Werner Herzog, el cineasta del cosmos, la belleza y la verdad
El ganador del León de Oro a la trayectoria en la última edición del Festival de Venencia presenta su séptimo libro, ‘El futuro de la verdad’


Para el cineasta Werner Herzog (Múnich, 83 años), la verdad que importa trasciende a la meramente factual. A partir de los años noventa empezó a utilizar un término que acuñó él mismo, la verdad extática, que se refiere a la verdad poética, la verdad emocional, la verdad estilizada que ilumina y conmueve. “No se trata de dar noticias falsas, sino de dar noticias bellas”, aclaró vigorosamente ante el auditorio lleno del centro cultural 92NY de Nueva York, donde presentaba su séptimo libro, The future of the truth (El futuro de la verdad, Penguin Random House, sin traducción al español). Y puso de ejemplo la cita al comienzo de su documental Lecciones de oscuridad (1992): “El colapso del universo estelar ocurrirá, como la creación, en un esplendor grandioso”, que atribuyó al filósofo Blaise Pascal. “La cita era completamente invención mía. Honestamente, creo que Pascal no lo habría dicho mejor, pero me permitió que los espectadores partieran de un estado álgido y que permanecieran en ese estado todo el documental”. Para el director, la verdad es una construcción para sobrellevar el día a día y, dado que necesitamos belleza más que nunca, está en nuestras manos convertirla en una experiencia gloriosa.
La carrera de Herzog es prolífica y cubre temas tan dispares como intrigantes. Ha dedicado películas a retratar a personajes tan misteriosos como Nosferatu o Kaspar Hauser. Ha rodado documentales sobre volcanes, la obsesión de un hombre por los osos pardos de Alaska, la devastación de Kuwait después de la primera Guerra del Golfo, asesinos en el corredor de la muerte, Gorbachov, pinturas rupestres, la Antártida y el impacto de meteoritos, entre otros. Ghost elephants, que se estrenará en marzo de 2026 en Disney+, sigue los pasos del explorador sudafricano Steve Boyes en Angola, en su intento de averiguar si existe una especie de elefantes gigantes aún desconocida por los humanos. La curiosidad de Herzog no tiene límites. El director, que además de rodar más de 70 películas ha actuado y dirigido más de una veintena de óperas, confiesa que también le hubiera gustado haber sido atleta, matemático o chef.
Ha hecho más documentales que películas de ficción, no tanto por predilección, sino por problemas de financiación. La clave para él es seguir creando sin detenerse a esperar las condiciones idílicas. “Si no entiendes las reglas del cine, no solo estás desperdiciando el tiempo, sino tu vida”, matiza el director, que ganó el León de Oro a la trayectoria en el Festival de Venecia de este año. Su mejor consejo para las nuevas generaciones es: “Hazlo de todas maneras”. Defensor de la práctica por encima de la teoría, el director fundó su propia escuela de cine, Rogue Film School, a través de la que imparte seminarios y talleres de aceleración del cine, donde en torno a 50 cineastas de diferentes países se comprometen a grabar y editar un corto en nueve días y mostrarlo en el último.
Su cine es visceral y salvaje. Entraña riesgo, es impredecible. Una de sus producciones más complejas y alabadas fue Fitzcarraldo (1982), que lo ejemplifica bien. Cuenta la historia de un hombre obsesionado con construir una ópera en plena selva peruana, algo tan arriesgado como que Herzog se lanzara a rodar con un equipo de 14 personas (según cuenta, una de ellas fue mordida por una serpiente venenosa y le tuvieron que amputar el pie), sin asistente ni walkie-talkies. Construyeron un muelle, crearon un sistema de poleas, subieron un barco de 320 toneladas por las montañas, sufrieron lluvias torrenciales, el plató fue quemado por los nativos, dos de sus avionetas se estrellaron y el director vendió sus botas a cambio de pescado para alimentar al equipo.
Además, Mick Jagger y Jason Robards abandonaron el rodaje y Herzog optó entonces por el excéntrico Klaus Kinski, su actor fetiche, con el que mantenía una relación turbulenta, que quedó reflejada en el documental Mi enemigo íntimo. Según el director, Kinski era capaz de gritar durante una hora con tanta fuerza que podía romper cristales, y la única razón por la que pudo dirigir la película en ese caos fue por la profundidad de su visión y su fuego interno. Su proyecto y su vida se funden en una misma cosa; un compromiso que se vuelve vital en todo lo que hace. En una ocasión amenazó a Klaus Kinsi con dispararle si abandonaba el rodaje; en otra, instó a Oppenheimer, al que ayudó a editar El arte de matar, a mantener una escena íntegra que pensaba recortar, advirtiéndole que de lo contrario “su vida habría sido en vano”.

El documentalista británico André Singer, que desde 1989 ha participado en 17 películas de Herzog, bien como productor, productor ejecutivo o codirector, resalta por correo electrónico “su talento extraordinario” para abordar temas “de maneras sorprendentes e inesperadas”. Y lo ejemplifica con la entrevista que Herzog le hizo a Gorbachov, último líder de la URSS, que empezó diciéndole: “Señor presidente, soy alemán, y probablemente el primer alemán que usted conoció quiso matarlo”, aludiendo a cuando el líder soviético se negó a colaborar con el presidente de la RDA, Erich Honecker, lo que condujo a la caída del muro de Berlín. Jake Friedman, representante de artistas y admirador de Herzog, compartió en persona una anécdota que ilustra también esta mirada original, irreverente y refrescante que define todo lo que hace el director. Cuando se lo presentaron y explicó que vivía en Nueva York, Herzog (que vive en Los Ángeles) le respondió: “¡En Nueva York nunca ha sucedido nada! Lo más importante siempre ha ocurrido en Los Ángeles”. Friedman cuenta que aquel comentario lo dejó tan patidifuso que no se atrevió a decirle nada más.
Singer también destaca la capacidad del director para visualizar y mantener toda una narrativa intacta en su mente antes de encender la cámara. “En 2008, el canal Sky Arts le pidió a Herzog que realizara un corto sobre el aria O soave fanciulla, y Herzog, que acababa de leer un libro sobre la tribu de los mursi en Etiopía, tuvo una visión: reunir a jóvenes parejas enamoradas de esa tribu que se mirarían a los ojos y luego se darían la espalda para alejarse. Unas semanas después acampamos en las tierras salvajes de Etiopía y rodamos un cortometraje hipnótico, exactamente como él lo había imaginado desde el principio”.
La singular y apasionada mirada del director despierta respeto, admiración y fanatismo entre profesionales de todas las disciplinas. “Cada día doy gracias a Dios por vivir en la misma época que Werner Herzog”, dice Jerry Saltz, crítico de arte de The New York Times, durante su presentación en el 92NY.
Herzog es padre de tres hijos y su tercera esposa es la fotógrafa Lena Pisetski, 28 años más joven que él, quien afirma que durante su primer año de relación desconocía su trayectoria (él le dijo que era un coordinador de dobles de acción). Llevan juntos tres décadas.
Tanto en lo profesional como en lo personal, Werner Herzog continúa desafiando la realidad con la misma convicción: la de que la belleza siempre dice la verdad.
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