Europa busca ‘in extremis’ una solución política para pagar la factura de la guerra en Ucrania
Los jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete pretenden lanzar un mensaje a Trump sobre la financiación de Kiev y la defensa europea

Las reglas y la legislación no pueden anticipar una buena crisis. Hace 15 años, la Gran Recesión exigía a Europa respuestas que no estaban en la normativa y los alemanes se opusieron a todo una y otra vez hasta que Mario Draghi encontró la manera de convencerles. Los valores y la solidaridad de Europa desaparecieron por el camino, como pudo comprobar Grecia, obligada a hacer recortes brutales. Estaban en juego el euro y una potencial implosión de la UE. La historia no se repite, pero rima: de nuevo Europa se juega su razón de ser en ese juego cruzado entre Rusia, Estados Unidos y China con Ucrania como muñeco de pim-pam-pum. De nuevo hay que encontrar un enjuague para que las reglas y la legislación no bloqueen una decisión política: en este caso, utilizar los activos rusos o urdir otro mecanismo para garantizar la financiación de Ucrania y permitir que se siga defendiendo. Esta vez no es la moneda única lo que peligra: es la seguridad de Europa. Se avecina una cumbre de la UE clave para Ucrania, que es como decir para Europa entera: Ucrania es la pieza fundamental de la defensa continental ante el expansionismo posimperial de Vladímir Putin. Bruselas quiere dar una señal clara a EE UU tras un año templando gaitas y poniendo velas para que el trumpismo no se enfade.
La UE busca in extremis una solución política para financiar la guerra en Ucrania si Estados Unidos deja de proporcionar fondos. La opción preferida es desbloquear los activos rusos. Si no hubiera acuerdo para ello, Bruselas pretende usar el presupuesto europeo como palanca a través de eurobonos (deuda común) o incluso que los Estados miembros pongan dinero fresco sobre la mesa. Ninguna de esas opciones tiene el camino asegurado hacia las mayorías necesarias para sacarlas adelante: la maldición europea era y sigue siendo una toma de decisiones endiablada.
Usar los activos rusos puede descarrilar el plan de Trump para conseguir el alto el fuego y activar la guerra híbrida que tanto le gusta a Moscú; no hacerlo deja a Ucrania sin fondos para seguir sosteniendo el frente, y por lo tanto Europa quedaría a la intemperie. Spoiler: todo apunta a que habrá acuerdo de última hora. La alternativa sería el enésimo desastre europeo de los últimos tiempos. Y la Unión no se puede permitir otro fiasco.
Estos son los asuntos fundamentales de los dos próximos días, con Bruselas, una vez más, haciendo malabares sobre un alambre de púas.
- La pista del dinero. Ucrania podría quedarse sin fondos para seguir financiando la guerra en algún momento entre el segundo y el tercer trimestre de 2026. Estados Unidos quiere un acuerdo de paz para no tener que seguir metiendo dólares en Kiev, y si Washington no pusiera dinero sobre la mesa Ucrania solo contaría con los europeos. La UE quiere lanzar un mensaje político a Trump: desbloqueará esa financiación cueste lo que cueste. Hay tres maneras de hacerlo. Una: usando como palanca los poco más de 200.000 millones en activos rusos congelados en varios países (principalmente en Bélgica) como forma de compensar las pérdidas ocasionadas desde la invasión. Dos: con dinero fresco procedente de los Veintisiete. Y tres: con eurobonos, deuda común europea como la que se usó para financiar los fondos poscovid, los famosos Next Generation. Las finanzas públicas de los países no están en su mejor momento: hay que gastar mucho dinero en defensa y en el pacto verde, y hay varios países con deudas públicas por encima del 100% del PIB (Francia, Italia y España, sin ir más lejos). No hay apetito por las opciones dos y tres. Alemania no quiere los eurobonos ni en pintura, como casi siempre. Pero Bélgica, cuyas instituciones financieras albergan la gran mayoría de los activos rusos, bloquea la opción uno salvo si consigue garantías de seguridad.
- Los daños colaterales. Usar los activos rusos es el principal objetivo de la cumbre, pero ese acuerdo tiene también efectos secundarios. Uno: las más que posibles demandas en la justicia internacional y en los tribunales de arbitraje. Dos: que descarrilen las negociaciones de paz. Y tres: que Rusia vuelva a las andadas con la guerra híbrida que ha afectado, por ejemplo, a los aeropuertos belgas. La diplomacia de Estados Unidos, que hace unos años era algo muy sofisticado pero ahora es un trasunto de Los Soprano, presiona para que Europa no use los activos rusos. El primer ministro polaco, Donald Tusk, ha sugerido que EE UU no ve con buenos ojos el uso de esas reservas soberanas. “Es difícil sentarse con Putin y decirle: vamos a lograr un acuerdo de paz, pero vamos a quedarnos con vuestro dinero”, según Tusk.
