Petardos ilegales y un autobús a un mercadillo polaco: la fiebre alemana por la pirotecnia prende en Nochevieja
Aumentan las voces para prohibir los petardos y cohetes por una tradición que cada año deja heridos e incluso muertos


El autocar arranca puntual a las nueve de la mañana. Avenida de los Cosmonautas en Marzahn, barrio de bloques soviéticos en el extremo este de Berlín. No queda un asiento libre. Cada día hace tres veces el mismo recorrido, una hora de ida y otra de vuelta por carretera hasta cruzar el río Oder, que separa Alemania de Polonia. En la otra orilla, Osinów Dolny, uno de esos mercados de frontera donde se encuentra de todo. También lo que, estos días, los alemanes buscan enfebrecidamente: petardos y fuegos artificiales caseros.
Allí va el autobús, 10 euros ida y vuelta; allí van “los turistas del petardo”, como los ha llamado el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung. Aunque compran más cosas que petardos, y aunque saben que no todo lo que se les ofrece en el mercadillo de Osinów Dolny se lo podrán llevar a casa. Lo que encuentran lo explicaba este 30 de diciembre uno de estos turistas alemanes, Maik, que salía de uno de los comercios de pirotecnia con una bolsa llena: “Al comprar aquí me ahorro la mitad del precio”. Jenny, su mujer, corroboraba: “Y más bonitos”.
Cada país tiene sus tradiciones más o menos autóctonas, más o menos salvajes. Desde lejos a veces se observan con perplejidad. Una de estas tradiciones, en Alemania, son los petardos y cohetes en Nochevieja. Solo es esta noche, y solo desde dos días antes se autoriza su venta. Pero vaya noche. Hay calles que se vuelven intransitables por las hogueras y las explosiones, y la fiesta suele dejar un balance trágico, con centenares de heridos. El año pasado murieron cinco personas. Este año, en Berlín, se desplegarán 4.300 policías. Las escuelas difunden mensajes como este: “Cohetes. Riesgo. Cuidado”.
Es una pasión que no cesa, como si en el país del respeto a las normas hubiese fechas señaladas para dar rienda suelta a las pulsiones (una es la Oktoberfest, la fiesta de la cerveza; otra, el Carnaval). En 2025, según la industria pirotécnica alemana, los comercios han ofrecido un 10% más de mercancía que en 2024. Este año ―también― los partidarios de acabar con esta tradición se escuchan con fuerza: esgrimen 2,7 millones de firmas en favor de una iniciativa del sindicato de la policía para prohibir los petardos y cohetes. Los sondeos dicen que el 60% de la población les apoya. La fiesta del fuego hipnotiza una vez al año a los alemanes. Y los espanta.

En la frontera germano-polaca, existe otro motivo para comprar aquí y no en el otro lado. En Polonia se vende un tipo de pirotecnia, el de la categoría F3, que en Alemania está prohibida para el aficionado. Es la más peligrosa, en teoría, y, para muchos, la más buscada. Se vende en mercados como el de Osinów Dolny y otros en la frontera germano-polaca de los ríos Oder y Neisse, o en la República Checa. En la prensa local se suceden las noticias: 500 kilos de pirotecnia incautados en diciembre cerca de la ciudad Fráncfort del Oder; a finales de noviembre, cerca de Berlín, una furgoneta interceptada con 1,3 toneladas de petardos ilegales... Hay todo un tráfico ilegal por las autopistas, carreteras y puentes entre estos países.
“Aquí solo vendemos lo que es legal”, se defiende el propietario de varios comercios pirotécnicos en Osinów Dolny, un polaco que habla alemán, como todos los comerciantes aquí. El comerciante, que prefiere no dar su nombre, lleva tres décadas dedicado al negocio. Concretamente, desde que, con el derrumbe del Muro de Berlín y el bloque soviético, ese complejo de fábricas del siglo XIX semiabandonadas se transformó en un mercado que parece un pueblo con sus calles, sus restaurantes y sus peluquerías. Aquí hay tiendas de tabaco, armas, ropa, muebles, perfumes, camisetas con eslóganes nazis que en la otra orilla del río estarían prohibidas, ollas, material de jardinería, una carnicería, juguetes, uniformes militares.
El mercadillo está abierto todo el año, pero el éxito de la temporada navideña son, por supuesto, los petardos. Todo legal, según el amo del negocio, aunque precisa: “Legal, y de acuerdo con la ley polaca”. Los alemanes entrevistados en Osinów Dolny se afanan todos a asegurar que para ellos no tiene sentido comprar material de la categoría F3, es decir, legal en Polonia e ilegal en Alemania. “Son peligrosos”, dice Maik, y Jenny explica: “Y de todos modos la policía no dejaría pasarlos en la frontera”. Comerciantes y clientes en el mercadillo polaco atribuyen los heridos y muertos no solo a los petardos, o no principalmente, sino al vandalismo o al alcohol. “Beben y usan petardos ilegales”, dice uno. Se esgrime otro factor: estos clientes viven en ciudades pequeñas o pueblos, y los incidentes suceden en las ciudades. La extrema derecha ha vinculado los incidentes a hombres jóvenes de origen inmigrante, una población habitualmente urbana.
Daños colaterales
“Cuando vemos la cantidad de daños colaterales en Nochevieja, me parece que el uso legal de los petardos ya no es aceptable”, dice al teléfono Vasili Franco, diputado ecologista en el Parlamento de la ciudad de Berlín. El debate admite varias ópticas. Una cuestión de tradiciones, quizá. ¿O es la libertad contra la seguridad? “Una noche de San Silvestre regulada parece una utopía, como poner límites a la velocidad en las autopistas alemanas o una legislación sobre armamento razonable en Estados Unidos”, escribe el diario berlinés Tageszeitung. “Una prohibición afectaría a personas que se comportan pacíficamente”, dice Franco, “pero el statu quo también lleva a una pérdida de libertades: la libertad de las personas que esta noche no se atreven a salir de casa”.
Es un debate que vuelve cada Nochevieja, como la idea de que esta será la última con fuego. Pero la fiebre persiste. “Es el miedo a que de pronto esté prohibido”, dice Odin, que ha venido con su padre y un amigo y se lleva varias bolsas. A las 14.00 horas, el autobús vuelve a Berlín. Pasado el Oder, se detiene y suben tres policías alemanes. Piden la documentación a los viajeros. “¿Petardos? ¿Cigarrillos?”, preguntan. Nada.
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