Ir al contenido
_
_
_
_
CULTURA

Los bares ya no son lo que eran (y es más importante de lo que parece)

Cuando Manuel Alfaro llegó a Madrid desde Soria en 1918 no imaginó que las bodegas que llevarían su apellido serían parte de la iconografía del casticismo del siglo XX. Hasta tres bares llegó a tener repartidos por Madrid, aunque es el de la calle Ave María 10 el que mejor conserva la estética y el modus operandi que su fundador impulsó: vermú de grifo y barra de zinc. Esta taberna mítica de Lavapiés aún conserva los portones de color rojo que señalaban, entonces, que en ese local se servía buen vino. Se dice que aquí se comían las mejores anchoas cántabras de la capital y actualmente sus boquerones en vinagre permanecen en el top 10 del aperitivo madrileño.

Lo cantaba Gabinete Caligari en 1986: “Bares, qué lugares tan gratos para conversar...”. O, al menos, eso eran entonces.

Porque queda poco de ello. Los bares ya no son un punto de encuentro, sino de consumo. Hay hora de salida, no existen las barras, el postureo está generalizado y los precios, casi prohibitivos.

Y no es baladí. Los bares eran uno de esos pocos lugares donde la gente se juntaba y, por un módico precio, podían pasar horas charlando. Tienen clara función social:

¿Y qué ocurre con los bares modernos? Que no sirven para generar vínculos: las barras (donde se puede interactuar con cualquiera) tienden a ser eliminadas para optimizar el espacio y sacar más rentabilidad.

Pero ya hay movimientos de resistencia. El sociólogo Javier Rueda propone una ley que contemple la creación de establecimientos públicos estatales en pueblos pequeños: serían lugares a medio camino entre el bar de pueblo y el centro cultural.

©Foto: Javier Sánchez

Si quieres saber más, puedes leer aquí.

_
_