- Eufemismos y enjuagues jurídicos. Hay países, como Italia o Austria, que albergan grandes recelos sobre activar la medida. Temen represalias contra sus empresas (sin ir más lejos, el Baco austriaco Raiffeisen y el italiano UniCredit tienen sucursales rusas). Pero es Bélgica, que alberga la gran mayoría de los activos rusos y por lo tanto teme mayúsculas represalias rusas, quien bloquea esa decisión. Y son Alemania y las instituciones europeas quienes van a presionar con todo para que los belgas den su brazo a torcer. Bélgica reclama garantías: asegurarse de que si en un futuro le toca devolver el dinero, los socios pagarán a escote. Bruselas es una fábrica de amaños. De momento ya se ha sacado un eufemismo del bolsillo para hacer tragar la píldora: ya no se trata de confiscar los activos rusos sino de conceder “un préstamo de reparación”. Ahora se trata de darle un baño de chocolate: un mullido colchón de garantías. En las últimas reuniones no ha habido fumata blanca. El Gobierno belga de Bart de Wever (nacionalista flamenco, integrado en la familia política de Giorgia Meloni en la Eurocámara) bloqueará esa decisión hasta el último minuto. Es muy posible que los partidos belgas le den a De Wever, por unanimidad, un mandato para negociar. Por unanimidad: lo nunca visto en un país casi ingobernable como Bélgica. Ese teatrillo es habitual en las cumbres europeas, para facilitar la venta de esa decisión en casa (dos tercios de los belgas están en contra de usar los activos rusos, según los sondeos). Y para subir el precio y conseguir las máximas garantías.
- Los intereses creados. La política europea esconde siempre intereses nacionales detrás de los sacrosantos valores europeos. El bien mayor es asegurarse de que Ucrania cuenta con Europa. Pero cada cual defiende sus intereses nacionales. Los de los belgas están clarísimos: el dinero. Los de Alemania también: si no se usan las reservas rusas habrá que abrir la puerta a la deuda común, a los eurobonos, y entre los conservadores alemanes eso es anatema. Francia está siendo ambivalente porque alguna de sus empresas tiene enormes intereses en Rusia (Total). Italia, lo mismo (Unicrédito), y además Meloni mira de reojo hacia el trumpismo, que siempre la ha visto como una potencial aliada en la Unión.
- La maldición del ‘a borde del abismo’ está de vuelta. La estrategia europea es llegar a un acuerdo de última hora para usar los activos rusos a través de un truco legal: ese es el escenario central, con toda la parafernalia de las grandes y trascendentales decisiones en el último minuto de la cumbre. La vieja maldición bruselense sigue vigente: Europa se forjará en las crisis, al borde del abismo. Cuando la UE está en peligro, las motivaciones políticas para seguir juntos siempre han prevalecido sobre los intereses económicos y nacionales. Así fue durante la Gran Crisis. Con Trump, los tecnomagnates y sus sucursales ultraderechistas en Europa, empezando por Hungría pero siguiendo por Italia, todo es hoy más difuso que hace 15 años. Sin una acuerdo, Ucrania puede quebrar, y por lo tanto perder la guerra: la seguridad de Europa está en juego. A la vez, la UE intentará mantener a Trump a bordo, tampoco eso será fácil. Se acerca uno de esos momentos de la verdad, en los que la historia bascula y se define. Es una decisión sobre el futuro de Ucrania, pero también sobre las relaciones Europa-Estados Unidos y Europa-Rusia. Con los activos rusos, el proceso de paz puede desencallar y desatar la ira de Trump. Sin esos activos hay que rascarse el bolsillo para permitir que Ucrania siga defendiéndose, con eurobonos o con dinero fresco.
- Fuego cruzado. Se trata de un momento complicado para Europa. La estrategia de seguridad de Trump ha dejado claro que Estados Unidos ya no es el histórico aliado de siempre: en estos momentos es prácticamente lo contrario. La estrategia conciliadora de la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, con la Casa Blanca es un fracaso. Rusia no da muestras de querer parar la guerra. China está tratando de llegar a un acuerdo comercial con Estados Unidos, pero mientras inunda los mercados europeos con sus exportaciones para evitar los aranceles americanos. A todo esto, la economía europea está estancada, la sucesión de crisis de los últimos tiempos ha dejado a varios países con deudas muy abultadas, Alemania tiene una crisis de modelo y Francia se acerca peligrosamente a una crisis de deuda, con un presidente que es un pato cojo, sin presupuestos, sin posibilidad de hacer reformas. 2026 promete. Pero antes hay que salvar la bala ucrania.
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