Caceroladas para Frankenstein
Que Vox marque el tono de la política española es malo para el país, pero bueno para Moncloa


El estado de alarma tuvo un momento inaugural en la cacerolada jaleada por Podemos contra el jefe del Estado; y en este periodo final se acompaña de caceroladas jaleadas por Vox contra el Gobierno. Todo un síntoma de la política del ruido para buscar un minuto de gloria en el Telediario o en Instagram. En definitiva Vox es el revés de Podemos, ahora convertido, contra pronóstico e incluso contra el deseo del presidente, en socio de Gobierno. Los extremismos se realimentan y Vox, tras el independentismo, exprime la indignación que provoca en cierta derecha ver a Podemos en el poder.
De momento, eso sí, el PP hace un marcaje estrecho a Vox, y se plasma en los sondeos, aunque al precio de una voxización que difícilmente va a compensar Ana Pastor poniendo cordura marianista en la Mesa de Reconstrucción. Isabel Díaz Ayuso, hija mimada de Génova para frustración del PP moderado de la periferia, se maneja en ese código. Esta semana, en ese proceso de podemización invertida, ha definido al Gobierno como “dictatorial”. Ha entendido, como Trump, el biotopo rentable de la polémica. Con una mano no suelta el 8-M, con la otra jalea manifas pijas. Previsiblemente no pasar a la Fase 1 excitará el hervidero. Polarizar, véase Metroscopia, aumenta la aversión, pero también la devoción hacia ella. ¡Con flores a La Dolorosa!
Para La Moncloa, paradójicamente, esto es oxígeno. La pareja Pedro Sánchez-Iván Redondo intuyó rápido la rentabilidad electoral de la foto de Colón, y otro tanto ocurrirá con la versión doméstica de los chalecos amarillos caricaturizada como revolución de los fachalecos, donde una escoba se confunde con un wedge. La presión de Vox cohesiona a su electorado, y lo hace indulgente. En Podemos, donde saben que esto es así y que ellos caen en las encuestas, califican las protestas de “ridículas”, mientras el PSOE sobreactúa con una respuesta policial en Núñez de Balboa casi de Rodea el Congreso.
Podemos anda persiguiendo una identidad propia para evitar diluirse en las moquetas del poder, con medidas como el impuesto de los ricos. Sánchez va a darle triunfos, claro. Para el desgaste ya se bastan sus ministros como Yolanda Díaz con la esclavitud en el campo, o Alberto Garzón con el valor del turismo, o el pintoresco Manuel Castells. Su reivindicación orgullosa del comunismo no parece excitar más que a Vox.
Y este contrapunto de Vox le va de perlas al PSOE en un Gobierno de hechuras incómodas, el Frankenstein de Rubalcaba. Que Vox marque el tono de la política española —esa retórica de hijos de Chávez, comunistas bolivarianos, dictadura chavista…— es malo para el país, pero bueno para La Moncloa. Y esto irá a más. No es nuevo que la derecha mimetice la guerrilla propagandística de la izquierda; ya sucedió en la primera legislatura de Zapatero devolviendo el “No a la guerra” con Rouco Varela, y Vox es más desacomplejado. Ya tienen sus propios CDR y sus apps de caceroladas made in Argentina. “Lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma” amenaza Ayuso. Si esto lo diseña Iván Redondo como operación, no le sale tan rentable.
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