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Columna
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Dios resucita todos los años

Si matar se ha convertido en una obra de arte, ya no es posible saber cual es la fuente de nuestras lágrimas

La Cofradía Penitencial de la Unción y Mortaja de Cristo preparan este Viernes Santo la imagen del Señor Difunto en la iglesia de Santo Domingo de Guzmán en La Laguna (Tenerife).
Manuel Vicent

La risa y el llanto tienen una expresión parecida en el rostro humano; en algunos casos ambas emociones producen lágrimas que son difíciles de saber si las provoca el que está riendo o el que está llorando. También suenan casi igual los gemidos que produce el dolor y el placer. De noche en la selva se oye una orgía de gritos, aullidos, rugidos y lamentos como si la oscuridad estuviera hirviendo. Son las fieras que están en su trabajo, unas cazan, otras se devoran, se aparean o se matan. Lo mismo hacen los insectos rodeados de flores y todos los peces en medio de los bancos de coral. Durante el sueño te despierta el silbido intermitente del mosquito que busca aterrizar en tu mejilla. Ese insecto está articulado como una obra de arte cuyo inexorable destino consiste en chuparte la sangre y al final lo hará si no lo matas. Cuando uno contempla como persigue el guepardo a la gacela se ve obligado a admirar la elasticidad de ese felino que se mueve como una prodigiosa máquina de matar, pero esa admiración va unida al horror que causa el ver cómo un bello animal ha sido descuartizado con toda crueldad e inocencia que no ha excluido la belleza y el rigor. Visto el mundo de esta forma, no es tan extraño que Leonardo da Vinci diseñara los cañones de César Borgia. Basta con visitar algún museo del ejército para percatarse de que todas las armas a lo largo de la historia han sido adornadas con magníficas obras de orfebrería. Los revólveres tenían culatas de nácar y los alfanjes nunca ocultaban en la deslumbrante trayectoria hacia el cuello de la víctima un resplandor de frutas, soles, animales o dioses finamente incrustados en la empuñadura. Los nazis, después de arrasar un pueblo, escribían en las paredes calcinadas: “No os lamentéis. Admiraros solamente”. Si la vida consiste en morir matando, si matar se ha convertido en una obra de arte que hay que admirar, ya no es posible saber cuál es la fuente de nuestras lágrimas. En medio de esta confusión es obligado resucitar en primavera como hace Dios todos los años.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.
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