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Los milagros existen: hay una comarca en Navarra que ralentiza el tiempo

Recorrer el Prepirineo navarro, con Sangüesa en el epicentro, es un refugio para quienes desean entrenar la lentitud. Aquí es posible trasladarse a otra época, más hedonista y sosegada, en la que contemplar el bosque, probar caviar pirenaico, disfrutar del silencio (o escuchar cantos gregorianos), catar vino entre ruinas romanas y soñar con un virreinato en palacios medievales

La foz de Lumbier se puede recorrer a pie, en bici, con carrito de bebé o en silla de ruedas. Un sendero llano discurre por las antiguas vías del tren eléctrico Irati que unía Pamplona con Sangüesa.

Existe un lugar en Navarra en el que, dicen, el día dura el doble. En un mundo arrastrado por prisas, llamadas, e-mails, ruido y estrés, es difícil encontrar un espacio auténtico donde recuperar la vida que se escapa. Pero si ese lugar existe, puede que esté aquí, en la comarca de Sangüesa, en el extremo occidental del Prepirineo, en la frontera con Aragón. De las históricas merindades de Navarra, esta es la menos conocida, la más despoblada y la menos visitada.

A los pies del monte Arangoiti (1.356 metros) y bajo un imponente muro de acantilados de roca caliza, a unos 50 kilómetros al este de Pamplona/Iruña, se encuentra el monasterio románico de San Salvador de Leyre, con más de mil años de historia. Fue en Leyre donde, según la leyenda, se obró el milagro de la quietud. En un día de primavera, el abad fray Virila paseaba por el bosque meditando sobre la percepción del tiempo. Escuchó el canto hipnótico de un ruiseñor y quedó extasiado junto a una fuente. Al volver de este ensimismamiento, no reconoció a ninguno de los monjes y él fue recibido como un extraño. Ante su insistencia, los monjes revisaron sus libros y descubrieron la existencia de un abad que 300 años antes había desaparecido sin dejar rastro. Era él.

En el monasterio de Leyre, con más de mil años de historia, los monjes prestan las llaves para acceder a la cripta (en la imagen). Un símbolo de hospitalidad.

Hoy, la fuente de San Virila —fue abad del monasterio en el año 928— permite entender cómo pasar horas y días de admiración en la naturaleza. En ella brota una cuidada red de senderos y paseos que invita a los visitantes a adentrarse en las estribaciones de esta sierra entre hayas, pinos royos, abetos pirenaicos, encinares y robledales. Aquí, la vegetación mediterránea se encuentra con la atlántica, y las montañas se achican y agrietan para poder pasear con despreocupación.

En la sierra de Leire hay una superficie protegida de más de 1.350 hectáreas que corresponden a los desfiladeros de Lumbier y Arbaiun, dos extraordinarias gargantas fluviales excavadas por el los ríos Irati y Salazar. Dos cañones con abruptas paredes donde los buitres leonados, quebrantahuesos, águilas reales y alimoches vigilan la pericia de los kayaks, piragüistas y paseantes que se internan en su hábitat. La foz de Lumbier se puede recorrer a pie, en bicicleta, con carrito de bebé o en silla de ruedas a través de un sendero llano que discurre por las antiguas vías del tren eléctrico Irati que unía Pamplona con Sangüesa.

En Santa Criz de Eslava se conserva el yacimiento arqueológico más monumental de Navarra. Una ciudad perdida, en mitad de la nada, hasta que fue descubierta en 1917.

Caviar, reinas y cantos gregorianos

En el monasterio de Leyre, una comunidad de monjes benedictinos celebra la liturgia en canto gregoriano cada mañana. Hoy es posible visitarlo con el encanto de los escasos monumentos aún no expuestos al turismo masivo. Los monjes confían al viajero las llaves de su propio hogar. Es divertido entrar a la cripta y echar el cerrojo… hasta que otro visitante entre a molestar con su propia llave.

El monasterio de Leyre, donde descansan los restos mortales de diez reyes, siete reinas y dos príncipes de Navarra, es también un excelente mirador sobre las aguas turquesas del mar de los Pirineos, el embalse de Yesa, inaugurado en 1960. Y el lugar idóneo degustar caviar: aquí mismo, empresas de acuicultura, en las heladas y cristalinas aguas de los ríos pirenaicos, cultivan huevas de esturión y la trucha más grande de España. El pionero del caviar en España fue el navarro Luis Domezain, quien en 1963 abrió dos piscifactorías de trucha arcoíris y en 1998 produjo el primer caviar con certificación ecológica. Un poquito de pan de pueblo tostado en leña, caviar pirenaico y vino rosado de Navarra es un lujo de reyes y reinas al alcance de la plebe. Una delicia.

