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Los presos de la cárcel que el Papa visitó tres días antes de morir: “Era uno de los nuestros”

Los internos de la prisión del Trastevere con los que se reunió Francisco el Jueves Santo evocan el sacrificio que hizo dedicándoles las últimas horas de su vida

Fabio, uno de los presos que conoció al Papa en su visita a la cárcel de Regina Coeli, en Roma, el pasado jueves. Foto: Massimiliano Minocri | Vídeo: EPV
Daniel Verdú

Fabio, 51 años, tenía pocas esperanzas en que todo aquello fuera a ocurrir realmente. Y eso que en los últimos dos años y medio ha sobrevivido en la cárcel de Regina Coeli, en el Trastevere romano, a base de ese particular sentimiento. Tres años de condena. Droga. Armas. Una hija de 12 años que ahora tiene 14. Una vida rota, pero reconstruida en la prisión. Por eso quería darle las gracias al Papa y junto a Gianni, su compañero de celda de 72 años, y a otro preso musulmán, le escribieron una carta. “Querido Santo Padre…”. Pero se puso enfermo y se pasó 38 días en el hospital. Así que volvieron a insistir con la socarronería romana. “Santidad, no deje de venir. Aquí las promesas se cumplen”.

El Jueves Santo, cuando ya no le esperaban, solo cuatro días antes de morir y en la última salida fuera de los muros vaticanos, el Papa se presentó en Regina Coeli. “Fue un milagro”, cuenta Fabio, preso de 51 años, sentado en la biblioteca de la cárcel. “¿Sabe qué? El Papa era uno de los nuestros”.

Desde su llegada a la silla de Pedro, Francisco cumplió siempre con su voluntad de visitar una cárcel el jueves de Pascua y lavarle los pies a un grupo de presos. El año pasado se fue hasta el presidio de Rebibbia, en la periferia romana, para hacerlo con 12 reclusas.

Impactaba ver a un anciano de 87 años con graves problemas de movilidad, arrodillado, sin apenas fuerza luego para levantarse de nuevo, enjabonando los pies de los internos. “Cualquiera de nosotros puede caer y perder la gracia. El lavado de pies nos confiere la dignidad de ser pecadores”, decía.

Esta vez, después de una grave enfermedad que aconsejaba reposo, nadie esperaba su última salida del Vaticano fuera a dedicarla a pasar un rato en la cárcel. En su despedida final este domingo, en la basílica de Santa María la Mayor, le esperarán también un grupo de seis presos con un permiso especial.

El miércoles 16 por la mañana, cinco días antes de la muerte del Papa, la directora de la cárcel en los últimos tres años, Claudia Clementi, recibió la visita de una delegación del Vaticano que anunciaba la intención del Pontífice de reunirse al día siguiente con unos 80 presos. “Preparamos todo lo más de prisa que pudimos. Colocamos sillas en círculo para que Francisco pudiera pasar con su silla de ruedas y saludar uno a uno a los presos”, recuerda en las instalaciones de la prisión. “Se le veía que sufría, que no estaba bien. Pero supongo que ese era parte del mensaje, del significado de su visita. Siempre ha dicho que no debemos olvidar a la gente que está en la cárcel”, señala.

A las tres de la tarde del día siguiente, apareció el Papa en la silla de ruedas. Apenas tenía fuerza ni voz. Los internos comenzaron a gritar su nombre desde las galerías de los pabellones que se asoman al patio central donde se realizaba el encuentro. Mientras Francisco les saludaba, algunos se arrodillaban y se echaban a llorar. Uno de ellos, precisamente, fue Gianni, condenado a siete años de cárcel por un intento de asalto, que al verlo estuvo seguro de que la carta que había escrito con sus compañeros de celda había tenido el efecto deseado. “¡Santo Padre, yo le escribí!”. “Aquí estoy”, le contestó el pontífice, aseguraba este jueves.

La directora de la carcel, Claudia Clementi.

Fabio, el otro recluso que charla con EL PAÍS esa misma tarde, no tiene duda del mensaje que supuso toda la visita. “Estar en la cárcel, perder la libertad, es una de las peores cosas que te pueden ocurrir. Y él decidió dedicar las últimas fuerzas que tenía para estar con nosotros. Tenías que verlo, no podía ni hablar, respiraba con dificultad. Claro que le dije lo que sentía, pero se veía que estaba agotado y apenas podía responder”, apunta. Al final de la visita, cuando ya estaba en la calle, Francisco pronunció una frase que ya había repetido muchas veces. “Por qué ellos y no yo”.

La cárcel medita organizar este sábado un visionado conjunto del funeral de Francisco con los presos que lo deseen. Fabio y Gianni estarán ahí. También Alfredo, que da vueltas de un lado a otro esta tarde y recuerda con emoción el encuentro de hace una semana. Pero algunas cosas, después de la visita del otro día, no les cuadran. “Todos esos jefes de Estado, encorbatados, rindiéndole homenaje... El Papa les pidió que detuviesen la guerra y eso es lo que deberían hacer si tanto le respetan ahora. Así se demuestra la cercanía, con los hechos, como hacía él”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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