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Raúl del Chano, el hombre que lo dejó todo para convertirse en artesano en una aldea

Cambió viajar por todo el mundo y el escaparatismo por trabajar como banastero en Los Villanuevas, un pueblo en el valle de Olba. Las Rozas Village ha tenido el ojo de fusionar sus dos talentos

Tachy Mora

Cuando Raúl Hoyo Salvador (Barcelona, 46 años) decidió ponerse una fecha para instalarse de manera definitiva en el pueblo de su familia materna, recuperó el mote de su bisabuelo para su nombre artístico, al que llamaban el Chano. No se sabe muy bien si este sobrenombre le cayó de la expresión chino chano o de chanada, voces locales que significan sin prisas y haber hecho una tontería o travesura. Si fue por lo primero, sin duda Raúl habría heredado su carácter tranquilo, que aplica tanto en su forma de trabajar artesanalmente con fibras naturales como en su estilo de vida en Los Villanuevas, una pequeña aldea del valle de Olba, en Teruel.

“La primera decisión que tuve que tomar fue: ¿Me voy de jubilado o de persona activa? Entonces me di cuenta de que quería vivir en el pueblo siendo joven y activo”, afirma con convencimiento. “Mis abuelos se fueron a Barcelona antes de la Guerra Civil, pero mi familia siempre mantuvo el vínculo con el pueblo. La primera vez que vine tenía solo dos meses. Hasta los veinte años pasaba aquí todos los veranos, desde San Juan hasta que empezaban las clases. Cada año de mi vida he venido al pueblo, incluso cuando vivía en Londres”.

Antes de tomar la decisión de instalarse en Los Villanuevas y dedicarse a la artesanía, Raúl del Chano trabajaba como escaparatista, por lo que prácticamente cada semana estaba en una ciudad diferente por todo el mundo. “Yo vengo del ámbito de la moda y el interiorismo, porque en el escaparatismo conviven estas dos cosas. Durante los veinte años que me dediqué a esto, siempre volvía al pueblo de vacaciones o en situaciones difíciles para recargar pilas. Pero llegó un momento en el que necesité conectar con mis raíces y, sobre todo, con la naturaleza. Desde pequeño, mi sueño era vivir aquí con mis caballos. Aunque el trabajo que hacía era también muy manual, sentía que mis manos necesitaban algo más primitivo, más rudo. Hasta me apetecía ensuciarme de tierra. De hecho, muchas veces estoy descalzo cuando trabajo o cuando voy por el campo con los caballos. Es como que tengo una necesidad primitiva de tocar la tierra”. Acompañado de Umah y Hércules, sus dos caballos, no echa para nada de menos las grandes ciudades y aquel ir y venir constante.

Precisamente por el hecho de que en su anterior etapa se dedicara al escaparatismo, su reciente colaboración con Las Rozas Village adquiere todo el sentido. En 2025, este conocido destino de compras de Madrid ha venido celebrando el 25 aniversario de su inauguración con el proyecto Mano a Mano: una serie de intervenciones e instalaciones protagonizadas por relevantes figuras de la artesanía contemporánea española con las que ha rendido homenaje a los artesanos y artistas que mantienen viva la memoria de los oficios. Las calles, escaparates y rincones de Las Rozas Village se han llenado de artesanía, primero con obras del ámbito cerámico y textil, y, en el último tramo del año, con piezas e instalaciones en fibras naturales, creadas con el telón de fondo de la Navidad y firmadas por Raúl del Chano, Sagarminaga Atelier y Berta Bucam en colaboración con la tienda Cocol de Madrid y los artesanos del esparto de Villarejo de Salvanés (Madrid).

Raúl del Chano ha creado para el proyecto Mano a Mano un conjunto de piezas con las que ha tratado de trasladar hasta Las Rozas Village tanto el entorno natural de Los Villanuevas como sus fríos inviernos. Empleando fibras como diferentes mimbres o cuerdas de pita y seagrass, mezcladas con hierro, ramas de albaricoque y piedras caliza y tosca, ha creado desde globos aerostáticos a banastas, tótems, piezas móviles y una escultura tejida que representa un gran copo de nieve. Las diferentes piezas se integran en Las Rozas Village con el entendimiento magistral de los espacios comerciales cultivado en su anterior vida.

Si bien su manera de abordar las fibras naturales es bastante artística y tiende a la mezcla con otros materiales, a Raúl del Chano le gusta considerarse un banastero, es decir, aquel que hace cestas. “Cuando empecé a darme a conocer, me pareció que sonaba con un mayor arraigo utilizar la denominación banastero en lugar de cestero, ya que es una palabra muy de la zona”, explica. Se siente muy cercano a la cestería, aunque, en realidad, usa algunas de sus técnicas no solo para hacer banastos sino también para la elaboración de otro tipo de piezas como lámparas, objetos decorativos o escultóricos, y elementos arquitecturales, como techos de cañizo o separadores y filtros. En su caso, no desciende de una familia que se dedicara a esta artesanía de la que hubiera podido heredar el gusanillo o la técnica. Pero sí hay una memoria.

