Por las laderas donde habita el oso del Valle de Arán
El aumento de la población en el Pirineo, ya casi un centenar, inicia un todavía incipiente ecoturismo de observación del plantígrado en Cataluña


“Por favor, Pirineo, regálanos un oso”, murmura a modo de ritual desde lo alto de un cerro del Valle de Arán (Lleida) y prismáticos en mano el ambientólogo Marià Serrat, de 33 años. Hace pocos minutos que el sol ha empezado a esconderse tras las montañas que se levantan como gigantes rocosos al otro lado del valle. Al anochecer, con la bajada de las temperaturas, se inician las horas propicias para observar la fauna salvaje que durante el día se refugia del calor en los frondosos bosques. A centenares de metros de distancia desde el primer punto de observación, los últimos rayos de sol alumbran ciervos pastando por los prados verdes de las laderas. Un rebeco posa inmóvil desde una cima mientras una pareja de buitres observa la escena desde otro pico rocoso. Pero el premio gordo, el oso pardo (Ursus arctos), parece decidido a no dejarse ver hoy. “A ver si hay suerte. Hemos venido a intentarlo. Es una lotería. En lo que llevamos de primavera y verano en esta zona se han dejado ver tres ejemplares: un macho y una hembra con su cría…”, dice. “Priorizad la observación de los pastos verdes de zonas altas, es probable que se estén moviendo por ahí… buscan brotes tiernos”, añade este rastreador de osos mientras la oscuridad empieza a tomar el valle.

La vida de este guía de montaña está ligada desde su infancia a un animal que durante los últimos años se está abriendo paso con más fuerza que nunca en el Pirineo. Desde que en los noventa rozara su desaparición total en la cordillera, la población ha pasado de seis ejemplares a casi un centenar (la mitad detectados en Cataluña) tras su exitosa reintroducción a partir del 1996. Serrat nació frente al mar, en el Maresme (Barcelona), pero de niño veraneaba cada año a faldas de la cordillera. Escuchar las historias y leyendas de sus antepasados sobre el mito del oso le empezaron a cautivar desde pequeño. Y con la progresiva recuperación del mamífero en esta zona, el interés mutó casi en obsesión. “Yo me he tirado años y años en estas montañas buscando y volviendo a casa sin ver nada. Ahora, dependiendo de la época, igual hay un 50% de posibilidades de observarlos por salida. Pero es relativo, depende de la época”, dice.

Lo aprendido en sus incursiones formativas en lugares como la cordillera cantábrica o la península rusa de Kamtxatka, lo llevó a fundar en 2021 Pirynaicus, un proyecto de ecoturismo y observación de osos que, en el pirineo, explica, está todavía en una fase incipiente. Serrat organiza contadas visitas guiadas con clientes. “No vendo la idea de nature watching, en la que se garantiza avistamiento por salida. Porque estamos en el Pirineo y es difícil que en cada incursión se pueda observar un ejemplar. Pero no es solo salir a ver si lo vemos, eso es la guinda del pastel, el objetivo es acercar a la sociedad a la especie desde el respeto y la ética”, dice Serrat sobre un modelo que ya ha afianzado su éxito en la cordillera cantábrica, donde las rutas de observación ya se han consolidado como polo turístico.
Esa premisa de un acercamiento respetuoso y también para evitar un efecto llamada que masifique el lugar, son los motivos por los que este guía pide no especificar para este reportaje la ubicación exacta de los dos puntos de observación escogidos, uno al anochecer y el otro al alba.
Tras dejar cerca de un riachuelo su moto cargada con todo el material necesario para dormir al raso, en la primera jornada de incursión Serrat no tardará ni 10 minutos en pararse frente a un árbol tras encarar un sendero. Y bajo su sombra empezará una clase magistral sobre el mitológico animal.
Serrat acerca sus ojos a un tronco en busca de rastros. “Esto es un ejemplo de árbol donde el oso acostumbra a rascar su chepa, con la que libera feromonas. Puede que haya dejado pelos finos”. Otro posible rastro aparece a apenas un metro del árbol. Hay un hormiguero, una de las fuentes de alimento del omnívoro, cuyo montículo está visiblemente dañado. Son señales que esta es tierra de osos. “Lo veamos o no, es probable que algún ejemplar esté en estos momentos moviéndose entre estos bosques. Con estas temperaturas buscan refugio”, proseguirá mientras camina por el sendero con la cabeza gacha, buscando en los márgenes húmedos del camino, por si aparece una gran huella.
-¿Y qué habría que hacer si ahora nos cruzáramos con un oso?
-Lo normal es que él mismo se marche hacia otra dirección en cuanto te vea o te huela. Si no te detecta, tienes que hacerte ver. Hablar alto, levantar los brazos. Lo problemático puede ser si te cruzas con un ejemplar en una zona frondosa, con árboles y poco margen de huida, y que encima sea una hembra acompañada por sus crías. Ahí es posible que lleve a cabo una carga: que se acerque a ti corriendo para asustarte sin llegar a alcanzarte. Y después aproveche tu espantada para marcharse en otra dirección.

