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Nando Cruz: “Los festivales se han de adaptar a las ciudades, no las ciudades a los festivales”

El autor de ‘Macrofestivales, el agujero oscuro de la música’ plantea alternativas a la masificación en su último libro, ‘Microfestivales y otros escenarios posibles’

Nando Cruz

Conciertos de dulzaina en torno a una estufa vallisoletana, festivales de reggae en una aldea gallega, hardcore en pueblos extremeños, un festival aragonés que creció sin turismo, conciertos de flamenco en un camping, aplecs (encuentros) de música popular castellonenses para reivindicar mejoras en el territorio, raves granadinas que no perturban a los vecinos, un norteamericano haciendo conciertos en su barquito por islas indonesias: son ejemplos de otras maneras de vivir la música en un entorno de festival. Los muestra, explica y documenta Nando Cruz (Barcelona, 1968) en su libro Microfestivales y otros escenarios posibles. En cierto modo es la cara b ya anunciada en Macrofestivales, el agujero negro de la música, libro precedente que abrió un debate sobre el efecto que tienen los macroconciertos en el ecosistema musical, social y económico. Buscando las minúsculas de la música en directo, el autor encuentra ejemplos de programaciones que apelan al “háztelo tú mismo”, fijan población en el territorio, ofrecen cultura a sus pobladores, establecen lazos de colaboración y no aterrizan en las localidades que los acogen como un platillo volante al que nadie ha llamado.

Pregunta. ¿Qué perfil de festivales buscaba?

Respuesta. Festivales que tuviesen algo diferente e inspirador, casos y perfiles que no fuesen ejemplos repetitivos, que organizativamente ofreciesen ejemplos claros, que los casos seleccionados estuviesen repartidos por toda la geografía española y que abarcasen músicas diferentes. También demostrar que con dinero público se pueden hacer cosas muy interesantes, como fue el caso de Periferias, el festival oscense.

P. No es, pues, una guía de pequeños festivales.

R. No era la intención. Si este libro fuese algo, sería una especie de manual, aunque no al uso. Ofrece ideas y ejemplos de cómo funcionar, cómo organizarse, cómo sostenerse y cómo relacionarse con el territorio. Y quería hablar también de casos fallidos, porque el fracaso no implica ausencia de ideas interesantes que en otro contexto puedan funcionar.

P. En el funcionamiento organizativo hay pautas comunes que enlazan iniciativas distintas

R. En efecto, hay veces que las estructuras organizativas son intercambiables con independencia de los estilos musicales que se abordan en los certámenes. La música es importante, pero es destacable que las maneras de organizarse son similares. Por eso alguien que monta un festival de hardcore o una rave puede sacar conclusiones de cómo trabajan quienes están tras una peña flamenca. Eso hacía más consistente el libro.

P. En el libro queda claro que hay una palpitante realidad que crece por el esfuerzo común de ciudadanos y aficionados.

R. Quería manifestar con pruebas que es posible funcionar sin un crecimiento descontrolado, en base a modelos de escala humana, que la generosidad y colaboración están recompensadas. También quería demostrar que la autogestión económica no es la única opción, ya que trabajar con dinero público también es una buena vía siempre y cuando se respeten ciertas condiciones. No es un libro solo sobre la autogestión.

P. Usted defiende que la cultura no es solo macro, acontecimientos masificados sostenidos con presupuestos faraónicos

R. Se ha de cambiar la perspectiva a partir de la que se concibe la cultura. En los últimos 25 años se ha entendido en España como una herramienta para crear riqueza, un beneficio económico que en buena parte va al sector servicios, que nada tiene que ver con lo cultural. Bajo ese argumento los grandes festivales se quedan un porcentaje importante de los presupuestos públicos, olvidando que la música también enriquece a los ciudadanos, los cohesiona, rompe guetos, fomenta el espíritu crítico y otra serie de cosas a las que atribuimos valor cuando pensamos en cultura. La cultura es hoy algo utilitario que se usa solo como mercancía en pos del beneficio económico. Por eso solo los festivales grandes se quedan un porcentaje importante de los presupuestos públicos. En un año las peñas flamencas recibieron 600.000 euros de subvención, a razón de 5.000 euros por peña, mientras que el Andalucía Big Festival recibió cuatro millones y medio.

P. En sus ejemplos se sostiene de manera implícita que la competencia no es necesariamente un motor de progreso.

R. Es otra de las cosas que quería aclarar. La idea de cooperación es lo que sostiene estos proyectos, mientras que la idea de competitividad es propia de otros contextos. La cooperación es eso, establecer puentes e intercambiar experiencias que puedan servir a otros festivales e iniciativas. Héctor, del colectivo barcelonés Ojalá Estë Mi Bici, sostiene que es un error interesado creer que la humanidad ha avanzado gracias a la competitividad, pues lo ha hecho gracias a la colaboración. Eso que parece hippie es lo que ha asentado el desarrollo humano. La colaboración es la base en la que se asientan los ejemplos que se proponen en el libro, la creación de redes, el intercambio de experiencias, el respeto mutuo. Ojalá Estë Mi Bici, han hecho conciertos para recaudar dinero para un espacio como The Rincón Pío Sound en Don Benito, y en Extremadura hay una red de festivales de hardcore, como en Euskadi otra de gaztetxes (locales de jóvenes) y beztetxes (locales sin límites de edad).

P. ¿Cuál es la génesis de los festivales que usted explica?

R. Todos son proyectos culturales que nacen con la voluntad de mejorar la vida de las personas de la zona, del equilibrio entre los deseos de los promotores y las necesidades del territorio. Si montas algo en un pueblo de 30 habitantes y acuden 2000 personas, el pueblo se ve superado en todos los términos, su capacidad de carga no es soportable. Se nos está acostumbrando a pensar primero en los festivales y luego en las ciudades, cuando los festivales son los que se han de adaptar a la ciudad, no las ciudades a los festivales.

P. De hecho, usted plantea casos de decrecimiento.

R. Rodrigo Cuevas suspendió en Asturias Una Señora Fiesta porque vio que el éxito de esta iniciativa podía matar la idea de localismo con una invasión de foráneos. Por otro lado, el Periferias funcionó sin turismo, fue un festival internacional de y para los oscenses. Las ideas de los promotores nunca pueden ir en contra de las necesidades del territorio al que atienden, los artistas se han de seleccionar para no desbordar la capacidad de acogida del territorio. Los Conciertos de la Estufa, en Portillo (Valladolid), han crecido ofreciendo espacios de relación vecinal en una sociedad cada vez más individualista. Un señor de Balboa me dijo que si en el pueblo no había cultura, la gente se iría, que no puedes vivir solo trabajando, durmiendo y, en algunos casos, alcoholizándote.

P. Dada la evolución de los grandes conciertos, con entradas carísimas que incluso es dificultosísimo conseguir porque se agotan, ¿anticipa que las raves serán una alternativa creciente?

R. Es hacer futurismo, pero si a estos elementos se añade la creciente precariedad laboral, el resultado es que cada vez más capas de la población se ven expulsadas del consumo musical, y esas personas no van a renunciar al ocio. La clase política debería tomar nota, hay que garantizar el acceso a la cultura a todo el mundo.

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