Otro milagro: este es el lugar idóneo para degustar caviar. Empresas de acuicultura, en las heladas y cristalinas aguas de los ríos pirenaicos, cultivan huevas de esturión y la trucha más grande de España

Palacetes en una ciudad ‘vintage’

Desde Leyre, la comarca se abre siguiendo el curso del río Aragón hacia la ciudad de Sangüesa. Su trazado medieval está dibujado por el paso del Camino de Santiago francés. Recorrer la calle Mayor es encontrarse un monumento en cada esquina: desde la iglesia de Santa María la Real y su portada románica —que representa un juicio final con todo un elenco de retorcidos personajes— a una extensa colección de palacetes que se desparrama por la ciudad.

El palacio gótico de los Añués, el de los Sebastianes, el edificio renacentista del ayuntamiento construido en 1570, el castillo Príncipe de Viana —hoy biblioteca municipal— o el palacio barroco de los Ongay-Vallesantoro, un fascinante caserón del siglo XVII con decoración colonial que fue propiedad de un virrey de la Nueva España. Tiene un alero de madera rematado por trece representaciones de animales, frutas y plantas exóticas e incluso indios atlantes. En la actualidad es la casa de cultura.

La portada románica de la iglesia de Santa María la Real, de Sangüesa, representa un juicio final con todo un elenco de retorcidos personajes.

Pero Sangüesa también ofrece la atmósfera de otro tiempo en sus calles donde destacan los cartelones de antiguos de comercios en activo. Todos ellos conservan sus tipografías originales de los años 50 o 30, que dan la sensación de un decorado de película o de algo aún más raro: la supervivencia del comercio local en pleno siglo XXI.

Por si este viaje en el tiempo no fuese suficiente, en el número 16 de la calle Isidoro Gil de Jaz se encuentra la casa-museo de Jenaro Laborra, un sangüesino de 81 años que lleva toda una vida coleccionando más de 3.000 objetos y artilugios: desde antiguas máquinas tocadiscos o aperos de labranza, carteles, hasta entradas de cine o una colección de latas de conservas. El museo cuenta “la historia de las cosas” y ofrece visitar 19 ambientes diferentes de época como una antigua tienda de ultramarinos, una carpintería, una barbería, una escuela o una capilla, entre otros. Un museo jovial y extravagante en el que charlotear con Jenaro un buen rato sobre su original colección.

Entre agosto y septiembre, en Sangüesa hay que probar sus famosas ‘pochas’, una variedad de alubias blancas de color marfil verdoso, que se recogen antes de alcanzar la madurez y se sirven cremosas y suaves, acompañadas solo con tomate, ajos, aceite y sal

No se puede abandonar Sangüesa sin probar en temporada —desde el final del verano hasta septiembre— sus famosas pochas, una variedad de alubias blancas de color marfil verdoso, que se recogen antes de alcanzar la madurez y se sirven cremosas y suaves acompañadas solo con tomate, ajos, aceite y sal.

Javier, Aibar y Eslaba

En Sangüesa el trayecto se bifurca. Hacia el este con la visita al castillo de Javier, ecléctica e imponente fortaleza originaria del siglo X. Fue el hogar de nacimiento en el año 1506 de Francisco de Jasso y Azpilicueta, más conocido como San Francisco de Javier: santo patrón de Navarra, apóstol de las Indias y cofundador de los jesuitas junto a Ignacio de Loyola. El castillo fue un importantísimo bastión del antiguo reino navarro.

El Castillo de Javier, una fortaleza originaria del siglo X y reconstruida a finales del siglo XIX, fue el hogar de nacimiento San Francisco (de) Javier.

Hacia el oeste, la ruta se adentra en la Edad Media con los pueblecitos de Aibar y Gallipienzo, dos enclaves medievales encaramados cada uno en un cerro. Alrededor de sus callejas empedradas, una buena colección de bodegas del llamado ‘vino de baja montaña’ cultivan la variedad garnacha y pueden ser el mejor acompañamiento para unas costillas de cordero asadas en sarmiento de vid.

Este extraordinario viaje en el tiempo termina en las ruinas romano de Santa Criz de Eslava. Retrocedemos 2.000 años para visitar el yacimiento arqueológico más monumental de Navarra. Una ciudad perdida en mitad de la nada hasta que fue descubierta en 1917. Hoy se pueden ver los restos del foro, con sus columnas y la necrópolis, ofreciendo una perspectiva sobre la vida de las urbes romanas en la zona vascónica. Y lo mejor de todo: agendar una visita guiada con una copa de vino en la mano para sentirse un auténtico patricio.

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