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“¿Cómo se llama la chica del ‘Boys, boys, boys’?”: cuando el turismo británico en España exportó nuestros éxitos musicales

Antes de que Spotify hiciese que cualquier canción pudiese sonar en cualquier parte existió un curioso fenómeno de trasvase de éxitos veraniegos cuando los DJs más célebres de Inglaterra se relajaban en las playas de España y se obsesionaban con un estribillo

Sabrina Salerno turismo británico

Ocurrió en los ochenta. Una serie de artistas y grupos cantaban en inglés sin ser originarios de países de habla inglesa (eran alemanes, italianos, franceses o belgas) y gozaban de éxito en sus países de origen y otros del sur de Europa que apreciaban sus letras sencillas en el idioma de Shakespeare (ejemplo: Live/Na-na-na-na-na/Live is life/na-na-na-na-na) y sus bases pegadizas, a menudo muy unidas a la música disco. Y de repente, tuvieron éxito también en Inglaterra, un país habitualmente cerrado a cal y canto para artistas no anglófonos y más exportador que importador de glorias musicales. Estos éxitos solían darse en otoño y durar muy poco: tras un hit o dos (los casos de Sabrina, Nena o Spagna), desaparecían y volvían a ser famosos, simplemente, en el sur de Europa.

¿Por qué sucedió? Muy sencillo: porque unos cuantos DJs, de vacaciones en enclaves de la Costa del Sol como Torremolinos, Benidorm o Fuengirola, escucharon la canción apropiada en el momento apropiado, se hicieron con el single y, una vez de vuelta a su país, empezaron a pincharlo en radios o discotecas. Y surgió la magia. Pero antes de contar esa historia, hablemos de la música y el verano.

Nuestra música is different

Spain se convirtió en different en los sesenta. Las suecas en bikini perseguidas por pueblerinos bajitos y reprimidos inspiraron chistes y películas e ilustraron las portadas de los extras de verano de la editorial Bruguera. Una campaña promocional del Ministerio de Información y Turismo convirtió el país en tubo de escape vacacional de los europeos y sala de fiestas favorita de los que se ponen rojos como cangrejos con el sol. Chiringuitos playeros, verbenas y discotecas aparecieron como setas y se construyeron miles de kilómetros de playa artificial. Durante dos o tres meses todo el mundo era moderno y estaba muy bronceado. Y todo ello necesitaba una banda sonora.

Una discoteca de Torremolinos en los años sesenta.

Alguna extraña conexión cósmica hizo que estuviese compuesta por canciones facilonas, alegres y algo bobas. Es científicamente cierto que el calor reduce el funcionamiento del cerebro. Se han hecho pruebas y experimentos: un 10% menos de eficacia y hasta un 13% más de tiempo en una misma tarea cuando calienta el sol. Escuchar música de cierta complejidad o que demande atención se puede convertir en una ardua tarea, así que las piezas frívolas y facilonas se adueñan de nuestros oídos cuando sube la temperatura. Hablar de arena, playa, mar y sol era un pasaporte directo para el éxito estival. Y todos tomaron nota.

Gary Davies, DJ de la Radio 1 de la BBC y veraneante marbellí e ibicenco desde su infancia, fue el descubridor para los angloparlantes de algunos grandes éxitos pop de la Europa ochentera. “Estaba siempre en bares y discotecas, escuchando mucha música europea”.

Pero la realidad es que toda Europa mira embobada hacia al Reino Unido y el norte de Europa anhelando su lluvia de maravillas pop. Hay algo en el frío que inspira la maravilla milimétrica de la que está fabricada una buena canción pop de tres minutos. No hace falta insistir en que España es de las que demuestran mayor entusiasmo hacia las creaciones musicales británicas. Pero, por obra y gracia del verano, surge una conexión improbable entre dos mundos musicales habitualmente irreconciliables, el del cálido sur de Europa y el del frío norte.

Dos turistas británicos en Benidorm en 1984.

En ese impass, las canciones de baile italianas, francesas o belgas se convertían para los turistas en el mejor souvenir de sus días de piscina, sol y playa y cobraban un valor sentimental que llegaba incluso a desencadenar un beneficioso negocio en el mercado de los éxitos discográficos.