“Cuando era pequeño y pasaba los veranos en el pueblo, mi abuelo nos bajaba al río a bañarnos o a jugar, y él pasaba el rato tejiendo con juncos, haciéndonos barquitos o pelotas para jugar. También encordaba sillas, pero de una forma muy rústica e intuitiva, muy de él. Además, también hacía cosas con trapillo. Una de mis tías trabajaba cortando batas para peluquería. De los restos hacía trenzas y con ello tejía cestos o cisclas (voz local para los salvamanteles donde se ponen las ollas calientes). También hacía unos cañizos preciosos para que treparan las plantas del huerto. No se dedicaba a ello, sin embargo, trabajaba el junco y la caña con un gran nivel de detalle. Una de mis penas ha sido no haber aprendido más con él, porque, aunque me gustaba ver cómo lo hacía, nunca le pedí que me enseñara. En ese momento no nació de mí, fue más tarde”.

El interés le llegó mucho más adelante, hace tan solo quince años. Mientras durante la semana trabajaba cada vez en una ciudad diferente en distintas partes del mundo, los días de descanso los dedicaba a aprender con artesanos. “Lo había tenido tan cerca y no lo había aprendido... pero ya me estaba brotado el anhelo, así que empecé a mirar cómo podía formarme y di con un par de cesteros: Toni Palmer y Mónica Guilera. Toni es un cestero muy intimista. Le gusta estar en su taller, rara vez acude a una feria a vender. Le contacté por redes sociales y se ofreció desinteresadamente a que pasara una tarde con él en su taller en Solsona (Lérida) para enseñarme. Una rareza porque hoy en día casi todas las formaciones se pagan. Esta fue mi primera vez con un cestero, más allá de lo que sabía de mirar cómo lo hacía mi abuelo. Cuando vi cómo trabajaba, cómo movía las manos… fue un momento muy emocionante. Me contó que a él le formaron así cesteros ya mayores, simplemente para que la técnica y la tradición no se perdieran. Así que, en este sentido, él se sentía un poco en deuda”.

Tras este despertar, inicio una formación más continuada en cestería tradicional con Mónica Guilera, haciendo también cursos con otros cesteros tanto en España como en Francia e Italia. Fue en 2018 cuando empezó a pensar en poner fecha a su cambio de vida. Era una decisión tan radical que sin esa presión en el calendario quizá nunca lo hubiera hecho. Todo se alineó durante la pandemia, aunque su llegada a Los Villanuevas no tuvo nada que ver con los confinamientos, pues ya era un proyecto vital bastante avanzado antes de que estallara todo. Los Villanuevas es una pequeña aldea del turolense valle de Olba. Un lugar con una naturaleza proporcionalmente tan sublime como adversa para salir adelante. La mayoría de sus habitantes se marcharon a Barcelona o a Valencia ya antes de la guerra, como hicieron los abuelos de Raúl. Los que no se fueron en ese momento, lo harían después. Cuando él tenía veinte años y pasó allí su último verano, solo quedaban dos abuelas. Ahora viven unas cuarenta personas de manera más o menos estable, llegando a 300 durante el verano.

“El hierro es un material muy presente en mi obra. De hecho, soy de los poquitos cesteros que mezcla el mimbre con el hierro. Aquí, antiguamente había mucha tradición de trabajarlo, pero se ha perdido. Ahora los herreros están en pueblos a unos 20 ó 30 km. Durante mucho tiempo, esta zona fue conocida como el Barranco del Hambre, porque la vida era muy dura. Para mí, la gente que vivía aquí era como de hierro. Usarlo en mi trabajo es mi manera de darles visibilidad y de hacerlos un pequeño homenaje”.

La introducción de materiales ajenos a la cestería es lo más identificativo de su trabajo. Aparte de hierro, también usa piedras de la zona, tosca y calizas. Las fibras naturales que emplea pueden ser desde mimbre, caña y cuerda (pita o seagrass), hasta castaño y datilera de forma puntual. El mimbre, que compra en Cuenca, suele ser blanco, con y sin piel, o buff, de color avellana. Utiliza tanto técnicas tradicionales de tejido como otras más libres, caóticas o creativas. “Todo ello ha surgido como parte de una búsqueda de identidad en mis piezas. Todos los artesanos y artistas vamos buscando un poco nuestro propio camino. En mi caso, he evolucionado a mirar más hacia mi entorno, como tengo este sentimiento tan fuerte de raíces aquí, que a veces parezco como un árbol que no se quiere soltar…” se ríe parodiándose, haciendo gestos exagerados de arraigo.

Entre sus piezas más representativas se encuentran cestas como el banasto Gala, una reinterpretación de los cestos de mimbre para recoger setas con una gran asa escultórica, que es más decorativo que utilitario; lámparas de cuelgue tejidas con mimbre o con cuerda seagrass; el bolso Barranco, a medio camino entre una cesta y una bolsa de macramé; la traslación de los salvamanteles Cisclas de hierro y mimbre a elemento decorativo, con los que se puede crear composiciones murales; los móviles Tosca que ha creado para Las Rozas Village inspirados en la obra de Alexander Calder, que mezclan piedra tosca, cuerda seagrass y ramas de albaricoque. Pero también ha hecho colaboraciones con estudios de diseño como Garado, de donde surgió la lámpara F65 de metal y mimbre en homenaje al desaparecido edificio La Pagoda de Miguel Fisac, y con Quintana Partners, para cuyos fundadores ha realizado piezas especiales como la escenografía de su boda o paneles y filtros para su casa en Menorca.

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Sobre la firma

Tachy Mora
Escribe desde 2006 en EL PAÍS Semanal sobre diseño, interiorismo y arquitectura. Periodista y comisaria de exposiciones, interesada especialmente en las nuevas tendencias, estilos de vida e hibridación entre disciplinas. Autora de libros y exposiciones como ‘Artesanía Española de Vanguardia’ y ‘Escenarios de un Futuro Cercano’.
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