Azorín conmemorado
Lo que hace a este autor legible todavía es una peculiaridad que acaso no consista tanto en un estilo como en una voz propia: una forma específica de dibujar las cosas del mundo con palabras

Meses atrás se cumplió el 150 aniversario del nacimiento de Azorín. Me enteré por un artículo de prensa cuyo autor lamentaba con aspereza la falta de actos conmemorativos. No me considero digno del rapapolvo del articulista por cuanto el hábito de leer uno o dos títulos mensuales de la antigua colección Austral me acerca a los ojos los libros de este escritor, si bien, por decirlo a su manera, de raro en raro. Me pasa con sus obras lo que a Borges con las de Horacio Quiroga. Aunque están lejos de depararme una experiencia intensa de lectura, yo me encargo de mejorarlas después en el recuerdo. Hay un modo Azorín de escritura donde los estudiosos gustan de ver un estilo. Ha sido analizado a fondo por mentes preclaras y elogiado. Julio Casares, en cambio, no le escatimó objeciones ni Umbral, menosprecio. Dicho estilo entraña una paradoja. Baja limpio y, a cada trecho, se enturbia por el uso frecuente de vocablos y modismos en desuso. Azorín (alcarraza, liño, argadillo) da para una temporada entera de Pasapalabra. Al margen de esas y otras cortezas léxicas, lo que hace a este autor legible todavía es una peculiaridad que acaso no consista tanto en un estilo como en una voz propia: una forma específica de dibujar las cosas del mundo con palabras. La guerra pilló a Azorín metido en edad de pensar en la jubilación; asustado, se guareció en París y, a la vuelta, rindió pleitesía al franquismo, lo que ha dañado mucho su memoria. Fue abundantemente periodista y un conservador como suelen serlo los hombres melancólicos, estremecidos por el fluir destructor del tiempo y con la mirada fija de continuo en el pasado. Remiso a narrar, cometió novelas que a duras penas merecen el nombre de tales, lo cual no importa. Fuera de España no existe. Miento. En una plataforma online se ofrece la edición alemana de un libro suyo de 1923 por 153 euros. Hay, pues, vida en Marte.
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