emplean sus canales como medio de comunicación, promoción y ventas. En julio de ese año, una simple actualización tiró abajo el sistema operativo de Microsoft y afectó a millones de clientes, incluidos aeropuertos.
La concentración de servicios digitales de alcance global en unos pocos proveedores privados como Meta, Amazon, Google o Microsoft o Apple coloca en una situación de fragilidad máxima a las economías desarrolladas. La caída de AWS es un nuevo recordatorio de la necesidad de una regulación de esta industria al nivel del papel crítico que desempeñan en el mundo actual, como sucede con la energía, el transporte o la banca. El riesgo de una catástrofe a gran escala es real y las claves para prevenirla no pueden estar en un despacho de Silicon Valley.
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