Con ustedes, la canción del verano

La RAI, televisión estatal italiana, y la asociación de empresas discográficas de ese país, fueron los inventores y promotores de la idea de que el verano necesitaba un tipo de canción especial. El concurso Un disco per l’estate (“un disco para el verano”) se estuvo celebrando –con algunas interrupciones– desde 1963 hasta el 2003. En España sólo se adoptó el eslogan, convertido en la canción del verano y, aunque nunca llegó a tener lugar una competición formal, algunos artistas, como Fórmula V, Georgie Dann o Los Diablos, centraron sus carreras en conseguir cada año el estribillo playero más viral.

Raffaella Carrà durante una actuación en la gala 'Un disco per l'estate' en 1971.

Si viajamos a 1982 encontraremos una España enfebrecida de modernidad y modernez. Resulta curioso que entre Alaska y los Pegamoides, Danza Invisible, Parálisis Permanente, Aviador Dro, Mecano, La Mode y Siniestro Total, la que se llevase el gato al agua fuese una acordeonista virtuosa pero nada cool: María Jesús y su Acordeón con El baile de los pajaritos, una polka con dos décadas y media de antigüedad que ya había tenido recorrido en listas de popularidad en varias ocasiones.

Pero, sólo un año después, con las playas españolas como filtro y difusor, cabe destacar el caso paradójico del Blue Monday de New Order. Un tema que volvió a entrar en las listas a la vuelta del verano de 1983 con más rabia y potencia que cuando se lanzó por primera vez. ¿Y por qué? Porque algunos turistas tuvieron ocasión de bailar su ritmo mecánico y minimal en algún club moderno de Canarias, Baleares, Costa del Sol o Valencia y se convirtió para ellos en un recordatorio de esas horas de esparcimiento lejos de un trabajo y una cotidianidad rutinarios que les deprimen y aburren. ¿Y cómo llevarse el recuerdo de esas vacaciones idílicas? Averiguando el nombre de la canción y comprándose el disco para llevárselo a casa.

La banda New Order en 1989. Las discotecas de Benidorm fueron responsables en parte del éxito masivo de su canción más recordada, 'Blue Monday'.

Identificar tu burbujeante tema veraniego favorito podría llegar a ser una tarea ardua para el turista inglés de vacaciones en España. Conversaciones con camareros y porteros de bares y terrazas, pesquisas en mercadillos y tiendas de recuerdos daban por resultado títulos mal copiados y nombres de intérpretes ininteligibles. “¿Cómo se llama la chica que canta Boys?“ (el famoso tema de Sabrina logró llegar al número 3 de las listas inglesas, un hito para una artista italiana). Una vez en casa, frustrantes visitas a las tiendas de discos agobiando a los dependientes podrían no conducir a nada hasta que, en un HMV, Virgin Megastore o en la tienda del barrio saltaba la chispa: “¡Esta era!”.

Y la poderosa industria del disco británica y su correspondiente mercado se veían obligados a adoptar a las Spagna, Sabrina, Modern Talking, Desireless, Baltimora, La Bionda, Righeira, The Art Company, Opus, Nena y un largo etcétera de artistas que hacían pop pegadizo cantando en inglés para contentar a audiencias masivas e internacionales, pero venían de Italia, Alemania, Francia, Bélgica, Austria o Países Bajos. Y triunfaban, especialmente, en el sur de Europa.

Protagonistas y culpables

No se trataba de un fenómeno aislado. Unos cuantos turistas no podían llevar al top 10 británico una canción de un grupo italiano. Pero los DJs, sí. Los departamentos de marketing discográfico y algunas personalidades de la difusión musical también tuvieron culpa de contaminar la incólume y respetable escena musical británica con trivialidades playeras. Tras la insolencia punk y el amaneramiento nuevo romántico, en los ochenta ocurrió algo inesperado y prometedor: las músicas para la pista de baile alcanzaron una respetabilidad inédita. Los DJs adquirieron la consideración de artistas y productores y las fiestas y discotecas de Ibiza se convirtieron en referencia y en un foco emisor de las modas musicales españolas para la eternidad.

El grupo francés de ascendencia española The Gipsy Kings.

