La nostalgia del pacto
Apenas hay cultura de pacto y se percibe en la actitud de los jóvenes líderes que tienden a medirlos en clave electoral


Han sido muchas las invocaciones en España a los pactos de Estado y muy pocos los firmados. Del de La Moncloa de 1977 se habla estos días como referencia al coincidir con el objetivo que hoy se plantea tras la epidemia: la reconstrucción económica. Pero los pactos más concurridos fueron los antiterroristas, ausentes del debate por su naturaleza ajena a lo económico, pero que sometieron a prueba los comportamientos políticos. Aquí apenas hay cultura de pacto y se percibe en la actitud de los jóvenes líderes que tienden a medirlos en clave electoral. En Pablo Casado sigue primando la oportunidad de desbancar al Gobierno PSOE-Podemos, alentada desde la FAES de Aznar. Pedro Sánchez ha tomado la iniciativa, pero no está facilitando, hasta el momento, la comunicación necesaria con los líderes políticos para animarles al pacto.
Sin embargo, los pactos, que la ciudadanía reclama abrumadoramente, son muy importantes porque al sumar fuerzas distintas fortalecen la cohesión social, la movilización ciudadana, la interlocución internacional, y favorecen, en definitiva, que la ingente tarea de reconstrucción sea al menor costo posible. Sin esa convicción es imposible que los pactos prosperen porque son difíciles de armar.
Es difícil, pero no imposible. Lo muestra la experiencia de uno de los poquísimos pactos exitosos, el de Ajuria Enea, de 1988. Como todos, surgió de la necesidad. Si hoy se necesitan para recuperar la economía al menor costo social, entonces eran para afrontar la escalada del terrorismo.
Era muy difícil porque, aunque el objetivo era unánime, los intereses eran contrapuestos, como sucede hoy. Había un Gobierno de coalición PNV-PSE y lideraba la oposición Eusko Alkartasuna (EA), muy potente y recién escindida del PNV, que pretendía desbancar al Ejecutivo y proponía concesiones políticas a ETA como solución. El lehendakari Ardanza y el líder socialista, Txiki Benegas, pretendían convencer a los demás —incluso al PNV, vacilante, presionado por EA— de que la unidad contribuiría a aislar al terrorismo y sus apoyos políticos, y ese objetivo compensaba el sacrificio de los intereses partidistas. Enseguida contaron con Euskadiko Ezkerra y el CDS y fueron cercando a los reticentes. Hoy puede repetirse la historia porque el Gobierno de coalición está reuniendo a grupos clave como Ciudadanos, PNV y otros.
Los promotores del pacto necesitaron cuatro meses —incluidos encuentros bilaterales reservados— y un encierro de tres días para cerrar un acuerdo y superar los recelos del democristiano Julen Guimon, de AP, y de EA. En su desenlace, hubo un factor decisivo: la opinión pública clamaba por la unidad como hoy. De modo que los más reticentes temieron la penalización si se descolgaban. El pacto, con sus zigzags, fue referente del final del terrorismo. No es un cuento. Sucedió en 1988. ¿Por qué no hoy con la reconstrucción económica?
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