No es una legislatura, es una precampaña
Sánchez ha de empezar a pensar en ir a las urnas a pedir a los ciudadanos un aval para que ese Gobierno tenga una oportunidad real


Ayer el Congreso resolvió la pregunta: ¿legislatura corta o legislatura larga? Claro que la verdadera cuestión sería otra: ¿pero esto es una legislatura? Y la respuesta, va de suyo, es no. Una legislatura requiere desarrollar un programa de Gobierno con su paquete legislativo correspondiente, y Pedro Sánchez, desde la propia moción de censura, ha evitado comprometer ese programa a sabiendas de no poder gobernar. A decir verdad, era realista con 84 diputados. Esto nunca ha sido una legislatura, sino una campaña electoral. O una larga precampaña. De ahí el énfasis de Sánchez en que su propósito era agotar el mandato hasta 2020. Se trata de trasladar la responsabilidad del adelanto electoral precipitado a los demás.
Desde ayer el presidente ya sabe que los demás partidos han empezado a maniobrar en corto. Y esta derrota estrepitosa acelera las cosas. El plan para el PSOE pasaba, como en la curva de Laffer, por apurar el límite de rentabilidad de estar en el poder; y, tan pronto como se iniciase el desgaste, convocar a las urnas. De ahí la necesidad de tener el dedo levantado, día a día, para captar el viento electoral; hasta ahora propicio, según reflejan los sondeos de julio. Lo de ayer es un golpe duro porque le recorta el margen; y además un ajuste de 6.000 millones suma dificultades propagandísticas.
Armar un Frente de Liberación AntiRajoy pudo resultar casi fácil; vertebrar una mayoría para gobernar con 84 escaños es más que difícil. Y está gripando. De ahí la agitación en el tablero político. Casado se ha deshecho del lastre del marianismo lanzando un nuevo rearme ideológico; Ciudadanos se mueve bajo la bandera de “liberales progresistas” repitiendo una y otra vez el mantra de “partido conservador” para el PP; Podemos apuesta por liderar el discurso antiausteridad, con argumentos impúdicos sobre el gasto público, culpando al PSOE de mirar al centroderecha; y cualquier posibilidad de explorar el nacionalismo sensato (si tal cosa no es oxímoron ingenuo) se ha topado con Puigdemont. Siempre fue ilusoria una mayoría dependiente del fanatismo indepe, pero el pragmatismo convergente ha quedado sepultado en el congreso del PDeCAT. Eso complica también a Esquerra. Los plazos de Cataluña entran en la ecuación electoral.
El presidente ya contaba con márgenes limitados, pero seguramente no tanto como para no estar siquiera seguro de poder viajar en el Falcon al Granada Sound a final de septiembre para ver a los Zombie Kids. Los plazos se le estrechan. Él hizo su Gobierno bonito a sabiendas de que esto sería más una precampaña que una legislatura… pero ya, muy pronto, sin haber transcurrido siquiera 50 días, ha de empezar a pensar en ir a las urnas a pedir a los ciudadanos un aval para que ese Gobierno tenga una oportunidad real.
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