Gary Davies, DJ de la Radio 1 de la BBC y veraneante marbellí e ibicenco desde su infancia, fue el descubridor para los angloparlantes de algunos grandes éxitos pop de la Europa ochentera. “Estaba siempre en bares y discotecas, escuchando mucha música europea”, ha explicado. Así fue como se convirtió en uno de los primeros que dieron cancha al eclecticismo característico de la década y en propiciar el derrumbamiento de las barreras entre lo esnob y lo popular, la exquisitez y la trivialidad. U2 y Gipsy Kings (franceses, pero de ascendencia española) se codeaban alegremente en su programa. Fanático de las músicas disco y dance, se preocupó de que Technotronic, 808 State, Black Box o Crystal Waters saltaran a las ondas y los clubs del Reino Unido. Después de dos décadas de silencio radiofónico, actualmente Davies tiene a su cargo el programa Sounds of the 80s en BBC 2 y un show en directo desde el Hard Rock Hotel Ibiza con presencia de viejas estrellas de la década como Bonnie Tyler o el cantante de Spandau Ballet. Children of the 80s, se llama. ”Fue una década muy rica musicalmente”, recuerda hoy.

Ponme una de house y una de raves

Un argentino establecido en la isla desde 1976 se hizo famoso en un pequeño club al aire libre, Amnesia, por sus sesiones eclécticas, originales y divertidas. DJ Alfredo, es decir Alfredo Fiorito, es considerado el padre del balearic beat por la influencia que tuvo en el desarrollo de las músicas de discoteca. Pacha y Ku no se quedaban atrás, pero fueron las fiestas de Alfredo las que atrajeron a los disc jockeys londinenses de radios y clubs. Algunos piensan que el origen del fenómeno house pudo estar en alguna discoteca de la llamada Isla Blanca.

Turistas en una playa de Las Palmas en 1988.

Pero lejos de las aguas mediterráneas, los que dieron a conocer el balearic beat fueron los DJs británicos que combinaban sus vacaciones ibicencas con la exploración de los nuevos conceptos y sonidos que surgían en las pistas de baile más famosas del planeta. La leyenda cuenta que Trevor Fung, otro de los DJs de Amnesia, fue quien inventó el término. Paul Oakenfold, nombre clave del trasvase de la figura del DJ desde las fiestas de espuma y camisetas mojadas hasta el parnaso de los grandes creadores musicales, fue quién, de vacaciones en Ibiza, invitó a su casa a los colegas londinenses para que fueran aprendiendo lo que era divertirse de la población discotequera de la isla.

De vuelta a Londres, Oakenfold montó un club ibicenco con intención de promover la indumentaria holgada y colorista, el sincretismo musical exacerbado y las drogas de síntesis a la moda en la isla. Con una sola ley y un solo canon -libertad y diversión-, la fama del club se fue expandiendo empezando con los habituales del veraneo ibicenco hasta que surgió la necesidad de abrir un segundo club que atrajo, ya sin cortapisas de ningún tipo, a un público mayoritario. De allí, el salto a los Estados Unidos fue automático y los noventa fueron años dorados para el balearic beat.

Turistas en una playa de Mallorca en los años ochenta.

A nuestro mercado discográfico el balearic beat llegó en 1987 de la mano de dos nombres unidos a otro movimiento aparentemente contrapuesto: la Movida. Y fue la remezcla que en 1987 hizo Jesús N. Gómez (productor de Radio Futura o Gabinete Caligari) del Bailando de Alaska y los Pegamoides. “Creo que fue la primera vez”, explica el productor respecto a la entonces novedosa etiqueta de balearic. “Y fui yo, que tanto me muevo y tanto viajo, quien lo hizo”, ironiza sobre su poco creíble perfil ibicenco. “Me lo pasé muy bien haciéndolo porque me gusta trabajar solo. Y me dieron el premio de mejor remix del año”.

Por cierto, ¿ocurrió alguna vez que esa canción exportada por los turistas fuese una cantada en español? La respuesta es casi. Terry Wogan, de la BBC, nombrado Sir por Isabel II y muy conocido como sempiterno comentarista burlón e irrespetuoso del Festival de Eurovisión, fue uno de los artífices del casi: el éxito de la versión de Y viva España cantada en inglés por la sueca Sylvia Vrethammar fue cosa de su programa matutino en BBC 2. Y hay que recordar que esta versión de una canción que se ha convertido en símbolo no se publicó en nuestro mercado discográfico hasta bastante después y que, si no llega a ser por Manolo Escobar, nunca habría podido ser conocida aquí excepto si eras oyente de Radio Luxemburgo que la estuvo machacando para la Europa pop unas cuarenta veces al día. Pero Manolo Escobar nunca estuvo veraneando en Luxemburgo. Y si lo estuvo, esa es otra historia.

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