Ay, Macarena
Se puede pensar que la talla no deja de ser un muñeco y apreciar su hondura. Se puede una reír con los memes y comprender a los sevillanos ofendidos


Vaya por delante que soy agnóstica a la manera de muchos españoles de mi edad y circunstancias. Bautizada, comulgada, confirmada y casada por la Iglesia por la fuerza de la costumbre y, sobre todo, para darles gusto a mis auténticos dioses, o sea, a mis padres. Una beata resabiada que le ponía velas a Dios y al Diablo y un ateo piadoso que se cagaba en Dios a diario, pero lloraba cual meapilas en la romería de su Virgen de Criptana de su alma. No. Nadie tiene que explicarme que no hace falta ser creyente para conmoverse hasta el tuétano con la belleza, la emoción y el poder de evocación de las imágenes religiosas y, también, que se pueden poner en solfa. Así que el otro día, mientras el mundo contenía el resuello ante las temerarias bravatas de Trump, Jameneí y Netanyahu sin que ni Cristo saliera a la calle, y en Sevilla se montaba tremendo cirio porque le habían hecho un lifting de tapadillo a su Virgen de la Macarena, lo entendí todo.
Que quieren que les diga, pero comparando las 4 fotos, resulta un poco extraño todo ¿no?
— Iván Puente (@ivanpuente) June 22, 2025
Y qué conste que no tengo ni idea de restauraciones, solo que afortunadamente se usan “materiales y técnicas reversibles” desde que se estableció en la Carta de Venecia (1964). #Macarena pic.twitter.com/E0p4gHcQtz
Se puede pensar que esa talla del siglo XVII no deja de ser un muñeco de madera y, a la vez, apreciar su hondura. Se puede una reír con los memes del antes y el después de su rostro y comprender el escarnio de los ofendidos. Pero, además, el retoque de la Macarena es una metáfora de nuestros días. En una época en la que hasta las niñas de 16 años se hinchan los labios y el presidente del Gobierno y el líder de la oposición se estiran el ceño que han echado de tanto pensar en España, el escándalo de la Esperanza Macarena certifica que aún hay cosas que no se tocan sin que tiemble el misterio. Quizá hubo quien creyera que la Dolorosa que generaciones de sevillanos identifican con su infancia y la memoria de sus vivos y muertos estaba más guapa con las pestañas de reina que triunfan en Instagram, pero es que su reino no es de este mundo. Lo decía el otro día en una tele mirando a cámara con todo su bótox una señora operada de todo menos de vesícula: “Esta no es mi virgen”. Nada tan cristiano como ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio. En este caso, bien está que así sea.
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