Los ataques de osos en España no son frecuentes. Pero sí que con los pasos de los años el aumento de la población produce más encuentros entre osos y personas. Por ejemplo, en Asturias, una mujer de 75 años sufrió un ataque del que saldó con herida y una cadera rota en mayo de 2021, según La Voz de Asturias. De ahí la importancia, cree Serrat, de que se empieza ya a advertir a los excursionistas de determinadas zonas del Vall de Arán, como mínimo con carteles informativos, de que esta es tierra osera y qué hacer en caso de encuentro. O empezar a regular también el acceso en determinadas zonas del año, como en la época de celo.
Tras una hora de caminata y alcanzar un altiplano, las últimas dos horas de luz no alumbrarán la presencia del gran mamífero. El amanecer del siguiente día brindará, eso sí, otra oportunidad.

Otra caminata de una hora a oscuras antes del amanecer dará acceso a un segundo cerro frente al que se extiende las verdes laderas desde otro punto del valle. A las siete de la mañana el equipo de observación (trípodes, prismáticos y cámara) estará ya listo. Y apenas media hora después, Jerome, un francés de 50 años también rastreador de osos, aparecerá sonriente prismáticos en mano.
Jerome lleva más de una década cruzando la frontera prácticamente cada fin de semana de primavera y principios de verano para tratar de observar al plantígrado. “Probablemente es la persona que más osos ha visto en el Pirineo, hoy la estrategia es quedarse hasta que Jerome se vaya. Si sale algún oso, él lo detectara seguro”, dice Serrat. Los más de 25 grados que ya se alcanzan apenas amanecer a más de 1.500 metros de altitud a finales de junio, sin embargo, no son un buen augurio. “Con este calor no hay bicho que se mueva”, murmurará Serrat ya dos horas después. Un gran jabalí llevará a la confusión y por unos segundos Serrat creerá que es un oso. Falsa alarma.

Pasadas las diez, Jerome también dará la batalla por perdida. “Hoy el oso se ha ido a la playa”, bromeará chapurreando español. Pero antes de emprender camino montaña abajo, Jerome sacará su móvil del bolsillo. Como el que guarda un tesoro, su pantalla alumbrará centenares de vídeos y fotografías de osos. Son muchas, pero entre ellas destaca una hembra jugando con sus dos crías, un gran macho bebiendo agua de una pequeña cascada, y otro que, todavía somnoliento, pisa la nieve tras semanas de hibernación…. “Tiene un mérito tremendo, esto es el resultado de muchísimas horas, la mayoría infructuosas, tratando de avistarlo durante años”, elogiará Serrat.
Tras horas de observación al anochecer y al alba, el mitológico oso del Pirineo no habrá querido dejarse ver. Pero aún queda una pregunta por resolver:
-¿Marià, qué sentiste al cruzarte con tu primer oso en el Pirineo?
-Uff. No hay palabras. Se me apareció a unos 50 metros de distancia. Era la primera vez que lo veía tan de cerca. Y pensé: ‘vale, está aquí, no me ha olido y lo tengo delante’. ¡Estaba tan emocionado que incluso se me cayó la cámara! Disfruté del momento. Es la sensación del que encuentra un tesoro. Un espectáculo. La belleza salvaje.
El Pirineo y la convivencia con el oso
El Pirineo mira el cantábrico, pero todavía queda trabajo: apenas se está empezando a acostumbrar a convivir con el animal y queda mucha tarea pendiente de concienciación con los excursionistas, como señalizar los senderos donde puede merodear el animal, opina Serrat. En los caminos de acceso a esta zona montañosa, por ejemplo, no hay rastro de carteles que adviertan de que es zona osera, a pesar de que la especie está más asentada y cada vez es más fácil verla. Serrat también cree que falta trabajo en la convivencia con el sector ganadero, receloso con la expansión del mamífero y que ya ha organizado protestas por ataques a la ganadería. El año pasado, se registraron 17 ataques con un total de 31 animales muertos o heridos en Cataluña, mientras que en 2023 se produjeron 13 ataques, según los últimos datos de la Generalitat. El sindicato mayoritario Unió de Pagesos reclama al Govern que no autorice el aumento de población en Cataluña. El sindicato cree que las cifras de ataques son mayores a las oficiales y también denuncia que los ganaderos pierden zonas de pastura por la presencia del oso. Por su parte, la organización en defensa de la naturaleza Depana, que lleva campañas de concienciación en colaboración con la Fundación Oso Pardo, reivindica al plantígrado como una especie “paraguas”, de cuya conversación se benefician la resta de especies, y apuesta por medidas como la plantación de árboles frutales para mejorar la disponibilidad de alimento del animal.
“El oso del Pirineo tiene que dejar ser un secreto de sumario. Hay que hablar de él porque es un valor activo, afrontar los problemas que pueda acarrear y que cualquiera que pasee por estas montañas sepa que en ellas habitan un animal que, si nada cambia, seguirá aumentando su población y que en general no debería suponer un peligro para los humanos, pero sí hay sustos que se podrían evitar”, opina Serrat.
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