Rigoberta Bandini, la heroína armada con el escudo del humor
La cantante barcelonesa se reivindicó en el Sant Jordi de Barcelona con un espectáculo camp y un cancionero irregular

El humor es siempre una muestra de inteligencia, algo que nos hace humanos y nos permite enfrentar hasta lo más insensato y cruel. El humor es autodefensa y también ataque, una forma de cuestionar el mundo disimulando la acometida, haciendo pensar que en realidad no lo es, que nada va en serio, que todo es una broma y que hay que divertirse porque esta es la única salida y la vida son cuatro días. El humor también permite jugar con el sentido de las palabras, situándonos en un cómodo espacio del que sólo el protagonista tiene la llave de los significados al dominar las claves de su interpretación. Si al uso del sentido del humor le añadimos frases de impacto, publicitario sentido de la concreción, pensamientos reveladores y comunes y la intención de representar a un colectivo, nos estaremos acercando a Rigoberta Bandini, un personaje-escudo con el que Paula Ribó está consiguiendo mantener un éxito que su reciente disco, menos inspirado que el primero, no parece mellar.
El Sant Jordi fue su escenario de despliegue. Lleno y rendido. El espectáculo comenzó con dos elementos que se mantuvieron en su sustrato y que se escucharon en Ja, ja, ja primer tema. Por un lado una confesión apta para todas las personas: “Soy una mujer con muchos miedos, ¡qué desastre!”, y por otro rimas entre “dejarte”, “emborracharte”, “abandonarte” y “drogarte”, también entre “cabrón” y “follón”. Por un lado el sanador y valiente reconocimiento de fragilidades y angustias y por otro unas rimas de primero de primaria. Aunque ¿será broma? El humor como escudo ¿Fue broma lo de la pareja que salió del público para que él, ya en el escenario, pidiese la mano de ella en un gesto que denota que hasta lo más íntimo es hoy puro espectáculo, burda notoriedad y ego en vena? Ocurrió antes de Amore, Amore, Amore ¿En serio iba la parodia de plató televisivo que parecía ajustar cuentas con el festival de Benidorm en el que una presentadora desnortada y rematadamente histriónica metía la pata hasta con el nombre de la entrevistada? Los trazos de todo eran tan gruesos que hasta el hecho de quitarse la peluca que Bandini lució hasta Brindis podía tomarse como un gesto de liberación de estrella sometida, algo que ella no es, o una forma de evocar a Pamela Anderson antes de que mucho más tarde sonase su canción convirtiendo la pista en un jolgorio.
El entorno estético del concierto pareció otra broma, un escenario sesentero, con podios cilíndricos incluidos, en el que sólo faltaban Alfredo Landa y Gracita Morales. Es más, en VuelaaAAaa, alguna corista simulaba tocar la trompeta, como en aquellos añejos playbacks de la tele en blanco y negro. El mundo camp revisitado no se sabe si como gesto de admiración, de distancia irónica o de tierno homenaje a la propia niñez de Paula Ribó, quien cantó Una guitarra, de Serrat, y El amor, con bastante menos octanaje que Massiel, de la que recuperó su icónico alzado de brazos en Eurovisión. Y con sus bailarinas ocurrió lo mismo, ya que en tiempos de cuidadas coreografías, elásticas, vistosas y veloces, las evoluciones de las de Bandini tienen un punto doméstico que no se sabe si es atrevimiento que rompe reglas y normas o puro arrojo, como los ataques de histeria del teclista del grupo, Esteban Navarro, en alguno de los interludios que separaban las escenas, situados entre la tómbola, la vergüenza ajena y la ironía hiperventilada.
Es el mundo de Rigoberta Bandini, donde todo vale hasta que los significados, las bromas, las reivindicaciones, la intención y el sentido se mezclan en un corpus cuya única certeza es que funciona. A todo esto la pista del Sant Jordi parecía una gigantesca bandeja de katsuobushi, con miles de abanicos aleteando como escamas calientes de atún frente a rostros sudorosos. Es cierto que la presión del público no se dejó notar con mantenida intensidad en un concierto de altibajos, pero la sabia distribución de los temas del primer álbum, mantuvo el tono. In Spain We Call It Soledad, fue el primer momento de auge tras el aplaudido y tímido perreo del tema inicial de la noche, y tras Miami Beach el público se abandonó al baile en A ver qué pasa, con un ritmo que conecta directamente con su anterior disco. Un momento de complicidad con una de sus acompañantes se produjo en Aprenderás, una canción para superar el fin del amor y el abandono, cantada al alimón en el sofá y fumando mientras se evocaba la complicidad femenina.
Tras el reparto de chupitos en primera fila y la pareja declarándose en el escenario, llegó otro momento, ese Soy mayor, que afirma “pero el mundo me da el mismo miedo que a los nueves años” y que luego remata con “soy mayor, qué coñazo, hay que ser responsable y tener el armario ordenado” que le quita drama al envejecimiento, sin duda más cruel e injusto con las mujeres en un universo de truculenta tersura eterna.A partir de aquí el concierto subió el tono. Perra marcó el inicio del éxtasis, con los cuatro músicos, situados a los lados del escenario, gateando como perros bajo la mirada de Bandini. Los milagros nunca ocurren al salir de un after encendió las linternas de los móviles de la asistencia en pleno, que con un fragmento del resignificado Así bailaba conectó con la infancia de la mano de Los Payasos de la Tele. Porque Rigoberta Bandini tiene un público que abarca varias generaciones, alguna de las cuales ni vivieron con Fofó. Pero todas bailaron con Kaiman, un acierto, y vibraron con Ay mamá, pese a que mostrar los pechos es un acto que a medida que se repite pierde significado como gesto y gana calidad de eslogan visual reiterado que va perdiendo capas con el uso.
En ese mundo está Bandini, frases y pensamientos para reivindicar fragilidades y dudas envueltas en melodías pop, teatralidad ingenua, frases ingeniosas y una mirada al pasado como punto de partida. Y un humor que unas veces viste y otras desviste.
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